La rebelión de las masas
La “Rebelión de las masas” de Ortega y Gasset es uno de los textos más importantes del siglo XX. Como dice Vargas Llosa (2010),
Hace cincuenta años falleció en España don José Ortega y Gasset, y hace 75 se publicó La rebelión de las masas (1930), uno de sus libros más importantes, acaso el que se leyó y tradujo más en todo el mundo. Dos aniversarios que deberían servir para revalorizar el pensamiento de uno de los más elegantes e inteligentes filósofos liberales del siglo xx, al que circunstancias varias –la Guerra Civil en España, los cuarenta años de dictadura franquista y el auge de las doctrinas marxistas y revolucionarias que caracterizó a Europa en la segunda mitad del siglo xx– han tenido arrumbado injustamente en el desván de las antiguallas, o, peor aún, han desnaturalizado, convirtiéndolo en un exclusivo referente del pensamiento conservador. Y entre el liberalismo y el conservadurismo, como mostró Hayek en un ensayo célebre, media un abismo.
Es verdad que Ortega hoy está “mal visto”, si no es un círculo estrecho de expertos y conocedores. Los motivos de este menosprecio que aduce Vargas Llosa son exactos, aunque yo añadiría el deplorable nivel actual de los tiempos y su apogeo de la vulgaridad e ignorancia.
No es que Ortega esté acertado en toda su larga obra. La “España invertebrada”, o “meditaciones del Quijote”, están gravemente lastrados por errores insalvables. Sin embargo, practicó una filosofía alejada de la dogmática y muy próxima a la realidad, con una intuición además muy notable, además con una perspectiva histórica notable. Y creo que es lo que debemos recuperar de él, esa intuición sin rigideces académicas, “a pie de obra”, siempre empeñado en iluminar la vida con su elegante prosa.
Hoy vivimos en el apogeo de la masificación detectada por Ortega en 1930. Masificación que ha de entenderse no en el sentido marxista de clase económica, todo lo contrario. Para Ortega, masificación es el efecto del desgaste de las élites fecundas, y la entronización del ser que cree que lo que le rodea es una cosa natural, sin historia detrás, y a lo que tiene pleno derecho. Esas élites, en una sociedad estable, serían las encargadas de nutrir, con su talento, el cuerpo espiritual básico de una sociedad libre, justa y próspera.
Como Élite, Ortega no se refiere a los políticos exclusivamente, sino también a todos los más destacados en las distintas profesiones y actividades, como médicos, ingenieros, economistas, intelectuales, etc, que con sus trabajos y opiniones fecundan a todo el entramado social. Cuando falla una articulación de individuos (no de grupos o clases) jerárquica, la sociedad empobrece y muere.
Además, contra lo que se cree comúnmente, jerarquía no quiere decir rigidez sostenida por la fuerza, todo lo contrario; se trata de una jerarquía flexible, que permite con naturalidad el ascenso de los mejores, que dan a la sociedad una estructura cultural. Ortega parte, como dice Vargas Llosa,
… de una intuición genial: ha terminado la primacía de las elites; las masas, liberadas de la sujeción de aquéllas, han irrumpido en la vida de manera determinante, provocando un trastorno profundo de los valores cívicos y culturales y de las maneras de comportamiento social. Escrito en plena ascensión del comunismo y los fascismos, del sindicalismo y los nacionalismos, y de los primeros brotes de una cultura popular de consumo masivo, la intuición de Ortega es exacta y establece uno de los rasgos claves de la vida moderna.
Con buen olfato, Ortega señala que uno de los efectos, en el campo de la cultura, de esta irrupción de las masas en la vida política y social será el abaratamiento y la vulgarización; en otras palabras, la sustitución del producto artístico genuino por su caricatura o versión estereotipada y mecánica, y por una marejada de mal gusto, chabacanería y estupidez.
¿Como se forman las élites? Se forman con la educación y la cultura, en un sistema educacional diseñado por un amplio consenso de las fuerzas políticas, aunque debe congeniarse con una oferta privada.
