La cuenta atrás para la investidura de Donald Trump se está viviendo como un auténtico psicodrama en las capitales europeas. Excepto Giorgia Meloni, a la ceremonia no han sido invitados los principales líderes del continente, —tampoco es la tradición hacerlo— pero sí Javier Milei, Xi Jinping, el británico Nigel Farage, el francés Éric Zemmour, el belga Tom Van Grieken, el polaco Mateusz Morawiecki o el español Santiago Abascal. En Washington se va a escenificar el lunes el entierro del orden liberal tal y como lo hemos conocido, pero también la soledad y angustia a la que está abocada la Unión Europea. El European Council on Foreign Relations (ECFR), uno de los think tank estrella de ese viejo mundo en retirada, presentó esta semana un sondeo global en el que se intentan plasmar los humores sociales de once países europeos y trece potencias mundiales.
No es una impresión nueva. Es el último clavo en el ataúd de la presencia internacional de Europa, ese orgulloso paquebote, con ínfulas de buque, botado en 1945 con la bendición y ayuda del único vencedor de la segunda WW. Pues EEUU fue el ganador de esa guerra de la que salió sin un rasguño y económicamente boyante, pese a sus deudas inevitables. Esta opulencia económica se invirtió sabiamente en recuperar a un Europa devastada, perdedora de facto, si bien EEUU se preocupó muy mucho de reflotarla físicamente (plan Marshall, 1948) y sobre todo en su herido orgullo. Necesitaba una Francia fuerte como centro político en torno al cual se formara una fuerza, inexistente entonces, que hiciera frente a la amenaza soviética, que ya se había apropiado de sus países satélites. La reconstrucción económica era muy importante, empezando por Alemania, país invasor derrotado, con el enemigo a las puertas en la vanguardia de de Alemania del Este, punta de lanza amenazadora de las intenciones soviéticas.
La reconstrucción política no fue menos brillante. Cuando acabó la guerra, no casualmente, los partidos más fuertes en Europa occidental eran los comunistas, todos bajo la disciplina de Moscú, que tenía un efectivo ejército de propaganda con numerosos agentes en todos sus antiguos aliados, incluido EEUU. Era una propaganda eficaz porque no se dirigía a pregonar las bondades del comunismo, sino al camino más sutil de desprestigiar y agigantar todos los fallos, presentarlos a la luz de sus propias reglas morales. El ejemplo más conspicuo fue el caso “Saco y Vanzetti”, un vulgar crimen de dos italianos ilegales que atracaron una tienda y asesinaron al dueño. Apenas fue comentado en la prensa, hasta que los agentes en la URSS vieron que sacándole punta podían armar un escándalo… y es lo que hicieron. Les buscaron a los victimarios un abogado de esos de causas perdidas, especialista en agigantar la compasión por dos asesinos indefensos ante la voracidad de la justicia americana, nada democrática, vengativa con los más desfavorecidos. Consiguió ocupar la primera plana, como en tantas películas de Hollywood que hemos visto. Convirtió a Saco y Vanzzeti en héroes indefensos dignos de un juicio justo.
Pero al Comitern soviético lo que menos le interesaba era salvarlos, al revés. Dejó que los condenaran a muerte: mejor dos mártires para siempre que dos héroes en unas semanas caídos en el olvido. Y así fue como la sociedad americana se dividió entre buenos y malos, con al gran apoyo de Hollywood, donde ya se habían infiltrado muchos simpatizantes de una causa que no era pro comunista, sino contra el podrido capitalismo y la “farsa” de la justicia democrática. Eso minoría fue creciendo, expandiéndose, y llegó a convertirse, tras pasar por muchos disfraces, en el movimiento actual Woke.
