Madrid, 1 de la madrugada. Ruido en la calle: ¿Una moto, un helicóptero, un beodo haciendo pis? NO: es un empleado de Gallardón pintando rayitas azules con una máquina infernal, que, además de hacer un ruido penetrante de cojones (porque penetra por semejante parte), hace sonar una bocina cada vez que se gira. Pííp-pob; rurururu-pip-pip. De vez en cuando, suena la voz del conductor, que habla con el camión-nodriza: ¡ya voy! Como buen español, se tomará un bocadillo cuando le pete, pero con la máquina encendida, no vaya a ser que nos acostumbremos al silencio nocturno. Me pregunto porqué, desde que nací en esta bendita ciudad, ha pasado esto con cualquier régimen civil, político o militar. Da igual: Desde Franco en vida, ha habido campañas oficiales pro silencio, que el propio alcalde se ha saltado a la torera.
Aquí se asfalta de madrugada, se taladra de madrugada, mientras medio Madrid está berreando de juerga y el otro medio intenta dormir. Empiezo a comprender a los que se van de botellón. Por lo menos tienen el placer de incordiar a otros. Debe ser que da gustirrinín.
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