"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

miércoles, 10 de julio de 2019

Contra el progresismo antiliberal

Ser conservador es preferir lo familiar a lo desconocido, preferir lo experimentado a lo no experimentado, el hecho al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo lejano, lo suficiente a lo sobreabundante, lo conveniente a lo perfecto, la risa del presente a la dicha utópica. (Oakeshott)

El afán de certeza y la seguridad de encontrarla mediante su método de la razón,  que infundió Descartes en el siglo XVII, es la semilla del racionalismo.

Iba a titular este artículo “Contra el progresismo español”, simplemente porque es con el que convivo a diario, sobre el que recibo noticias, el que sufro. Pero creo que tiene bases psicológicas comunes con el de otras latitudes. No obstante, me centraré en el caso español. 
El Progresismo tiene sus raíces en el racionalismo, llevado a su extremo en el siglo de razón. Con ello no quiero decir que la razón sea prescindible, por supuesto. Critico el racionalismo como intento de establecer como última y única ratio la razón. Desde Descartes a Marx, pasando por Robespierre, hay un ejercicio de reduccionismo de todo lo demás al único criterio del racionalismo constructivista, capaz de modular o edificar un Hombre Nuevo y una Nueva Sociedad. El desnudarse de toda tradición y experiencia traería ese nuevo hombre perfecto.
Por supuesto, otro ejemplo de racionalismo es la teoría económica, que sigue basándose en un agente perfectamente racional que, además, no se equivoca en sus decisiones. Y hay una rama de la economía, el Liberalismo dogmático de Hayek & co, es otro ejemplo que responde sin querer - sin ser consciente -a ese racionalismo-constructivista que pretenden crear una sociedad nueva cambiando instituciones, como restableciendo el Patrón-Oro, o eliminando toda institución protectora de los débiles. El constructivismo es transversal, pero el imperante hoy es el progresismo.
Este constructivismo tiene otra característica que destaca Oakeshott:

No hay lugar en su esquema para «lo mejor en tales circunstancias», sino sólo para «lo mejor»; porque la función de la razón es precisamente la de superar las circunstancias.

El racionalismo es suficiente para enfrentarse al problema, y no hay factor circunstancial que no pueda superarse. Si algo falla, es la realidad, no el método racional aplicado. Y continúa Oakeshott:

Y de esta política de la perfección emerge la política de la uniformidad; un esquema que no reconoce la circunstancia no puede dar espacio a la variedad. «Debe existir, en la naturaleza de las cosas, una forma de gobierno que sea la mejor, a la que todos los intelectos–debidamente despertados del letargo de la ignorancia salvaje–estén irresistiblemente incitados a dar su aprobación», escribe Godwin.

