"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


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sábado, 29 de febrero de 2020

La toma del poder absoluto en una democracia

Del historiador J. Fontana, en su obra “El siglo de la Revolución”, 




tomo esta descripción de cómo se hizo con el poder absoluto Adolf Hitler. No pasen por el texto con una lectura rápida, porque los detalles son importantes. Obsérvese, sobre todo, que Hitler jugó sus bazas casi hasta el final legalmente. 

EL TRIUNFO DEL NAZISMO 

Los años de 1925 a 1929, la época dorada de la república de Weimar, no fueron buenos para el partido nazi, que en las elecciones de 1928 obtuvo un 2,6 % del voto y tan sólo 12 diputados sobre un total de 491. Fue entonces cuando empezaron a recoger el voto rural, surgido del malestar campesino, y cuando comenzaron a prepararse para presentarse como la solución a una situación de crisis económica y paro que los gobiernos de Weimar se mostraban incapaces de resolver. Los resultados comenzaron a verse en las elecciones de 1930, cuando obtuvieron el 18,3 % del voto y 107 diputados, lo que les convertía en el segundo partido del Reichstag, tan sólo superados por los socialistas. 
En los años siguientes, antes de llegar al poder, conseguirían elevar su afiliación hasta 850.000 y disponer de una fuerza armada propia, las SA (Sturmabteilung), con 170.000 miembros (de la cual formaba parte entonces el cuerpo de protección de las SS o Schutzstaffel). Su mayor problema era en estos momentos el de la financiación, ya que dependían de las cuotas de sus afiliados y de las entradas que cobraban en los mítines, sin más que unas reducidas subvenciones de algunos industriales atípicos como Fritz Thyssen y Emil Kirdorf, ya que, aunque Hitler escondía en esta etapa los planteamientos revolucionarios de su programa inicial, los grandes empresarios preferían subvencionar a partidos conservadores tradicionales; una actitud que no cambió hasta la llegada de Hitler al poder. Mientras tanto, y en un contexto en que el paro aumentaba brutalmente (la cifra de los desempleados se había triplicado de 1929 a 1932, cuando llegó a más de cinco millones y medio), el general Kurt von Schleicher preparó la subida al poder de Franz von Papen, un miembro de la aristocracia prusiana, y negoció la tolerancia de los nazis a cambio de autorizarles a que pudiesen aparecer en público sus dos cuerpos armados, las SA y las SS, y de la promesa de que se harían unas nuevas elecciones, las de junio de 1932, que dieron a los nazis 230 diputados, más del doble de los que tenían en 1930. 
Hitler, sin embargo, pedía demasiado para colaborar con el poder, puesto que pretendía que se le nombrase canciller, lo cual obligó a ir a unas nuevas elecciones en noviembre del mismo año. Esta vez los nazis experimentaron un retroceso, de 230 a 196 diputados, y vieron cómo el partido quedaba arruinado por el coste de tantas elecciones seguidas. Con un Reichstag dividido, y tras un intento de Schleicher de formar gobierno con la colaboración de un nazi, Gregor Strasser, a lo que Hitler se opuso, parecía que no quedaban más remedios que recurrir al ejército para que asumiese el poder, algo que los militares rechazaban, o ceder a las exigencias de Hitler. 
Papen propuso a Hindenburg una combinación para formar un gobierno de coalición con militares y políticos de derecha en que Hitler tendría el cargo de canciller, como exigía, pero estaría en minoría, puesto que tan sólo otros dos nazis le acompañarían en el gobierno: Frick como ministro del Interior y Goering como ministro sin cartera encargado del gobierno de Prusia (y ministro del Interior de aquel estado). Era una combinación en que los nazis se habían preocupado sobre todo de asumir el control de los cuerpos de policía, lo que iba a facilitarles el acceso al poder en momentos en que parecían haber iniciado un retroceso electoral. 
Ludendorff, que tenía motivos para conocer bien a Hitler, con quien había conspirado en Múnich en 1923, escribió una nota a Hindenburg en que le decía: «Solemnemente profetizo que este maldito hombre llevará nuestro Reich al abismo ... Las generaciones futuras os maldecirán en vuestra tumba por lo que habéis hecho». 
En su primer discurso como canciller, el 10 de febrero de 1933, Hitler sostuvo que no iba a hacer ninguna promesa, porque no tenía programa alguno que presentar, sino que esperaba que la recuperación de la economía vendría por la fuerza de la voluntad, actuando de acuerdo con las leyes eternas de la tierra y de la sangre. Se había hecho conceder, además, una nueva celebración de elecciones, el 5 de marzo de 1933, las primeras a las que podía enfrentarse contando con los privilegios del poder. Los nazis comenzaron a prepararlas a partir de su control de la policía, destituyendo a los jefes que no les resultaban afines, a la vez que actuaban contra las organizaciones de izquierda con la creación de una «policía auxiliar» voluntaria en la que se integraron cincuenta mil miembros de las SS, de las SA y del grupo paramilitar de los Stahlhelm, que veían así legalizada la práctica de la violencia. El 27 de febrero, una semana antes de las nuevas elecciones, se incendió el edificio del Reichstag por obra de un holandés perturbado, Marinus van der Lubbe. Aunque estaba claro que se trataba de un acto individual, Hitler lo convirtió en el inicio de un levantamiento comunista y convenció a Hindenburg para que el 28 de febrero de 1933 firmase un «Decreto para la Protección del Pueblo y del Estado» que establecía un estado de excepción que facilitó a los nazis perseguir y encarcelar a sus enemigos de los partidos de izquierda y silenciar su prensa. 