Si contrastamos esta intuiciones de hace cien años con la realidad actual, salta a la vista que el problema detectado en los años 1920 por Ortega se ha agravado muchísimo. Un problema que, como ya detectó el filósofo de la vida, estaba muy extendido en el mundo. Y si constatamos que se ha avanzado mucho, entonces quizás estemos, fatalmente, a pocos pasos de la extinción de nuestra forma de vida. Desde un punto de vista más lejano, digamos desde la más lejana antigüedad, hemos avanzado muchísimo) Y, entre otras cosas, lo que nos dice esa perspectiva que solo el orden de los imperios fue capaz de dar sociedades seguras y modestamente prósperas. Esos imperios cayeron, dejando unas piezas valiosas como herencia de los que vinieron después. Como decía Isaac Newton, “si venís más lejos es porque estamos aupados a los hombros de gigantes que nos precedieron”.
Como dice Harari en su best seller “Sapiens”, nuestro bienestar, tanto material como político y cultural, en democracia libertad y seguridad (valores imprescindibles y cada vez más menospreciados)… cosas que hasta hace poco tiempo eran un sueño inalcanzable, son hoy (de momento) una cosa al alcance de muchos. Los de mi generación y la siguiente, que hemos vivido en el mundo libre, no hemos conocido la guerra, una maldición omnipresente en el pasado (aunque algunos han pagado con su vida por mantener ese orden libre). Se ha reducido la hambruna en el mundo a casi cero. Sólo en África quedan bolsas de pobreza extrema. El sistema democrático, más o menos escrupuloso, se ha extendido a muchos rincones del mundo.
Aún así, este bienestar, nunca vivido en el pasado, es menospreciado por las nuevas generaciones, vendido a la baja por cualquier bagatela. Ya no hay discurso intelectivo enfrente de los valores básicos de nuestra vida. Lo más que obtenemos son frases cortas y sincopadas, que se pisotean unas a otras a gran velocidad. Son la expresión de las masas orteguianas, que se rebelan contra este orden social, quizás el más justo y más libre conocido, que amenaza con derrumbarse como un castillo de naipes, ante la mirada pasiva, o beocia, de la gran mayoría.
En todos los órdenes estamos asistiendo a esa rebelión de las masas, que han delegado su voz a viejos partidos seudo demócratas, cáscaras vacías que representan ahora intereses identitarios que han hecho trizas la igualdad de derechos, base de una democracia. Algunos ejemplos: derechos individuales hechos trizas por la profusión de leyes dictadas en favor de caprichosas entelequias; jóvenes que no vacunan a sus hijos, por las más peregrinas razones, lo cual tiene obviamente efectos colaterales sobre los demás (riesgo de contagio y pandemia); desprotección de la infancia total y absoluta, bajo la idea absurda de que el niño es un adulto con “derechos” que puede defenderse a sí mismo, cuando obviamente es un ser con derecho a ser protegido de ejemplos y abusos que pueden condicionar el resto de sus vidas; fractura total de la familia - además propiciada desde el poder -, unidad básica de la educación que ha perdido casi toda la influencia que debe tener en sus hijos…
Y luego está la guerra, que poco a poco se cierne sobre nosotros por el norte y por el sur. Guerra que amenaza con extenderse hasta nuestra orilla, a la que quizás nosotros les abramos las puertas gentilmente; al fin y al cabo, los mandarines de la guerra llevan décadas infiltrando y engordando su quinta columna en nuestro suelo.
Todo esto es una decadencia sin freno, ya muy avanzada, contra nuestro bienestar material y espiritual (por cierto, una enorme conquista que hayan venido unidos de la mano), hoy cuestionado desde cada vez más focos que, a cambio, no ofrecen ninguna alternativa articulada, sino una acumulación de caprichos de niños malcriados.
Dicen que lo único que debe prevalecer es la esperanza. Esperemos pues que aparezca una señal de que esta trayectoria es sólo un sueño de pesadilla, y que pronto volveremos a visitar nuestras esperanzas y sueños de antaño.