Del Conde Hans Kessler, unas sabrosas observaciones sobre el carácter inglés (comienzos del XX):
No puede entenderse Inglaterra mientras en la reflexión sobre los asuntos ingleses se use la palabra “por tanto”, aplicándola como puente de transición entre la experiencia y lo abstracto, y de nuevo, desde lo abstracto a la experiencia; más bien, el inglés piensa siempre directamente, directamente, pasando de la experiencia a la acción; se apresura a tomar el camino más corto desde la percepción a la acción; no utiliza el rodeo a través de lo abstracto, universal, y por eso no se formula ninguna máxima. De ese enlace inmediato entre percepción y acción surge todo lo que en la vida inglesa se nos presenta como contradicción, incluida la “hipocresía” inglesa y la “sosería “ inglesa. El inglés permite que hombres se bañen desnudos, sin traje de baño, en medio de Hyde Park; y en otros casos es claramente lo que llamamos un “mojigato”; todo según las circunstancias prácticas; no tiene un “sistema” de decencia. El actor Shakespeare hacia 1600 tenía amistad con hombres de los círculos más elevados; el actor Garrick en el siglo XVIII fue inhumado en la abadía de Westminster, en la misma época en que Molière era enterrado por la noche en Francia y el cadáver de Adrienne Lecouvreur era arrojado a la fosa común.[ 33] Sin embargo, Burke, el mayor orador del Partido Liberal británico, no pudo ser ministro de ese partido por no pertenecer a la aristocracia whig que él representaba. La sociedad, la nobleza, en Inglaterra fue siempre muy abierta y a la vez muy exclusiva, abierta como “sociedad”, cerrada hasta la brutalidad y la estrechez de miras como casta dominante; se decidió y se decide de caso en caso; no hay allí ningún sistema. Podríamos multiplicar a placer estos ejemplos. Eso ha de tenerse siempre en cuenta también en el comercio libre, en la política inglesa, en el humanismo y liberalismo inglés; en todo ello no hay ningún sistema del que pueda seguirse algo en relación con el futuro; se trata siempre de decisiones, o de decisiones colectivas para series de decisiones, que han sido tomadas en cada caso en relación con una situación concreta. Pero es pueril hacer un reproche moral a los ingleses por esa forma de actuar que les es innata. Pese a Kant, no hay nada moral en actuar según máximas. Hay que entender a los ingleses de una vez por todas para no salir lastimado por causa de falsas expectativas. En todo caso el inglés llega a una teoría, pero no actúa nunca en virtud de una teoría. El inglés actúa, el francés habla, el alemán sueña; esas son las tendencias fundamentales; por eso, el placer fundamental del inglés es andar jugando, el del francés hacer de actor, el del alemán entregarse a un sueño. Y de ahí proviene también la posición muy especial que en Inglaterra ocupa la moral, y la manera específicamente inglesa de concebirla; el inglés no la busca como una colección de máximas abstractas, que tienen valor en virtud de un determinado enlace con especulaciones metafísicas, y así dan también a la acción el brillo de su palabra (Kant); más bien, entre los ingleses las orientaciones morales se entienden como medios para facilitar la acción, para tomar una decisión con mayor rapidez y facilidad, o sea, como un apoyo a su tendencia principal; de ahí el valor que se le concede instintivamente. Un hombre inmoral repugna al inglés porque vacila en la acción, porque actúa de modo más lento e indeciso que un hombre moral. Por eso, el inglés medio nunca ha sentido realmente repugnancia contra delincuentes petrificados y resueltos; éstos consiguen por otros caminos lo que él quiere y aprecia. En todas estas relaciones el escocés está entre el inglés y el alemán (quizá desde ahí se explica Kant en parte), y el irlandés se halla entre el inglés y el francés."
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