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DECADENCIA DE OCCIDENTE

lunes, 2 de mayo de 2016

Kessler. De vuelta a casa tras la guerra

Por la tarde he llegado a Weimar. El antiguo cochero estaba en la estación. Mi perro me recibió con delirante y conmovedora alegría. Mi casa aparecía prodigiosamente intacta casi después de años de acontecimientos tan colosales: joven y clara en las horas tardías, bajo las brillantes luces encendidas, despertada del sueño como la bella durmiente; los cuadros impresionistas y neoimpresionistas, las hileras de libros en francés, inglés, italiano, griego, y alemán, las figuras y figurillas de Maillol, sus mujeres lujuriosas, con un asomo de corpulencia, su bella joven desnuda tras el pequeño Colin, como si fuese todavía 1913, y las muchas personas que estaban aquí y están ahora muertas, desaparecidas, así como los enemigos que pudieran regresar y reanudar la vida europea. Me parecía un pequeño palacio de las Mil y una noches, lleno de toda clase de tesoros, de símbolos y recuerdos medio desvaídos que alguien llegando aquí desde otra época sólo pudiera beber a pequeños sorbos. Encontré una dedicatoria de D’Annunzio; cigarrillos persas de Isfahán traídos por Claude Anet; la bombonera del bautizo del niño menor de Maurice Denis; un programa del ballet ruso de 1911, con fotos de Nizhinski; el libro secreto de lord Lovelace, nieto de Byron, acerca de su incesto, que me enviara Julia Ward; libros de Oscar Wilde y Alfred Douglas con un carta de Ross; y, todavía sin abrir, la edición de lujo de Robert de Montesquiou, jocosa y seria, fechada en el año anterior a la guerra, sobre la bella condesa de Castiglione, a la que fingía amar póstumamente, cuyo camisón yacía en un joyero o cofrecillo de cristal en una de las habitaciones de él.
 ¡Con qué monstruosidad se confabuló el destino a partir de aquella vida europea, precisamente a partir de ella!, de la misma manera que a partir de los juegos pastoriles y del espíritu delicado en la época de Boucher y Voltaire emanó la tragedia más cercana y sangrienta de la historia. Todos sabíamos que la época no se encaminaba hacia una paz más sólida, sino hacia la guerra; pero a la vez no lo sabíamos. Era una especie de sensación flotante que, como una pompa de jabón, reventó y desapareció de súbito sin dejar rastro, en cuanto estuvieron a punto las fuerzas infernales que borboteaban en su seno.

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