"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

miércoles, 1 de marzo de 2023

Jrushchov y Ive Montand

Ive Montand, a quien los presentes deberían conocer (me temo que no), fue a cantar a la Rusia Comunista en 1956, en el apogeo de su fama. Era tan popular, que Jrushchov (personaje clave el el siglo XX), máximo dirigente de la URSS, le organizó una cena con grandes dirigentes del partido (entonces el Partido era sagrado y omnipotente). Montand ya tenía dudas sobre el Comunismo, su fe de juventud, tras la invasión de la URSS de la Hungría rebelde de 1956, con miles de muertos (supongo que ni les suena). Poco antes, Jrushchov había denunciado los crímenes de Stalin, que estremecieron al mundo.
En esa cena tuvo lugar la siguiente conversación, reconstruida sobre los recuerdos del gran cantante y de su mujer, Simone Signoret. 

Mólotov tiene la mirada fija detrás de sus lentes. Jrushchov bromea: —¡Hemos metido en cintura a los húngaros, hemos restablecido el orden y les mandaremos tantos consejeros como sea necesario! Simone Signoret, a su vez, interviene con una voz dulce. —¿Cómo han podido ustedes hacer eso? ¡La intervención del Ejército Rojo en Budapest es incomprensible para nosotros! —¿Así que no solo los fascistas están contra la intervención? Simone, sin perder la calma, dice: —No, señor Jrushchov, los comunistas también están trastornados, como nuestro amigo Claude Roy. Y los compañeros de camino, como usted dice: Vercors, Gérard Philipe. También ellos se quedaron consternados al ver los tanques que habían vencido a Hitler aplastar a los obreros húngaros. —No comprenden que, en Budapest, hemos salvado el socialismo de la contrarrevolución. Montand sonríe al relatar aquella cena increíble, durante la cual dos artistas franceses plantaron cara a los dignatarios del Kremlin. Asiente con la cabeza, sumido en sus recuerdos, que restituye sin vacilar. Representa cada personaje uno tras otro, como si fuera una obra de teatro. Imita a Jrushchov, hace movimientos con los ojos y adopta el acento ruso. Imita el mutismo de la momia Mólotov, que estuvo en la guardia cercana de Stalin y que vio desfilar por sus lentes de maestro de escuela la maldad del siglo rojo. —Pero también antaño tomasteis a Tito por un contrarrevolucionario y un traidor. —Fue un error del pasado. —¿Así que no hay posibilidad de error del presente? —Señor Montand, para comprender lo que ocurre en Hungría, hay que remontarse a Stalin. Liquidó a millones de personas. Toda la vieja guardia bolchevique fue eliminada en procesos amañados en los que las confesiones se obtenían mediante extorsiones.
Montand está sentado en el lugar que ocupaba Mikoyán treinta y cuatro años antes. Se pone de pie, hace como que levanta una copa inexistente. —Mikoyán se levantó y dijo: «Por la pravda». Simone se levantó a su vez y dijo: «¡Por la pravda, pravda la verdad! No el periódico». 
Se pusieron a reír con educación. La broma era tan vieja como la Revolución de Octubre. Montand mira la mesa en silencio, como si todavía estuviera frente a Jrushchov. —Fue una gran velada, una bonita velada. Pudimos decir lo que pensábamos de verdad, sin censurarnos. Y Jrushchov contó todos aquellos horrores delante de sus colegas del Politburó. Eso significa que también los implicaba. 
Tuvimos nuestro pequeño XX Congreso para nosotros. ¡Por sí sola, aquella cena justificaba el viaje! Montand sale de la habitación. De nuevo, pasillos largos como crujías de transatlántico, una sucesión de salas pequeñas o grandes y nos encontramos detrás del inmenso escenario. La orquesta sigue ensayando. 
Montand escucha, con aspecto emocionado, a la vez que contempla el auditorio, las tres mil quinientas plazas que trepan hasta el techo. ¿Se imagina en ese mismo escenario, dando saltitos mientras canta Les Grands Boulevards? Parece concentrarse, sumido en sus recuerdos. Después, la tapadera de la memoria se cierra. Está de nuevo aquí, en Moscú, en junio de 1990. —A mi regreso de la URSS, vuelvo a ser yo mismo. He perdido mis certezas. Conservo mis convicciones. Continúo esperando. Ya no creo.
Creo que es un testimonio inusual e importante sobre el desengaño de los comunistas que creía no estar luchando por la Libertad. (Fuente: Patrick Rotman, “Ivo y Jorge”.)

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