Hoy me he levantado levantisco, cual carlista que hace tiempo no se hecha a las fauces un isabelino.
Me he desayunado, no con galletitas, sino con dos polvorones briosos que me han levantado la moral y el físico (nunca van separados, que yo sepa).
Me he sentido rompedor, y tras esta ruptura de costumbres tan saludable, que pienso repetir, me he lanzado a leer en la Tablet la prensa canallesca. Tras una media hora de aburrimiento, he llegado a “El Debate”, nuevo periódico digital que parece una fuga del ABC y “La Razón” por razones que desconozco. Y me encuentro al gran Alfonso Ussía, que tiene una columna genial sobre los separatistas, y otra de hace dos días donde comenta el discurso de Rey, que no le gustó. No le gusto el contenido, pero sólo se dedica a criticar el decorado. Con la gracia que le caracteriza, dice,
Porque el salón o lo que sea en el que grabó su discurso, era de una vulgaridad pasmosa. Parecía decorado por Begoña Gómez(1) siguiendo las instrucciones de su padre, el de las saunas para los monfloritas. El escenario es tan fundamental como la representación, y esa especie de salita de estar en la que solo se echaba de menos un mueble-bar y una bicicleta estática para hacer gimnasia, no era la adecuada para que el Rey grabara su Mensaje de Navidad.(1) esposa de Pedro Sánchez
Desde luego a mí me chocó el escenario, nada habitual, como oficinesco y sin un detalle hogareño. Estaba claro que el Rey iba a salir escopetado y lloroso de esa sala fría, en la que se palpaban las cámaras de TV. Como dice Ussía, una sospecha más que evidente de la larga mano de la Moncloa. Nunca había pasado tal desafuero desde la Transición.
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