Era, de hecho, el fin de la democracia en Alemania y el decreto fundacional del Tercer Reich. Su consecuencia inmediata fue el inicio de una campaña de terror en que comunistas, socialdemócratas, judíos y cualquiera que se hubiera interpuesto en algún momento a los nazis eran encarcelados o torturados por las SA por su propia iniciativa. Poco después se inauguraba en Dachau el primer campo de concentración, destinado a albergar cinco mil comunistas que no cabían ya en las cárceles. Pese a celebrarse en estas condiciones, las elecciones no dieron los resultados que se esperaba. El partido nazi, que había conseguido el 43,9 % de los votos, tuvo que contar con el 8 % de los conservadores para asegurarse la mayoría en la cámara. Decepcionado por el resultado, Hitler procedió de inmediato a poner en marcha su plan para eliminar toda la oposición organizada y tomar el control de todos los niveles del gobierno y la administración civil. Comenzó por ello a enviar comisarios del Reich a todos los Länder (estados) en que no gobernaban los nazis, donde la violencia ejercida por los nazis locales y por los grupos de las SA les facilitaba el control total de la administración. Una semana más tarde se decretaba la creación de gobernadores del Reich en los Länder, nombrados por el presidente a propuesta del canciller. En la primera sesión de trabajo del nuevo parlamento, alojado en la Kroll Opera, junto al arruinado edificio del Reichstag, Hitler pidió a la cámara una ley de habilitación que le permitiera gobernar sin interferencias durante cuatro años. Necesitaba dos tercios de los votos para su aprobación, pero los comunistas y parte de los socialdemócratas no estaban allí para oponerse y Hitler obtuvo el voto del Zentrum, presidido por un sacerdote católico, Ludwig Kaas, a cambio de la garantía de que respetaría los derechos de la Iglesia, con lo que consiguió que se aprobase, por 444 votos a favor y tan sólo los de los 94 socialistas presentes en contra, la ley de que le concedía cuatro años para legislar sin dar cuentas al parlamento. Es mentira, por tanto, que Hitler consiguiera el acceso al poder por el voto popular —en realidad era consciente de que su apoyo electoral comenzaba a decaer—, sino que lo hizo con el consentimiento de un parlamento del que estaban ausentes la mayor parte de los diputados de izquierda, expulsados de él por el terror policíaco. Desde aquel momento el Reichstag se convirtió en un mero elemento decorativo, que le renovó los poderes excepcionales en 1937, 1939 y 1943, y que en los seis años que transcurrieron hasta el inicio de la guerra no llegó a votar más que siete leyes. En mayo de 1933 se suprimieron los sindicatos, reemplazados por el Frente alemán del trabajo; en junio se liquidó el partido socialista (el SPD), los nacionalistas abandonaron y los católicos se disolvieron, a cambio de un concordato con el Vaticano que se firmó el 8 de julio. Una ley de 14 de julio de 1933 proclamaba: «El NSDAP es el único partido político de Alemania». En cuatro meses, y con la tolerancia de los representantes de las clases elevadas de la sociedad alemana, se había liquidado la democracia
Instalado en el poder absoluto, le tocaba ahora consolidar su apoyo social y asegurarse el del ejército. Para ello había de comenzar por deshacerse de la amenaza que representaban las aspiraciones revolucionarias de las SA, mandadas por Ernst Röhm, que con la absorción de otros grupos paramilitares habían llegado a alcanzar unas dimensiones extraordinarias y que actuaban con total independencia. Esta situación desagradaba tanto al mundo de los negocios como al ejército, hasta el punto de que llegaron a amenazarle con obtener de Hindenburg que proclamara la ley marcial, lo que pondría el orden público en manos del ejército. A Hitler —que en junio de 1933 había dicho a una reunión de jefes de las SA «la revolución se ha acabado»— le convenía liquidar esta amenaza, porque era consciente de que al viejo Hindenburg le quedaba poco tiempo de vida y que iba a necesitar el apoyo del ejército para evitar que se eligiese a un nuevo presidente conservador, con el propósito de acumular en sus manos el poder de la presidencia junto al de la cancillería. Las ambiciones de las SA, que pidieron formalmente reemplazar al ejército profesional como la principal fuerza de seguridad, siguieron en ascenso a lo largo de la primavera de 1934, en unos momentos en que esta milicia, que había sido una herramienta fundamental para generar la situación de violencia que permitió a los nazis el asalto al poder, resultaba ya innecesaria. El ejército se puso en estado de alerta, mientras Hitler, a quien se había convencido de que Röhm preparaba un golpe de fuerza para derrocarle, ultimaba los planes para enfrentarse al problema. El Führer dio instrucciones a Röhm para que el 30 de junio de 1934 convocase una reunión de mandos de las SA en Bad Wiessee, una