La Cumbre europea aprueba "en el vacío" la ampliación del Fondo de Rescate, de 250 mm a 440 mm € efectivos: a medias, pues no se llega a un acuerdo sobre de dónde sale el dinero. Todo queda aplazado hasta junio. Mientras, Portugal se desangra un poco más: S&P ha rebajado de nuevo la calidad de su deuda, y eso dispara las primas de riesgo.
España, en cambio, se desmarca, pues -dicen- Zapatero gana credibilidad con sus reformas (sic): la deuda española "aguanta".
¿Qué reformas? ¿No será por la persecución de la economía sumergida que ha anunciado? Suena a otra medida tontiloca que no va a servir para aflorar nada. Las cajas buscan dinero como desesperadas entre fondos de inversión, y Hedge Funds antes del día 10 de abril, límite para presentar sus planes de recapitalización privada y no ser nacionalizadas. Pero no encuentran compradores: la gente no sabe muy bien qué hay dentro de sus balances. Todos ponen en duda la cifra oficial de "sólo" 15 mm. Nadie sabe. Menos, el BE.
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Hace 500 años, Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano (un título honorífico, pero en el que él creía y quiso hacer realidad) , intentó hacer un Concilio para integrar a los "nuevos" cristianos de Alemania en la Iglesia, y así sofocar la rebelión religioso-política en una buena parte de sus dominios. Su interés era meramente político: quería que Lutero aceptara una reforma de la Iglesia (que se venía reclamando insistentemente por la rama erasmista) en la que cupieran todos, los "viejos" y los "nuevos": era el sueño imperial de un césar y una religión. Pero el Papa Paulo III no estaba por la labor de ceder ni un milímetro del dogma, y no lo hizo. Si cedía los más mínimo, adiós el monopolio del estado Vaticano: el imperio carolingio hubiera acabado tragándoselo todo. Por otro lado, era una conciliación difícil: las diferencias se habían agigantado; pero el Papa, en el concilio de Trento, la hizo imposible: consiguió astutamente acentuar las diferencias con los protestantes en vez de reducirlas (como quería el emperador), y definió la doctrina de manera tal que los luteranos no pudieran aceptarla. Manejó el concilio a su antojo, acelerando los temas doctrinales de división y retrasando los demás, cuando el emperador quería lo contrario, ofrecer al final de sus guerras la reforma como rama de olivo. Para boicotear los planes del emperador, contó con la inestimable colaboración de Enrique II de Francia, que tampoco estaba por la labor de verse asfixiada por el poder del imperio. A su vez, Francia amenazaba al Papa con un concilio "galicano", de independencia de su iglesia respecto a Roma, lo que sería un duro golpe al papado. Paulo III -y sucesores- supieron jugar muy bien entre esos dos poderes para frenar las ambiciones de su teórico aliado, Carlos V (y su hijo Felipe II). Cada uno jugó sus bazas según sus intereses. Inglaterra también, y en ese proceso, aprovechó para reforzar sus diferencias frente al sueño de unión estatal y religiosa de Carlos V.
Europa quedó definitivamente dividida, y con los años, esa división ha ido generando conflictos, aunque el emperador y su imperio se deshicieran, España pasara de la cabeza a la cola... y sigue viva esa división, camuflada tras la UE y el euro.
¿Tienen algo que ver esas divisiones con las de ahora? tienen que ver en el sentido de que fue una de las oportunidades de unir a todos, y fracasó por un monje alemán cabezota y un papa astuto. Tampoco sabemos si esa unión imperial -por la fuerza de las armas- hubiera sido buena. Intentos posteriores, como el de Napoleón, fueron ampliamente contestados. (Y no digamos el de Hitler.)
La división de intereses es profunda, por mucho que se diga que a todos nos interesa lo mismo. Véase: la guerra de libia (Francia sí, Alemania no, ¿España sí?), el rigor económico (en el norte, no en el sur), la división Inglaterra-Continente, La "nueva" Europa (Polonia, Hungría, etc.) y su inclinación por EEUU... No hay fórmulas de conciliación por mucho que se retoquen los tratados. Y nunca las habrá, si se sigue empezando la casa por el tejado.
