Luego vino el twitt, con su máximo de 140 caracteres, que antes de los previsto se convirtió, gracias a Trump, en una forma de manifestar intenciones e incluso de gobernar. Es como el "hágase" del Génesis. ¿Hemos vuelto a las esencias bíblicas? Entonces no sabía leer ni dios (sic) y todo era oral, y todo el mundo entendía y obedecía los designios inapelables de Dios, Yaveh, Jehova.
Ahora, para completar la jugada, y las apetencias que se notan en los twitteros, Trump debería decirle al dueño de Twitter que imponga menos caracteres, y además sin vocales, como se escribió en origen el viejo Testamento. ¿Para qué tanta literatura, tanta paráfrasis, pérdida de tiempo? Para qué Valle Inclán, Unamuno, Baroja, Azorin? Y Dostoyeski, Balzac? nunca han pintado nada en los adelaños del poder, pero eran un buen contrapeso a tanta fealdad inédita a la política. La literatura era cosa de la clase media, aunque luego los grandes imprimatur los coleccionaba la aristocracia. Pero no los leía.
El poder siempre ha preferido la imagen como exaltación. Palabras, pocas. Hechos y óleos. Nadie quiere pasar a la historia en un párrafo del Quijote. Mejor una estatua, un cuadro en el Museo Del Prado.
¿La música? en tiempos de Bach era un encargo del noble a su servidor el músico, que luego alcanzó la categoría de genio. La pieza debería subsumirse a la circunstancia: para la cena, para irse a la cama y conciliar el sueño (variaciones Goldsberg).
Veremos qué nos dan estos tiempos tan ramplones de producción estética, pero de momento no espero nada de nada. Bob Dylan. ¿En que quedará?
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