residencia de vacaciones al sur de Múnich, donde Röhm estaba descansando, tras haber concedido un mes de permiso a todos los grupos de las SA. Hitler se desplazó a Múnich y, acompañado por hombres de las SS y por policías, se dirigió de madrugada al hotel, donde los jefes de las SA dormían tras una noche de borrachera. El propio Hitler arrestó pistola en mano a Röhm, mientras sus acompañantes se encargaban de los demás, que fueron conducidos a la prisión de Stadelheim, en Múnich, donde al día siguiente comenzó la ejecución de más de un centenar de los detenidos, incluyendo a Röhm. Aquella misma «noche de los cuchillos largos» se dio orden de iniciar la detención de los jefes de las SA en Berlín, operación que Göring aprovechó para detener y asesinar además a una serie de personalidades de derechas, como el general Schleicher y a su esposa o a Erich Krausner, el presidente de la Acción Católica, a la vez que al antiguo dirigente nazi Gregor Strasser, entre otros, mientras Papen era retenido en arresto en su domicilio.[5] Todo esto sucedió en secreto, sin que la mayor parte del público alemán se enterase de lo ocurrido. Hindenburg felicitó a Hitler por esta operación y el ejército se mostró complacido por la desaparición de Röhm, aunque hubiese costado la vida a un general. El jurista Carl Schmitt sostuvo que lo que Hitler había hecho era correcto, puesto que el Führer es también el juez y «sus actos son el genuino ejercicio de la justicia». Lo sucedido devolvía también la tranquilidad a los empresarios, al desvanecerse el fantasma de una segunda revolución. El 2 de agosto de 1934 murió Hindenburg; un día antes Hitler le había visitado en su residencia del este de Prusia, llevándole el texto de una ley que unificaba los cargos de jefe del gobierno y jefe del estado, de modo que el Führer se convirtió automáticamente en presidente de la república y acumuló todos los poderes. A reforzar todavía su situación vino el descrédito de dos de los mandos supremos del ejército: el del general Werner von Blomberg al descubrirse que se había casado con una antigua prostituta, y el del hombre que lo podía reemplazar, el general Werner von Fritsch, por unas acusaciones de homosexualidad que lo condenaron a los ojos del propio ejército. Hitler, que había tranquilizado entre tanto a los medios de negocios renunciando a los planteamientos de transformación económica del programa del «socialismo nacional», pudo dedicarse de lleno a la tarea de reconstrucción de la economía, con planes de obras públicas destinados a crear puestos de trabajo para aliviar un paro que había llegado al 30 %, en una línea de acción que siguió con la construcción de autopistas (Autobahnen) y con la producción de motores, pero sobre todo con el aumento del gasto destinado al rearme. Esta expansión del gasto interno, que condujo a un rápido descenso del paro, se basaba en recursos obtenidos por los métodos de financiación diseñados con anterioridad por Günther Gereke, y no por los supuestos milagros financieros del ministro de Hacienda, Hjalmar Schacht. Buena parte de estas inversiones públicas tenían una finalidad militar, una tendencia que aumentó durante el período de rearme, de 1936 a 1940, en que no sólo se invirtió en la producción de armas o en el desarrollo de la siderurgia, sino en asegurarse unos aprovisionamientos 
que no podrían obtenerse del exterior en tiempo de guerra, con la producción de gasolina y de caucho sintéticos. ¿Cómo se pagó este esfuerzo? Un hábil juego del comercio con los países de los Balcanes, mediante cajas de compensación, y los controles de los cambios pudieron ayudar, pero mucho menos de lo que la mitología del milagro económico nazi pretendía. El gasto en aumento se pagó sobre todo con el endeudamiento interior, basado inicialmente en los créditos que se concedían a una empresa fantasma, la MEFO —MEtallurgische FOrschungsgesellschaft— que no producía nada pero endosaba al Banco del Reich miles de millones en letras. Este manejo se mantenía en secreto para no engendrar un pánico inflacionario. A la recuperación ayudaron también el control de los salarios como consecuencia del desmantelamiento de los sindicatos, la limitación de los dividendos, que estimulaba la reinversión en las empresas, y la contención de los precios mediante ayudas a los agricultores. Comenzaba también, al propio tiempo, el establecimiento de un régimen de terror. Desde 1933 Hitler fue creando unos ciento diez campos de internamiento para enemigos del régimen, por los que en el transcurso de este primer año se calcula que pasaron unos cien mil detenidos, de los que fueron asesinados entre quinientos y seiscientos. En marzo de 1935 Hitler anunció la creación de una nueva Wermacht, un ejército de 36 divisiones, y volvió a instaurar el servicio militar obligatorio. Tardó poco en realizar las primeras tentativas de uso de la fuerza: el 7 de marzo de 1936 un cuerpo de veintidós mil soldados alemanes invadió la zona desmilitarizada del Rin, tomando como pretexto la amenaza que pretendía que representaba para Alemania la firma de un pacto franco-soviético. No hubo ningún enfrentamiento en este caso, sino que las potencias se limitaron a protestar. Era la primera etapa de una secuencia de actuaciones que llevarían a la Segunda guerra mundial.

