El racismo no nace ni muere, únicamente se transforma.
Hay una serie en Netflix (ignoro si en otra plataforma) que es fascinante. Se llama Greenleaf, que es el apellido de una familia de negros americanos - orgullosos de ser negros - que son dueños de una iglesia de Gospel -cristianismo para negros -, ricos opulentos (hay que ver las casas y los coches que se gastan, la ceremonia con que se relacionan - Obispo es el jefe del clan, su esposa “primera Dama” -, y un continuo run run de “Dios es compasivo”, “Constantemente”, debe contestar con una sonrisa el aludido... cuando algún hijo quiere hablar con su madre no dice dónde está mamá, sino dónde está las la primera dama.
Pese a lo cual, las magullerías, zancadillas y peleas familiares se desarrollan como si Dios no existiera, aunque se agarran a él como un Salvador, pues de Él han conseguido el tener tantos bienes materiales que, al parecer, se les debe por estar adheridos a su dignidad purpúrea.
Naturalmente, están integrados perfectamente en la vida civil americana, a la que no discuten salvo... ¡que es blanca!
Sí, nuestros amigos Greenleaf son perfectamente racistas, y cuando una congregación quiere hacerles una OPA más o menos amistosa para consolidad el negocio, se niegan porque el proyecto implica una congregación mixta de negros y blancos. Blancos, ni hablar.
Hay que ver al obispo en su esplendor cuando dice misa o cuando está en su casa, para la que tiene una colección de chándales que te quita el hipo de lo lujosa y hortera que es.
Tienen problemas de cuernos y de sexo que les estalla en la cara regularmente, lo que da naturalmente amenidad a la serie...
Pero lo bueno de ésta es que hace poco creíble la fe de estos payasos, cuando dicen creer en Cristo y rechazan a los blancos como netamente inferiores. Esto demuestra para mí, en la medida que sea veraz, y no tengo dudas para creerlo, que esto del racismo existirá siempre.
¡No se la pierdan!
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