Todo eso se ha querido amalgamar con el euro. La marcha del invento, pero también la lista de países fuera de él, dicen que hay aún un camino largo que recorrer, del que no se ve el fin.
España, en cambio, se desmarca, pues -dicen- Zapatero gana credibilidad con sus reformas (sic): la deuda española "aguanta".
¿Qué reformas? ¿No será por la persecución de la economía sumergida que ha anunciado? Suena a otra medida tontiloca que no va a servir para aflorar nada. Las cajas buscan dinero como desesperadas entre fondos de inversión, y Hedge Funds antes del día 10 de abril, límite para presentar sus planes de recapitalización privada y no ser nacionalizadas. Pero no encuentran compradores: la gente no sabe muy bien qué hay dentro de sus balances. Todos ponen en duda la cifra oficial de "sólo" 15 mm. Nadie sabe. Menos, el BE.
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Hace 500 años, Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano (un título honorífico, pero en el que él creía y quiso hacer realidad) , intentó hacer un Concilio para integrar a los "nuevos" cristianos de Alemania en la Iglesia, y así sofocar la rebelión religioso-política en una buena parte de sus dominios. Su interés era meramente político: quería que Lutero aceptara una reforma de la Iglesia (que se venía reclamando insistentemente por la rama erasmista) en la que cupieran todos, los "viejos" y los "nuevos": era el sueño imperial de un césar y una religión. Pero el Papa Paulo III no estaba por la labor de ceder ni un milímetro del dogma, y no lo hizo. Si cedía los más mínimo, adiós el monopolio del estado Vaticano: el imperio carolingio hubiera acabado tragándoselo todo. Por otro lado, era una conciliación difícil: las diferencias se habían agigantado; pero el Papa, en el concilio de Trento, la hizo imposible: consiguió astutamente acentuar las diferencias con los protestantes en vez de reducirlas (como quería el emperador), y definió la doctrina de manera tal que los luteranos no pudieran aceptarla. Manejó el concilio a su antojo, acelerando los temas doctrinales de división y retrasando los demás, cuando el emperador quería lo contrario, ofrecer al final de sus guerras la reforma como rama de olivo. Para boicotear los planes del emperador, contó con la inestimable colaboración de Enrique II de Francia, que tampoco estaba por la labor de verse asfixiada por el poder del imperio. A su vez, Francia amenazaba al Papa con un concilio "galicano", de independencia de su iglesia respecto a Roma, lo que sería un duro golpe al papado. Paulo III -y sucesores- supieron jugar muy bien entre esos dos poderes para frenar las ambiciones de su teórico aliado, Carlos V (y su hijo Felipe II). Cada uno jugó sus bazas según sus intereses. Inglaterra también, y en ese proceso, aprovechó para reforzar sus diferencias frente al sueño de unión estatal y religiosa de Carlos V.
Europa quedó definitivamente dividida, y con los años, esa división ha ido generando conflictos, aunque el emperador y su imperio se deshicieran, España pasara de la cabeza a la cola... y sigue viva esa división, camuflada tras la UE y el euro.
¿Tienen algo que ver esas divisiones con las de ahora? tienen que ver en el sentido de que fue una de las oportunidades de unir a todos, y fracasó por un monje alemán cabezota y un papa astuto. Tampoco sabemos si esa unión imperial -por la fuerza de las armas- hubiera sido buena. Intentos posteriores, como el de Napoleón, fueron ampliamente contestados. (Y no digamos el de Hitler.)
La división de intereses es profunda, por mucho que se diga que a todos nos interesa lo mismo. Véase: la guerra de libia (Francia sí, Alemania no, ¿España sí?), el rigor económico (en el norte, no en el sur), la división Inglaterra-Continente, La "nueva" Europa (Polonia, Hungría, etc.) y su inclinación por EEUU... No hay fórmulas de conciliación por mucho que se retoquen los tratados. Y nunca las habrá, si se sigue empezando la casa por el tejado.
Todo eso se ha querido amalgamar con el euro. La marcha del invento, pero también la lista de países fuera de él, dicen que hay aún un camino largo que recorrer, del que no se ve el fin.
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