La verdad es que la llaneza de ese título es de una solidez y de un vigor envidiable. Es así porque es una aseveración innegociable: la mejor definición de España es que es una nación invertebrada.
Ahora se prefiere la expresión “Estado fallido”, que es aplicable para muchos países del mundo. España es más que un estado fallido: es una nación fallida porque desde hace siglos - desde que cayó el “Ancien régime” de monarquía absolutista - es decir, desde la invasión napoleónica -, España no ha sabido encontrarse a sí misma. Y cuando ha tenido épocas de cierta estabilidad y acomodación a su entorno europeo, los grupos sociales de siempre han desestabilizado el tablero para inclinarlo a su favor.
En 1875 se reinstalaba, con la Restauración de Cánovas, una nación acorde con los tiempos, monarquía parlamentaria y separación de poderes. Este régimen de la Restauración puso a España al nivel político de las demás naciones europeas; acabó con las sublevaciones y guerras carlistas, que ensangrentaban y empobrecían a España. También acabó con el desastre de la I República y su alucinantes guerras cantonales, Cartagena contra alicante, Jumilla contra Murcia, y cosas que sólo en pesadillas se pueden concebir. España hollaba más y más en la invertebración.
Pues bien, en cuanto empezaron a asomarse las izquierdas marxistas-anarquistas y el nacionalismo catalán, siempre aliados, se empeñaron en volver a inclinar el tablero a su favor, y en 1917 (en plena guerra mundial y revolución soviética) montaron un acoso y derribo contra el legítimo gobierno (huelgas, manifestaciones, convocatorias de desobediencia civil, muertos) que a punto estuvo de poner todo patas arriba.
A partir de ahí no hubo un momento de normalidad. Las fuerzas anarquistas inventaron, con su doctrina alucinatoria, el pistolerismo, es decir, el asesinato en plenamente calle de mandatarios y empresarios (cuyos imagen fue conscientemente desgastada como hoy se encargan de hacer Pablo Iglesias & cia incluso desde el gobierno). El pistolerismo fue especialmente entusiasta en Barcelona, la ciudad más industrial. La inseguridad en las calles propició el golpe de estado del gobernador militar de Barcelona, Miguel Primo de Rivera, en 1923. El rey Alfonso XIII no se opuso, todo lo contrario, lo que años después le costó su corona y la extradición. La Dictadura acabó con la inseguridad y con las guerras africanas, creciente motivo de descontento social. Por eso Primo tuvo un periodo de gracia. Se le acabó pronto. En 1929 Primo de Rivera dimitió. El rey quiso volver al parlamentarismo anterior, pero no le dejaron: había apoyado la Dictadura. Entonces vino la II República, que fue de todo, pero sobre todo de izquierda radical, excluyente de toda la derecha, lo que desembocó en la Guerra Civil. No fue una República integradora, es lo menos que se puede decir.
La España Invertebrada se escribió poco antes de la Dictadura De Primo. Años de inestabilidad permanente en Europa, después de la tragedia de la Primera Guerra Mundial. Los desequilibrios europeos se dejaron notar en España, que no fue una excepción a la gran crisis europea de entreguerras, crisis financiera de 1929 incluida.
Por lo tanto, OyG no fue el único que respiró, y escribió sobre, vientos de crisis. Las estructuras políticas europeas, especialmente el parlamentarismo liberal, habían perdido su capacidad de garantizar el orden y la economía, y nuevos protagonistas estaban presentando su tarjeta de visita para hacerse cargo de la amenaza comunista, el “Fantasma que recorre Europa” (Marx-Engels). Efectivamente, hubo miedo a la expansión del comunismo, miedo que se convirtió el leitmotiv universal para justificar el fascismo. Estas violencias sociales trajeron la II Gran Guerra.
En suma, España no era la única nación invertebrada. Lo normal es que casi todos los países pasaran por crisis profundas en el periodo en el que OyG escribía su libro.
Pero España ha tenido una particularidad. Desde la guerra napoleónica no ha vuelto a participar en guerras contra enemigos exteriores. Ha vivido de espaldas al mundo, pese a los breves intentos del conde de Romanones de meterla en la I GG, y del presidente de gobierno Juan Negrín para prolongar la guerra civil hasta que estallara la II GG y nos intervinieran los aliados...
Creo, como ya he dicho, que las tesis de Ortega no se sostienen hoy en su mayoría, aunque hay una que me parece acertada: España odia a los que destacan en algo, a los que alcanzan éxito, no digamos ya si son ricos. Los españoles pueden soportar que un estrella del fútbol o un torero sean ricos, pero no un empresario exitoso que crea riqueza para todos. De ahí el desprecio, incluso el odio, a la excelencia, lo que nos lleva a la constatación de que los que nos gobiernan no son precisamente los mejore dotados para ello. Aun así, estos incapacitados se hacen ricos a través de la corrupción, que se perdona fácilmente si pertenecen a la misma bandería.
La democracia española tiene un grave fallo en esto (y en otros aspectos). Porque los que gobiernan, o aspiran a ello, se adaptan a este medio ambiente y actúan en consecuencia, primando sus intereses y los de su partido. Se ha creado un correoso círculo de profesionales de la política, que aspiran a tantísimos cargos bien pagados que hay en España, que se reparten por cooptación entre los que han resistido años de mediocridad en el partido. Se lleva mucho el honor de no haber estudiado nada “por haber trabajado para el partido” desde jovencito. Nula selección, salvo de obediencia ciega, cortedad de mente y resistencia. Así han sido las “carreras” de varios ministros de los últimos gobiernos. Semi analfabetos, incompetentes, sectarios y además, puteros. Esto se multiplica por 17 regímenes regionales con ilimitadas aspiraciones, que se miran aviesamente unos a otros. El separatismo da muchos réditos electorales, sino no se explica su extensión. En suma, toda una extensa clase extractiva que además agrede a los miembros de la sociedad más eficaces y productivos, asignatura ésta en la que suspendemos sistemáticamente. Pero no importa, aquí lo que importa es las “nivelación” de todos por el mismo rasero.
Muy difícil de enmendar este vicio que está enraizado en la España profunda, el odio a la excelencia y a la diferencia.
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