Siguiendo a Antonio Escohotado ("Los enemigos del comercio"), en su fina disección del volumen I del Capital, de Karl Marx, vemos que éste llega a mostrar una preferencia absoluta, sin rubor alguno, por las sociedades oscuras, donde no había comercio, apenas había dinero, y por ende el trabajador no percibía un salario. Para Marx, el salario es la engañifa del trabajador, un camelo alienador, no porque sea injusto, que lo es, sino es que además está expresado en dinero. De ahí sale la teoría del Valor Trabajo, por la que todo asalariado es explotado por quien lo contrata, pues una vez percibido el precio de su producto, se queda con una diferencia que es la plusvalía. La competencia por la plusvalía lleva a un ejército de trabajadores cada vez más pauperrimos, a una quiebra tras otra de empresas que son absorbidas por las más fuertes, pero la ley de los rendimientos decrecientes de Jevons lleva a beneficios cada ves menores y un ejército de trabajadores crecientes, que "toman conciencia" de su robo y asaltan el poder.
Sin embargo, esta exposición lineal es falsa, porque el camino trazado por Marx es complejo e inescrutable, como el de Dios. Veamos sus piezas principales, no sin advertir antes de que Marx pretendía ser "científico" , no moralista, como lo habían sido sus antecesores. Es difícil no ver al apasionado moralista en cada palabra escrita.
Pero a él Poco le importa que haya trabajos de distinta calificación o productividad. Eso le obligaría a aceptar que tiene que haber remuneraciones distintas en función de esa calidad diferencial. Pero no. Para Marx todo el trabajo incorporado en la mercancía vale según él tiempo de trabajo necesario - dado el estado de las artes- para obtenerla. Una vez eliminado el obstáculo de la calidad del trabajo y su distinta recompensa, es más fácil "demostrar" que el beneficio del capital es un robo. Ergo, la propiedad es un robo. Hemos llegado a una conclusión. Roussionana por vericuetos inimaginables para el filósofo.
La raíz de lo maligno en la sociedad avanzada capitalista es, pues, haber "desnaturalizado" la mercancía con el dinero y el mercado, cosa que no hacían los Incas (sic). Ergo, los incas, la Edad Media, etc, dieron sociedades "mejores", "más auténticas", que la actual. La civilización, ¡ojo! Parece haber hecho progresos, pero sólo lo parece:
2) La teoría del Valor Trabajo. Esta es la piedra angular de todo el edificio Marxiano.
Sin embargo, esta exposición lineal es falsa, porque el camino trazado por Marx es complejo e inescrutable, como el de Dios. Veamos sus piezas principales, no sin advertir antes de que Marx pretendía ser "científico" , no moralista, como lo habían sido sus antecesores. Es difícil no ver al apasionado moralista en cada palabra escrita.
1) La mercancía. Marx empieza diciendo que todo está envilecido por el dinero, hasta la mercancía más común, al ser vendida/comprada en el mercado. Una mercancía, dice, tiene un contenido social que el mercado oculta y envilece. Pone el ejemplo de una mesa, "un simple trozo de madera", metamorfoseado en:
«A primera vista, cualquier mercancía parece ser una cosa trivial, de comprensión inmediata. Pero su análisis muestra que es un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y maliciosas insinuaciones teológicas [...] Se modifica la forma de la madera, por ejemplo, cuando con ella se hace una mesa. No obstante, la mesa sigue siendo madera, una cosa ordinaria, sensible. Pero no bien entra en escena como mercancía se trasmuta en cosa sensorialmente suprasensible. No sólo se mantiene tiesa apoyando sus patas en el suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías, y de su testa de palo brotan quimeras mucho más caprichosas que si, por libre determinación, se lanzara a bailar»[ 1073]. Ser mercantiles —en vez de sociales—confiere a los objetos «una fantasmagórica relación entre cosas […] y a esto llamo fetichismo adherido a la mercancía»[ 1074]. Sea cual fuere el objeto, tasarlo con algún precio crea un «jeroglífico social» y «solo al movernos hacia otras formas de producción se esfuman toda magia y fantasmagoría»
Lo importante para Marx no es que la mesa sea no o mala, bonita o no (sentimiento burgués, por cierto), sino que está hecha por trabajo. Las mercancías, según él, tienen un valor de uso y un valor de cambio. Toda la nobleza reside en el primero, toda la vileza en el segundo. Pero son nociones abstractas que no tiene relación con la apreciación subjetiva del posible comprador, que debería pagar un precio igual al trabajo incorporado, sea cual fuere su preferencia.
