Páginas

DECADENCIA DE OCCIDENTE

lunes, 14 de enero de 2013

Agustín de Hipona

San Agustín es el fundador de Occidente. En 413 DC comenzó a escribir "Civitas Dei", la Cuidad de Dios. Sólo cuando los Colonos Americanos aplicaron las Ideas agustinianas a su peculiar organización social, empezó a desarrollarse el Occidente democrático. Antes la Iglesia casi nunca siguió esas enseñanzas, por no decir nunca, salvo cuando perdió su poder terrenal.

La obra fue impulsada por el fuerte trauma que le supuso la caída de Roma ante las hordas bárbaras de Alarico, en 410. Agustín murió años más tarde cuando los vándalos, venidos de España, cercaban su ciudad, Hipona. Ese derrumbamiento del orden político que había conocido le alteró el resto de su vida, durante la cual dedicó 14 años a terminar su gran obra.

Las ideas a las que me refiero son la separación de la Iglesia y el Estado. No es que Agustín fuera un filósofo político, al menos expresamente. Fue por el contrario un teólogo obsesionado con refutar las heterodoxias de los donatistas y pelagianos. En su gran obra, el cristiano perteneciente a la Ciudad de Dios no debía mezclarse con el gobierno de este mundo. Es más, nadie en este mundo podría decir si le ha sido concedida la Gracia de salvarse, ni menos lo podría exige de lo demás. Por lo tanto, no tiene sentido luchar por un gobierno terrenal, si no sabes cuales son los designios de Dios. El cristiano ha de ser obediente al gobierno que le toque, pues lo que pasa en la tierra puede parecer injusto, pero es un juicio vano.

Sin embargo, por otra parte, hay que vivir en esta tierra, a ser posible en paz. Por lo tanto ha de haber alguien que se encargue de administrar las cosas de este mundo, la seguridad y el respeto a los derechos de cada uno, como el derecho a tu propiedad. Agustín reconoce que tiene que haber un mínimo de gobierno social para que la vida no sea una inseguridad e injusticia continuas. Eso no ha de preocupar al cristiano, aunque éste debe estar dispuesto a amonestar al poder cuando su comportamiento es claramente anti cristiano. Amonestar, no intentar sustituirlo por la fuerza.

Somos de nacimiento pecadores, y un gobierno es algo necesario, pero no puede nunca ser justo. Es simplemente un gobierno efectivo en evitar que el descontrol y la violencia se expanda. No se puede aspirar en esta tierra a a la perfección, pues somos imperfectos. San Agustín no se había ninguna a ilusión sobre la perfectibilidad humana. Un forma de gobierno nunca puede ser perfecto, simplemente menos mala. En este mundo podemos aspirar a que las pasiones humanas, la codicia, el deseo de poder, no se desborden gracias a la ley. Pero eso no quiere decir que el que aplica esa ley no sea un ladrón, un saqueador, o belicoso conquistador. Esta admisión de la imperfectiblidad me parece de una importancia decisiva, como embrión de partida para toda organización del poder limitado. Tendemos a buscar un ser excepcional para gobernarnos, cuando eso no existe.

Por lógica, tampoco los obispos de la Iglesia eran perfectos, no eran más que seres humanos, sujetos a sus pasiones, que administraban los sacramentos, los cuales no se corrompían porque el obispo fuera un ser imperfecto.

La ciudad de Dios se compone de los que estarán con Dios por elección divina, aunque no lo saben. La ciudad Terrenal es, por exclusión, los que no han sido elegidos, que tampoco lo saben. Todos somos humanos y pecadores, y es posible que todos estemos condenados, o salvados. Mientras, debemos vivir en la mejor concordia posible, y para eso están lo gobiernos, que pueden ser justos o injustos, pero que han sido puestos o depuestos por decisión del Señor.

Este es el embrión de la separación de poderes que germinó en el cristianismo occidental (pero no el cristianismo griego, oriental). Por otro lado, estas ideas estaban ya en San Pablo (así como la de que hay que trabajar para comer. Él mismo era fabricante de tiendas, y están orgulloso de su trabajo). De modo que San Pablo sería el precedente más antiguo de esta teoría social, si no fuera por la famosa frase del Evangelio "dad al César lo que es del César".

La Iglesia no siguió estas enseñanzas, pues durante siglos intentó disputarle el poder a los reyes y señores, y estos no perdían la ocasión de dominar y anular la independencia de la Iglesia. Estas luchas siempre acaban por un pacto temporal por agotamiento de ambas partes, hasta que una de las dos se sentía lo suficientemente fuerte. Que ni uno ni otro consiguiera su propósito es resultado de la igualdad de fuerzas, no de una voluntad de abandonar el poder terrenal por parte de la Iglesia.