Luego vendría la persecución a los judíos, minusválidos y enfermos graves, la soha, la Segunda Guerra Mundial... pero la cita ya es demasiado larga. ¿Por qué está cita tan extensa? Primero porque está magistralmente contada, y Segundo porque de ella se extraen conclusiones que son lecciones inolvidables de historia.
Me parece claro como el agua que el ascenso al poder absoluto de Hitler es fruto de la combinación de su audacia y de la debilidad de los demás. El desconcierto y la suprema parálisis de los que tenían que haberle frenado, como adivinó Churchill, fue una mezcla explosiva que nos enseña que la Democracia nunca está asegurada. El demonio había salido de la jaula, y nadie supo o quiso pararle. La República de Weimar estaba hecha añicos, lo que facilita que cada grupo de interés prefiera un Hitler que las instituciones democráticas, lo que le dio no pocos apoyos a Hitler de gente normal que estaba deseando orden, fuera cual fuese su fuente. Llegó a tener 7 millones de afiliados, aparte de un gran apoyo de la población. 
No hay cosa peor para el orden normal democrático que la debilidad, que no deja traer tras de sí la conquista del poder por el más audaz. La Democracia se defiende con la fuerza legal.
¿Y no estamos nosotros en un momento de debilidad creciente que nos abre una expectativa incierta de quién será el que se llevará la antorcha del poder? Pueden decir que exagero, pero no soy el único que piensa que la debilitación de las instituciones, promovida por este gobierno, no augura un final feliz. Este gobierno está poniendo a la justicia a sus pies, mientras que el Parlamento no es más que una caja molesta a la que puede acabar controlando por métodos totalmente legales, aunque ilegítimos. De todas formas las leyes y la Norma Suprema ya las está minando para satisfacción de los catalanes. ¿Qué poder le quedará al Parlamento una vez se haya roto España? ¿Hay límites a esa labor de ruptura institucional una vez que se ha comenzado? Me temo que no. Vamos caminando a paso de gigante hacia la muerte definitiva del régimen del 78, y, sinceramente, no acierto a adivinar qué vendrá, aunque sí creo que nada bueno. 
Alguien podría decir que la República de Weimar fue una concesión de los vencedores da la Primera Guerra Mundial. Bueno, ¿pero es que nuestro régimen actual no es una concesión de las potencias de Occidente? (Afortunadamente).
¿Es que creo - pensarán muchos -, que Sánchez es un Hitler? Por supuesto que no. Hago acopio de métodos y vericuetos por los que se puede pervertir una democracia y las instituciones que la sociedad sustenta. Si, Weimar era débil. Había pasado por una hiperinflación y luego una depresión con un paro del 30%. Pero, ¿no nos ha pasado eso un poco? España está institucionalmente rota, por una pujanza de los nacionalismos y un gobierno artificial dispuestos a trastocar el orden constitucional. Alianza del gobierno y los separatistas, más unos neo comunistas que apoyan a los separatistas. Demasiada fuerza, demasiado empuje, para que la mayoría de ciudadanos sepan qué hacer. Como si esos problemas no iban a afectar a la economía, a la sociedad. Y mientras, Europa no da signos de inquietud, no dice ni hace nada, como si éste proceso no fuera a afectarle a ellos... parte muestra simpatía por los separatistas...

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