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DECADENCIA DE OCCIDENTE

jueves, 3 de enero de 2013

Trituración de Lucas

David Glasner desbarata de nuevo todo el tinglado teórico de la economía de los últimos 40 años. Ya habíamos comentado su brillante post "The State We' re In". Ahora, quizás de una manera más clara, en "The Lucas Critique Revisited", completa la labor de demolición. Después de esto, uno se pregunta cómo una teoría tan pueril y aprioristica ha dominado la Economía durante tantas décadas.

La Crítica de Lucas es en Economía como la piedra lunar en el centro de la Meca para los islamistas. Es (o era, hasta que la crisis ha puesto todo patas arriba) lo más sagrado para los economistas de cualquier tendencia. Algo sagrado e intocable, a lo que se iba a adorar al menos una vez en la vida. Se declaraba hereje a cualquiera que intentara construir modelos que justificaran, o abrieran la puerta, a la política económica estabilizadora. Y aunque ellos lo nieguen, es la base fundamental de la teoría e lo austéricos, que no son más que hijos putativos de Walras y Lucas. No se puede ser austérico y no reconocer pleitesía a Lucas. Hayek al menos lo hizo en su discurso de investidura del premio Nobel.

Glasner define muy bien la Critica de Lucas en los siguientes párrafos, que tomo del segundo post dedicado a este tema.

The Lucas Critique says that if a certain relationship between two economic variables has been estimated econometrically, policy makers, in formulating a policy for the future, cannot rely on that relationship to persist once a policy aiming to exploit the relationship is adopted. The motivation for the Lucas Critique was the Friedman-Phelps argument that a policy of inflation would fail to reduce the unemployment rate in the long run, because workers would eventually adjust their expectations of inflation, thereby draining inflation of any stimulative effect. By restating the Friedman-Phelps argument as the application of a more general principle, Lucas reinforced and solidified the natural-rate hypothesis, thereby establishing a key principle of modern macroeconomics.
Es decir, cualquier relación empírica descubierta entre dos variables (por ejemplo, Inflación y paro) que permita pensar que se puede dirigir una manipulando la otra (como aumentar la inflación para reducir el paro) es fútil, porque cuando los agentes vean que esa aparente relación estable se toma como base de una política monetaria activa, de inmediato los agentes (racionales) lo incorporarán a sus expectativas de inflación y frustrarán el intento.


Glasner se pregunta: si esto es cierto: ¿cómo es que no implica la relación opuesta?: es decir, un estado de desequilibrio de la macro, ¿por qué no va a determinar el comportamiento de estos mismos agentes tan lúcidos desde un desequilibrio transitorio hacia un desequilibrio acumulativo?

En otras palabras, los agentes racionales no son "racionales sumisos", que piensan en una dirección y nada más - en una dirección "Merkeliana" (por decirlo de una manera)-. Basta con dejar entrar en el modelo posibles desequilibrios para que estos inciten nuevas expectativas cada vez más lejos del supuesto equilibrio final de los puristas (o los de la "Fresh Waters" como dice Krugman, en oposición a las "Salt Waters", menos puras donde él se mueve).

Glasner, en el siguiente parráfo, dice que suponer que la macro se mueve sólo por lo que los agentes deciden en base a su racionalidad clarividente es pretencioso y prepotente. El supuesto de racionalidad y perfecta previsión del futuro entre dos posiciones de equilibrio es un supuesto imprescindible para modelar un equilibrio de tipo lucasiano. Por ello, desde la base de partida se está condicionando el resultado final: Cualquier desviación del "Camino Recto" es transitoria: los mismos agentes corregirán lúcidamente sus posiciones para que así sea.