Es claro que la caída del Muro de Berlín no fue un freno a esa dinámica negacionista que acabó infiltrando todas las instituciones, hasta La Casa Blanca. El “renacimiento” liberal de los años 80, propiciado por Reagan y Thatcher, duró veinte años que hicieron creer que “la historia se había acabado”, pero con el amargo despertar de la Gran Recesión (Gran Crisis, en realidad) en 2008 se desvaneció ese sueño de Paz y Prosperidad eternas. La Nueva Rusia democrática se bajó de ese tren y regresó a sus posiciones de partida eslavófilas. En los momentos críticos Rusia le ha dado la espalda a occidente, aunque en las dos guerras mundiales fuera nuestro aliado. Lenin aprovechó la primera para hacer su Revolución, Stalin rompió con y se enfrentó a sus aliados frente a Hiler. Putin se apoderó de Rusia gracias al caos desatado por el intento de atraerla hacia Occidente cuando la caída del muro de Berlín.
Esta simplificación excesiva (pues no habla de eventos cruciales, como Cuba, la crisis de los misiles, Vietnam, etc.), pretende constatar la sospecha, o conjetura, de que el gran Buque europeo no había avanzado más que bajo la sombre protectora de USA, gran proveedor de la Seguridad (es verdad que con la contribución no desdeñable de Gran Bretaña), y por ende financiador indirecto del famoso Estado de Bienestar que los americanos no se podían permitir. Porque hay una evidencia clara: mientras EEUUA ha mantenido voluntariamente la seguridad de Europa, lo ha logrado con una ínfima presión fiscal inferior al 30%, mientras Europa se gastaba un 40% (y mucho más) de su renta en el bendito estado de bienestar. Pero es que en aquellos lares apostaron con naturalidad por la eficiencia, y en Europa, en cambio, por el dispendio, bajo la ilusión del todo es gratis, de amargo despertar actual.
Todo este aire de fiesta se ha acabado. Los nuevos mandatarios de USA son conscientes de este gratis total a sus espaldas, y Europa es consciente de que ha sido un parque temático y que sus consignas tardías no tendrán ningún efecto. Llegan nuevas banderas políticas, y no se sabe bien como se articularán con el Nuevo Orden. Nuevo Orden que todavía no está pergeñado, a la espera que el duelo USA-China se defina (Iran ha perdido la guerra contra Israel, y por lo tanto Rusia). Europa estará entre esas dos aguas, pero lo que es casi seguro es que su crisis es de largo plazo. Su demografía es decadente, su productividad languideciendo, y su renta per capita menguante, mientras EEUU es obscenamente rica en esos tres frentes, algo que China no puede decir… (ver https://marcusnunes.substack.com/p/who-has-the-better-prospects).
Ni por supuesto Europa. Entonces es una ilusión que Europa, en los próximos años, de una vuelta completa y se ponga a construir un sistema defensivo autónomo a costa, sí o sí, de su Estado de Bienestar catatónico. Se vislumbra un futuro nebuloso, muy incierto, salvo que el viejo Orden a muerto.
CODA: en el Mundo, hoy. El siglo XX se ha terminado. Exactamente lo que he dicho:
Jason Steinhauer
3 comentarios:
Un sistema defensivo autónomo, para qué? Para protegernos del ejército ruso, que lleva ya tres años de guerra contra un país de chichiporro como Ucrania, y solo han conseguido ocupar un territorio del tamaño de Portugal? Rusia hoy NO ES UNA AMENAZA, al menos para los europeos occidentales. En cambio EEUU... que se lo pregunten a los daneses, los groenlandeses, los panameños, etc.
Ah, y los canadienses! Si no entendí mal, el actual presidente useño (el mismo que acaba de sacar de la cárcel a la turba de tarados que asaltó el Capitolio, donde varias personas perdieron la vida) les amenazó con imponerle aranceles punitivos si no aceptaban convertirse en el 51 estado de la unión. Por cierto, a los mejicanos no les ha ofrecido convertirse en el estado 52. Debe ser que son demasiado bajitos, morenos y feos.
La dura realidad es que los EEUU del plan Marshall y la contención del comunismo, que empezó con el puente aéreo de Berlín y terminó armando a los rebeldes afganos, hoy se ha convertido en un país desquiciado en manos de niños grandes.
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