Sólo cuando las enseñanzas de Lutero, de raíz agustiniana, cruzaron a América, se organizó la sociedad por primera vez con un pacto solemne (bajo la advocación de Dios) de un poder separado de la Fe. Las luchas entre el poder, la Iglesia y su hijastra el protestantismo siguieron en Europa durante la guerra de los treinta años, hasta al menos 1648, y más allá en algunas zonas. En 1620, en las Colonias de EEUU, se empezaron a fundar sociedades nuevas, basadas en el derecho y la ley, dictada por gobiernos elegidos por la comunidad.

No estoy hablando de cuestiones religiosas, sino de consecuencias de ciertas creencias. Yo no creo ni defiendo ninguna creencia en particular. Schopenhauer no era creyente, pero admiraba enormemente a San Agustín, del que decía, por una parte, que era despiadado y cruel por su determinismo; pero por otra, consideraba su "pecado original" como una creencia basica en la civilización occidental. No hace falta ser creyente para saber cómo somos. Ni Russell, ni Freud, eran creyentes, y sin embargo no se hacían ilusiones sobre las verdaderas tendencias de nuestra naturaleza dejada a su arbitrio.

Pero resulta que ese "despiadado determinismo" ha resultado benigno para el asentamiento de ciertas ideas. Ha sido el primer potencial liberador del individuo y limitados del ejercicio del poder. Sin él, no veo de donde hubiera salido la separación Iglesia y Estado definitiva que caracteriza a Occidente. Estaba en la gran obra de Agustín, pero hacía falta que alguien la reivindicara y la echara a rodar. Por tanto, Lutero es la pieza definitiva de este engranaje misterioso y no intencionado que es la historia.

Es posible que los fieles de la Iglesia, que se ganaban el derecho al paraíso con bulas y donaciones, fueran más felices que los "pobres" protestantes ignorantes de su destino, pero el caso es que éstos se revelaron contra aquel estado de cosas, que no podía ser calificado más que un estado de opresión. Lutero no se rebeló, como buen agustiniano, contra el poder del rey, sino de la Iglesia.

En todo caso, la sociedad civil amparada por la ley no hubiera existido tal como la conocemos sin ese sutil engranaje de la historia. No nació en Europa, sino en unas Colonias lejanas que se formaron por fugados de la crueldad de las guerras religiosas. En Europa la Iglesia fue perdiendo su poder, pero no voluntariamente. En Inglaterra las guerras terminaron más tarde, en 1689, con un pacto entre la Corona y el Parlamento, muy afortunado, pero que sólo con el tiempo puede ser llamado, en sentido moderno, democrático. En Francia, hasta 1789 (cien años después) no se vislumbró una sociedad libre, pero desgraciadamente la revolución no pudo ser más cruenta, antecedente en su violencia de la Revolución comunista siglo y medio después (como reconoció Lenin). La francesa derivó en ríos de sangre que sólo la llegada de Napoleón frenó, aunque sólo para escribir una nueva página de sangre y fuego en Europa. Lamentablemente, nuestros mejores pensadores de hoy siguen pregonando que la democracia se fundó en la Revolución Francesa.

Se piensa, inconscientemente, que la historia hubiera llegado al presente de todas formas, con o sin el conducto subterráneo, invisible, del engranaje misterioso. Es una de nuestras inclinaciones pensar así, que lo que tenemos es inevitable. Lo decía Ortega, que el hombre no es consciente de la herencia recibida, tiende a menoapreciarla. Nos lo dicta la razón, sobre la que depositamos excesiva confíanza. Si esto es democracia, y la de democracia es buena, es lógico pensar que la historia tendía hasta este fin. De ahí a pensar que la democracia es perpetuamente mejorable... Así pensaba la ilustración, especialmente Kant: que el mundo inexorablemente se dirige a una sociedad cada vez mejor, y que la razón humana es infalible.

Lo mismo pensaban los señores de los pobres siervos de la Edad Media, o los amos de los esclavos de la edad de oro ateniense. Sin embargo, lo sensato es pensar que esto no es el final de la historia porque, sencillamente, no sabemos lo que vendrá después, ni cómo valoraremos el hoy a través de las ideas del mañana. Sólo podemos decir lo que preferimos entre lo que conocemos. Lo demás es audacia peligrosa, o pretender hablar por teléfono con Dios, lo que es más pretencioso aún.

Fuente:

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ponga Ud. lo que quiera, Muestre su airada y justa indignación, su santa Ira, pero respete un mínimo sentido del decoro. Tenga en cuenta que las opiniones son libres, los sentimientos ofendidos dignos de reparo, pero serán tanto más respetados cuanto su expresión esté más alejada de lo vulgar.