An especial pretentious conceit of the modern macroeconomics of the last 40 years is that the extreme assumptions on which it rests are the essential microfoundations without which macroeconomics lacks any scientific standing. That’s preposterous. Perfect foresight and rational expectations are assumptions required for finding the solution to a system of equations describing a general equilibrium. They are not essential properties of a system consistent with the basic rationality propositions of microeconomics. To insist that a macroeconomic theory must correspond to the extreme assumptions necessary to prove the existence of a unique stable general equilibrium is to guarantee in advance the sterility and uselessness of that theory, because the entire field of study called macroeconomics is the result of long historical experience strongly suggesting that persistent, even cumulative, deviations from general equilibrium have been routine features of economic life since at least the early 19th century. That modern macroeconomics can tell a story in which apparently large deviations from general equilibrium are not really what they seem is not evidence that such deviations don’t exist; it merely shows that modern macroeconomics has constructed a language that allows the observed data to be classified in terms consistent with a theoretical paradigm that does not allow for lapses from equilibrium. That modern macroeconomics has constructed such a language is no reason why anyone not already committed to its underlying assumptions should feel compelled to accept its validity.
In fact, the standard comparative-statics propositions of microeconomics are also based on the assumption of the existence of a unique stable general equilibrium. Those comparative-statics propositions about the signs of the derivatives of various endogenous variables (price, quantity demanded, quantity supplied, etc.) with respect to various parameters of a microeconomic model involve comparisons between equilibrium values of the relevant variables before and after the posited parametric changes. All such comparative-statics results involve a ceteris-paribus assumption, conditional on the existence of a unique stable general equilibrium which serves as the starting and ending point (after adjustment to the parameter change) of the exercise, thereby isolating the purely hypothetical effect of a parameter change. Thus, as much as macroeconomics may require microfoundations, microeconomics is no less in need of macrofoundations, i.e., the existence of a unique stable general equilibrium, absent which a comparative-statics exercise would be meaningless, because the ceteris-paribus assumption could not otherwise be maintained. To assert that macroeconomics is impossible without microfoundations is therefore to reason in a circle, the empirically relevant propositions of microeconomics being predicated on the existence of a unique stable general equilibrium. But it is precisely the putative failure of a unique stable intertemporal general equilibrium to be attained, or to serve as a powerful attractor to economic variables, that provides the rationale for the existence of a field called macroeconomics.
In my previous post I argued that microeconomic relationships, e.g., demand curves and marginal rates of substitution, are, as a matter of pure theory, not independent of the state of the macroeconomy. In an interdependent economy all variables are mutually determined, so there is no warrant for saying that microrelationships are logically prior to, or even independent of, macrorelationships. If so, then the idea of microfoundations for macroeconomics is misleading, because all economic relationships are mutually interdependent; some relationships are not more basic or more fundamental than others. The kernel of truth in the idea of microfoundations is that there are certain basic principles or axioms of behavior that we don’t think an economic model should contradict, e.g., arbitrage opportunities should not be left unexploited – people should not pass up obvious opportunities, such as mutually beneficial offers of exchange, to increase their wealth or otherwise improve their state of well-being.
De la Crítica de Lucas salió una forma nueva de ver la economía que conquistó todas los centros académicos del mundo. Incluido un centro que hasta dos días antes había sido keynesiano: el Banco de España. Era la moda y la moda científica se convierte en dogma en las provincias más alejadas del imperio. Como ya he dicho, la izquierda adoptó con entusiasmo el Dictum. Solchaga era el que susurraba la consigna a Felipe. Creyeronlo adaptable a la Social Democracia felipista. Y es que, como arma de propaganda, no tenía precio para dulcificar a los mercados mientras se perpetraban las desviaciones fiscales de Felipe o Zapatero.

Los de derechas se durmieron sobre su "Novocentismo" (austríacos) o austerismo, desdeñando, porque exigía una gran altura matemática, a Lucas y sus seguidores. Siguen el curioso método de definir unas premisas sobre la cuales construyen un castillo de Naipes pueril, que ni por asomo se acerca a la realidad. Luego falsean la historia para adaptarla al castillo de naipes. Patético.

Por una vía (Lucas para los sociatas) o por otra (austriacos para la derecha), todo confluye a lo mismo, que ha sido lo que el Banco de España ha predicado viniera o no a cuento. El problema del momento (fuera el paro, o la productividad, o las exportaciones) era un problema de meter en cintura al mercado laboral, fuera quien fuera quien gobernara. Ni estabilidad financiera, ni modelo social, ni mercado de capital, nada importaba salvo eso. Tal pobreza de ideas es patético, y trágico en sus consecuencias. Explica por qué unánimemente se aplaudió con las orejas la entrada en vigor del euro.¡Claro, Expectativas Racionales, salvados, España entraba por la puerta de atrás en la modernidad lucasiana! Pocas veces se ha visto una manipulación tan antidemocrática con la complicidad de los partidos más importantes y, lo que es peor, la profesión en bloque.

 

Como el keynesianismo, Lucas se convirtió en arma propagandista. Eso es inevitable en economía. Pero cuando se acusa a Keynes de todos los males del pasado, si se es objetivo, ha de reconocerse que la "Crítica de Lucas" ha sido igual de mal utilizada y de politizada. En el sentido contrario, claro. Sin embargo, en el keynesianismo hay un intento por reconocer la realidad, aunque sea a brochazos, que en la economía posterior, con su delicadeza matemática, desaparece.

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