El precio nivela toda cosa al convertirla en algo equivalente a más o menos dinero: «Como valores de uso las mercancías difieren ante todo por su cualidad; como valores de cambio solo pueden diferir por la cantidad». De ello se sigue que nada quede en ellas del productor «salvo una misma objetividad espectral, una mera gelatina de trabajo humano indiferenciado».Marx añade: «He sido el primero en exponer críticamente la naturaleza bifacética del trabajo contenido en la mercancía, eje en torno al cual gira la comprensión de la economía política»[ 1070]. La dualidad valor de uso/ valor de cambio divorcia al productor de la cosa producida, y no puede considerarse una constante cultural atendiendo a alternativas sociales como «la comunidad paleoíndica, el Estado inca, etcétera, donde el trabajo está dividido socialmente sin que por ello sus productos se transformen en mercancías»[ 1071]. La «unidad social» del producto empieza a ser un «secreto celosamente guardado» desde la normalización del trueque, «aunque solo hiere la vista burguesamente obtusa del economista cuando aparece ya consumada con el dinero»[ 1072], y estabiliza una sociedad en la cual «a medida que el trabajo pasa a ser más fecundo se reduce la magnitud de valor de esa masa total acrecentada». Semejante catástrofe se mantiene oculta por la propia forma egoísta del intercambio, que Marx presenta como un filtro perceptivo deformante.
Como es obvio, la verdad es justamente al revés. El precio tiene un componente de preferencia del consumidor, al que le importa una higa cuánto tiempo de trabajo incorpora. Lo que le importa es la calidad, durabilidad, utilidad, belleza, etc, combinados en proporciones variables y personales. Si prefriere una sinfonía de Bethoven pagará más por ella que por un concierto de rock, valga el ejemplo. La libertad de elección está íntimamente ligada a la libertad a secas. Contra lo que pregona Marx, el dinero nos permite elegir, ergo es un avance en la libertad.
Pero a él Poco le importa que haya trabajos de distinta calificación o productividad. Eso le obligaría a aceptar que tiene que haber remuneraciones distintas en función de esa calidad diferencial. Pero no. Para Marx todo el trabajo incorporado en la mercancía vale según él tiempo de trabajo necesario - dado el estado de las artes- para obtenerla. Una vez eliminado el obstáculo de la calidad del trabajo y su distinta recompensa, es más fácil "demostrar" que el beneficio del capital es un robo. Ergo, la propiedad es un robo. Hemos llegado a una conclusión. Roussionana por vericuetos inimaginables para el filósofo.
La raíz de lo maligno en la sociedad avanzada capitalista es, pues, haber "desnaturalizado" la mercancía con el dinero y el mercado, cosa que no hacían los Incas (sic). Ergo, los incas, la Edad Media, etc, dieron sociedades "mejores", "más auténticas", que la actual. La civilización, ¡ojo! Parece haber hecho progresos, pero sólo lo parece:
La civilización parece haber hecho progresos, aunque en «la tenebrosa Edad Media europea las relaciones de dependencia entre personas no aparecen disfrazadas como relaciones sociales entre cosas», y el «proceso material de producción solo perderá su místico velo neblinoso cuando hombres libremente asociados lo sometan a su control planificado y consciente»[ 1075].
Por eso la modernidad es una "tragedia", nada menos. Mas tragedia que la peste negra de la Edad Media, en la que murió más de un tercio de la población europea, y en la que no había propiedad.
La tragedia de la modernidad es precisamente que «el proceso de producción domina al hombre, en vez de ser dominado por el hombre». Recapitulando, «el enigma contenido en el fetiche del dinero no es sino el enigma, ahora visible y deslumbrante, que encierra el fetiche de la mercancía»[ 1076].
Su tortuoso razonamiento, que él llama, el "primer socialismo científico", prosigue incansable:
2) La teoría del Valor Trabajo. Esta es la piedra angular de todo el edificio Marxiano.
La sección tercera introduce el plusvalor (surplus value, Mehrwert) como «exceso del valor del producto sobre la suma del valor de sus elementos», entendiendo que «todo beneficio es una forma transfigurada del hurto de trabajo, gracias a la cual la mercancía desdibuja y borra su origen y el secreto de su existencia»[ 1078]. Comparada con alegatos previos, «esta teoría de la explotación tiene el mérito de ser inevitable e independiente de cualquier intención individual»[ 1079], una ventaja compensada por el compromiso de probar que la sustracción de trabajo es un factor constante, cuya entidad determina no solo los precios sino la orientación del proceso económico.
Esta "teoría" es científica porque el papel de obrero y el empresario es determinado por fuerzas históricas que no pueden controlar. No es que el patrono sea un ladrón, es que las condiciones de producción son las que tocan. Sin embargo, lo que dice no tiene nada que ver con la realidad que le circunda:
La pregunta inmediata es qué encaje tiene en esta teoría el trabajador por cuenta propia, pues en Europa occidental hay entonces uno por cada tres empleados[ 1080]. Si la acumulación capitalista procede sustrayendo al asalariado gran parte de su trabajo, ese tercio del censo laboral habrá de considerarse una salvedad, libre para disfrutar de su esfuerzo sin expolio alguno, y del análisis previo se deduciría incluso una invitación más o menos indirecta a autoemplearse.