El progresismo, creo que especialmente el español, es un caso de ese racionalismo que puede llevar a consecuencias desastrosas. 
Las raíces del progresismo (español) son principalmente el marxismo y sus congéneres, aunque hay casos de progresismo que negarían esto. Sin embargo, si consideramos a los partidos que encarnan el progresismo, es innegable que el marxismo está en sus orígenes. No es que Marx fuera feminista, ni mucho menos, pero a un nivel inconsciente el marxismo prolonga su influencia en el progresismo a través de su racionalismo. Este racionalismo es contrastable por haber querido Marx encerrar la historia en leyes inmutables, siguiendo su “dialéctica”, sistema férreo de construir leyes inmutables. No olvidemos que Marx dedicó su “Kapital” a Darwin, el descubridor del evolucionismo en la naturaleza. Pero Marx obvió el papel que jugaba en el darwinismo el azar, que es el que determina las mutaciones genéticas que luego favorecen o no la adaptación de la especie al medio ambiente. (Muchos creen todavía que el darwinismo es la demostración que la adaptación es promovida por el medio al ambiente, cuando es justamente al revés.)
Al eliminar el azar de la historia - y quién puede negar su papel fundamental - se edificó un sistema totalmente determinista, que necesariamente llevaría al triunfo de la clase trabajadora y al paraíso sin clases. El determinismo lleva, lógicamente, al dogmatismo extremo, dogmatismo que comparten los ejemplos antes citados de racionalismo constructivista. 
Aquí quizás podríamos citar a Ortega y Gasset, su esquema de la mente humana que no puede evitar “Ideas y Creencias”, siendo éstas últimas las que considera el racionalismo prescindibles, como si eso fuera posible. 
El problema del progresismo, especialmente el español, es que quizás niegue ahora su origen racionalista-marxista, pero éste se ha sobrevivido en su dogmatismo. Y ese dogmatismo, aunque parezca difícil, puede llevarnos a una sociedad opresora, como ya lo es en algunos aspectos que vemos cotidianamente: la acción agresora y rencorosa de grupos de presión diversos contra los que no piensan como ellos, acción silenciada, desgraciadamente, por los grupos, partidos e instituciones que se consideran progresistas
Así, el progresismo se ha convertido en la justificación para “avanzar” hacia un hombre nuevo, más “libre” aunque esa libertad no sea individual, sino grupal: de los grupos que consiguen imponer sus ideas a los demás, protegidos por un ambiente social que sin querer permite o propicia esa invasión. Invasión sobre las minorías desagregadas de una Lengua, Ideología, etc.
Todo esto hace a la democracia española una democracia falsa, defectuosa, como lo es toda la que no es basada en el individuo, que es la minoría mínima concebible. Y toda democracia que no defienda a las minorías, no es democracia. Este estado de cosas se refuerza por el apoderamiento de las instituciones por simpatizantes o simplemente miembros de los grupos de presión. Por ejemplo, la actitud complaciente, incluso activista, del ministro de interior en las agresiones vividas por algunos en el día del orgullo gay. 
El liberalismo individual debe ser la base de la democracia para ser ésta auténtica y eficaz. Pero lo que vivimos es la formación de  mayorías que aplastan a las minorías, sin que existan instituciones intermedias que defiendan a los individuos. Las ideologías son la matriz original de las consignas, que son lanzadas de unos contra otros grupos con rencor. Y es que el odio es la mejor defensa para proteger la cuota de poder de cada uno. Esto se siembra con gran fruición entre la población, aventado por los medios adictos a tal o cual formación. Un medio independiente es sencillamente inconcebible en este ambiente. Aunque lo fuera, tendría que adaptarse a las reglas de juego y el lenguaje prefabricado en vigor. 
El progresismo es la única verdad, en contra de la mentira del conservadurismo liberal, que se ve incapaz de superar la fuerza de los grupos progresistas al uso. 
Los individualistas que quieren cumplir las leyes y decidir sobre su vida se encuentra con innumerables bastones en las ruedas de su carreta, para empezar con unas leyes injustas siempre a favor de los grupos de presión, generalmente, aunque no únicamente, progresistas. 
El progresista ve la realidad como dijo  Voltaire,

 la única manera de tener buenas leyes es quemar todas las existentes y empezar de nuevo.

Expresión perfecta de la acción progresista, continua debeladora de antiguas leyes válidas por otras nuevas que dividen a la sociedad, y van transformándola en algo irreconocible para las generaciones presentes y pasadas.
Ese “empezar de cero”, obsesión de los progresistas,  es el mayor error de los progresistas, que se creen con derecho a pintar sobre una realidad que se les ofrece como un lienzo en blanco, en su ceguera por todo lo que hay de bueno en el pasado o el presente. La historia que no es de su gusto hay que borrarla, y pintarrajear una nueva historia y un nuevo pasado, poco a poco deformando la sociedad que se ve forzada a un trágala de un mapa en el que, evidentemente, no cabemos todos. Todo esto se camufla con el nombre “Democracia”, que no significa más que la mayoría le impone a las minorías ese trágala.
Un ejemplo entre miles: en la Comunidad de Valencia los partidos progresistas están imponiendo una inmersión lingüística escolar en el Valenciano (ídem en Baleares), y los castellano hablantes han de tragar sí o sí que sus hijos estudien en esa lengua, lo que no puede más que suscitar la réplica de la división y el odio en cada una de las familias. 
La ruptura violenta con el pasado no puede más que acabar mal, con una dislocación creciente de la sociedad.
España es forzosamente progresista. La boba tolerancia de los grupos de derechas, sus complejos ante la izquierda, les lleva a aceptar ese constante cambio hacia la nada. Los individualistas, únicos demócratas de verdad, estamos indefensos. 

2 comentarios:

Pablo dijo...

Magnífico post. En verano es que te sales. Sólo añadiria que las minorías también pueden oprimir a la mayoría incluso en una "democracia". Basta que está no haga nada. Cómo escribió Tucidides, que vivió bajo la "democracia" ateniense, hace más de dos mil años "tan carente de interés es para la mayoría el esforzarse en la búsqueda de la verdad, y tan fácilmente se vuelven a lo que se les da hecho".

www.MiguelNavascues.com dijo...

Gracias, y gracias por la cita. Quizás debería explicar que las minorías se unen para formar una mayoría aplastante. Pero tienes razón.