"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

martes, 31 de diciembre de 2024

La representación del mundo II

Al principio de todo fue el Big-Bang.
 
“ Cierra los ojos. En un instante que oscila entre los veinte y los diez mil millones de años en el pasado, toda la masa y toda la energía del universo se concentraban en la punta de un alfiler; su densidad era tan grande que la curvatura del espacio-tiempo tendía al infinito. 
Cuanto ha sobrevenido después, las galaxias y los soles, los bichos y las ballenas, la Odisea y Taylor Swift, tú que me lees y yo que te escribo, tiene su origen allí. 
Imposible saber si hubo algo antes, puesto que el tiempo también vio la luz en ese parpadeo. A partir de aquel aleph, el universo no ha cesado de expandirse, aunque no sepamos si continuará desperdigándose sin tregua o si le aguarda un final tan calamitoso como su inicio. 
Conforme aquel diminuto cosmos empezó a enfriarse, las primeras partículas se separaron como una familia mal avenida. Al rozar los diez mil grados, el proceso generó fotones, electrones y neutrinos, con sus respectivas antipartículas, más unos cuantos protones y neutrones. Unos cien segundos después, estos materiales se amalgamaron para formar deuterio; luego, amasaron helio con unas pizcas de litio y de berilio: el disparo de salida de la tabla periódica. Las pausas del universo no transigen con nuestra cronología y durante miles de años no pasó nada digno de mención: un silencio que ninguna inteligencia pudo gozar o lamentar. Al cabo de trescientos ochenta mil años, ocurrió la recombinación: los electrones se unieron a los núcleos producidos con anterioridad y dieron origen a los primeros átomos neutros. Su carácter cuántico le otorgó textura a la radiación cósmica de fondo e hizo posibles aglomeraciones locales de materia: las primeras nebulosas. Entonces las regiones más densas del espacio se condensaron para dar paso al desbarajuste de las galaxias, en las cuales brotaron gigantescas armas nucleares —las estrellas— que al colapsarse generaron supernovas y agujeros negros. Residuos de residuos de las nubes modeladas en aquella cocina celeste son los materiales pesados que desde entonces danzan en torno a sus respectivos soles, incluida la Tierra y sus ansiosos habitantes. Este es el inicio de nuestra historia: un relato inverosímil de no ser por el apabullante alud de pruebas en su favor. Lo más sorprendente es que las probabilidades de que algo así ocurriera eran nomínimas: de entre los innumerables universos posibles, vivimos justo en aquel cuya velocidad de expansión se halla muy cerca de la medida crítica para no colapsarse en el camino e impedir la aparición de la Vía Láctea, el Sol y la Luna, el meteorito que acabó con los dinosaurios, las algas y los mosquitos, los primates y Donald Trump. 
¿Seremos los ganadores de una lotería imposible o vivimos en el único universo donde habríamos podido crecer y multiplicarnos? Las respuestas a estas preguntas no entran en el terreno de la ciencia ficción, sino de la ficción pura: ¿se habrá sucedido una miríada de experimentos cósmicos fallidos y, en esa pléyade de fracasos, atestiguamos uno de los pocos —acaso el único— que requirió nuestra presencia? 
Una opción menos autocomplaciente —el principio antrópico esparce cierto tufo narcisista— fue propuesta por Stephen Hawking: un universo finito, sin fronteras ni bordes, donde el tiempo no fluye linealmente, tal como lo experimentamos, sino donde todo está de una vez allí, semejante a la superficie de la Tierra, que es a la vez infinita e ilimitada, sin un antes ni un después.
De acuerdo con esta fantasía, el tiempo del universo, al cual los físicos llaman imaginario, sería el real. Frente a los mitos que han encandilado a las culturas antiguas y modernas con su cohorte de dioses y demiurgos, el big bang no se queda atrás. Como ellos, es producto de la rabiosa imaginación humana, pero de una imaginación peculiar, la de la ciencia, obligada a cuadrarse ante reglas estrictas y cuya capacidad para anticipar el futuro necesita no ser desmentida. Quédate con esta escena: al despertar una mañana, luego de un sueño intranquilo, te descubres en el único universo donde habrías podido despertar.”

de Jorge Volpi, La invención de todas las cosas 


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