Pero Marx descarta como trabajador (Arbeiter) al autónomo, borrando de paso cualquier diferencia entre empresarios, banqueros e inversores. Considera el mundo actual la visión de un futuro dominado por la guerra entre gigantescos conglomerados industriales, por más que al publicarse el libro (1867) dos terceras partes del empleo dependen de la pequeña y mediana empresa, con plantillas comprendidas entre 6 y 40 empleados[ 1081]. Puesto que su meta es abolir los negocios en general, se suprimen dos asientos antes fundamentales del Debe —remunerar el trabajo de quienes los gestionan, y devolver el dinero tomado a crédito por cada uno—, y los costes de producción se reducen a amortizar el desgaste en la maquinaria.
Una vez firmemente instalado en la metafísica, todo vale. Además, tiene que acabar antes de la nueva teoría del valor emergente, la teoría marginalista, consiga explicar las cosas con la sencillez que a él no le interesa. Necesita la teoría del Valor Trabajo como piedra angular de su edificio. De modo que para Marx no hay empresario bueno, aunque sea autónomo. Es sospechoso de vender por encima del valor de su trabajo incorporado. Que haya invertido en maquinaria no le redime, ni que haya ahorrado el fruto de su trabajo pasado para invertir y mejorar su producto.
Finalmente, Marx se lanza a demostrar que todo «beneficio» es estafa con ayuda de un aparato algebraico basado en calcular el valor por tiempo de trabajo, mediante una «conversión» del plusvalor en precios[ 1083]. Si los precios dependiesen realmente del labour-time, una paloma de las dibujadas en dos segundos por Picasso valdría miles de veces menos que pintar la caseta del perro, por ejemplo, y poco después el marginalismo o teoría del valor-utilidad zanjará cualquier debate al respecto. Pero el tratado de Marx representa la cumbre del cómputo hipotéticamente objetivo, donde en vez de una plusvalía que mide la revalorización automática (o «no ganada») de inmuebles y otros bienes[ 1084] aparece un plusvalor «absoluto», inherente al fetiche mercantil en cuanto tal. Ese Mehrwert abarca toda suerte de formas adoptadas por el «beneficio», pues «la producción capitalista no es mera producción de mercancías sino esencialmente una producción de trabajo impagado: el obrero no produce para sí mismo, sino para el Capital».
3) Finalmente, la apoteosis final. O la apocalipsis, pues hay veces que es difícil no comparar a Marx con un profeta. Si el salario no es participación en lo producido, sino una mera caridad de subsistencia, pq dinámica del capitalismo impone una competencia feroz por la plusvalía, los capitalistas se ven impelidos a acumular cada vez más en capital circulante, o en masas de trabajadores cada vez peor pagados,
A esto llama Marx «creación de plusvalor relativo», pues se consuma multiplicando la cantidad de operarios peor pagados —que son las mujeres y los niños—, «intensificando la duración y exigencia del trabajo» y manteniendo siempre el salario en niveles de estricta supervivencia. La consecuencia de ello es una «distribución igual» de inversiones en todo tipo de ramas comerciales e industriales, pues en todos reina la ley de recortar gastos en capital constante (aquello que acabaría llamándose I + D + I).
Todo lo que no sea explotación del trabajador para aumentar la plusvalía es, según Marx, no rentable. como hemos dicho antes, la inversión en capital dijo sustitutivo de trabajo, como I+D+I es un camino a la quiebra. Pero, ¡ah! la competencia arrastra a las empresas a desaparecer, ser absorbidas por otras, y como la ley de los rendimientos decrecientes es inapelable, se destaca el Apocalipsis marxista:
Paralelamente a la constante disminución del número de magnates del capital, que usurpan y monopolizan todas las ventajas, aumenta el cúmulo de miseria, opresión, esclavitud, degradación y explotación; pero al mismo tiempo crece la revuelta de la clase trabajadora, una clase cuyo número va siempre en aumento, y que es disciplinada, unida, organizada, por el propio mecanismo del proceso de la producción capitalista. El monopolio del capitalismo se convierte en una traba para el modo de producción que ha surgido y florecido con él, y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un estado en el cual se vuelven incompatibles con su envoltura capitalista. Esta envoltura estalla. Tocan a muerto por la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados.»
Esa predicción fracasada, de tono apocalíptico, se ha desenterrado en las grandes crisis, pues los "desheredados de la tierra" han visto la oportunidad de acabar con tan nefasto sistema de producción. Sin embargo, contra lo predicho por Marx, no pudieron los paises capitalistas maduros, "próximos a su derrumbe", son laomiembros se implantó El nuevo Evangelio, sino en la Rusia semifeudal, sin industria y protocapitalista.
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