"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

viernes, 5 de mayo de 2023

El ahorro excesivo

Para los economistas clásicos - llamamos así a los economistas anteriores a Keynes - el ahorro era una virtud, pues era la financiación del futuro. Para ellos la definición del ahorro era “la parte de renta no consumida”. Por lógica, consideraban que la oferta de ahorro era igual a la demanda de fondos para la inversión. Su recompensa era el tipo de interés cobrado al vencimiento de la deuda. Si el ahorro subía, y no lo hacía la inversión, el tipo de interés de equilibrio bajaría. Un proceso contrario hacía subir e tipos de interés. El mecanismo perfecto del mercado devolvía el equilibrio. Automáticamente, el tipo de interés de equilibrio garantizaba el pleno empleo, siempre que los salarios fueran flexibles para ajustarse al óptimo. Todavía hoy los seguidores de esos clásicos asumen que si hay paro es porque los trabajadores fijan un salario medio superior al compatible con el pleno empleo. Creer esto exige que haya mercados flexibles, perfectamente informados, y que se ajusten fluidamente  los cambios.
Keynes, durante casi toda su obra, había asumido esta teoría clásica, hasta su “Teoría general de la renta, el interés y el dinero”. Vamos a ver cómo lo explicó.
Para Keynes, una hipótesis fundamental de los clásicos (en realidad neoclásicos-marginalistas) era que se suponía que el dinero era el medio de intercambio y sólo se retenía por poco tiempo, exclusivamente por motivo de transacción. El dinero no rentaba, sólo servía para comprar. Era un medio de cambio que no tenía valor como inversión, como sí lo tenía un bono o un activo acción. Esa falta de rentabilidad le hacían ininteresante como posesión. 
Por lo tanto, el público lo gastaría rápidamente en bienes reales o en títulos de inversión financiera, de renta fija o variable. La suma del escaso dinero retenido, más los títulos, formaban el ahorro, por definición igual a la cantidad no consumida. Como hemos visto, ese ahorro se igualaba a la demanda de inversión en el tipo de interés de equilibrio.
Keynes explicó en su última obra que no era así. Descubrió que había momentos en que la demanda de dinero crecía desmesuradamente, en ciertas circunstancias de gran incertidumbre sobre el futuro. Esta incertidumbre impedía con mayor o menor peso hacerse una idea cabal y precisa de la rentabilidad de la inversión, la cual dependía de las expectativas de los inversores. En realidad, los inversores no tenían medios para estimar con precisión cuánto rentaría una inversión a varios años de un capital humano o físico, ni cual sería su vida útil, ni la volatilidad de los costes, ni otros imprevistos que en algunos momentos pueden pesar mucho. En suma, la rentabilidades de la inversión - que según los clásicos debería igualar al tipo de interés devengado al ahorro - era una variable difícilmente estable y calculable.
Piénsese en una inversión en capital humano. Por ejemplo, una carrera universitaria. A la hora de decidir qué carrera elegir, cuánto tiempo vas a tardar en recuperar el capital invertido, estimar el tiempo de encontrar un puesto cuando se acabe, etc, debería poder concretarse en una cifra que fuera el valor actualizado de las rentas futuras actualizadas al tipo de interés. 
Es fácil comprender la imposibilidad de estimación siquiera aproximada de tal cifra. Una decisión de invertir en capital físico tiene similares problemas.
Por lo tanto, la oferta de ahorro no determinaba el nivel de inversión a un tipo de interés de equilibrio. El inversionista no se fija si hay mucho o poco ahorro. Compara su rentabilidad estimada a x años con el tipo de interés que le ofrece el mercado, que es el coste unitario de su financiación, y tendrá que tener muy claro que el margen es suficiente para cubrir esos imprevistos que podrían llevarlo a la ruina. 
Además, Keynes advirtió - y ésta fue una de sus aportaciones clave - que la demanda de dinero no era estable, pese a su nula rentabilidad. Era un activo de referencia para cualquier cartera inversionista, pues en caso de crisis todo el mundo vendería sus activos y querrían liquidez incondicionalmente: como decían Keynes, la demanda de líquido se podía hacer infinitamente elástica a cualquier tipo de interés. Si el banco central quisiera aumentar la oferta de liquidez y bajar el tipo de interés para combatir una situación de recesión, tendría un límite de bajada del tipo porque es posible que el tipo de pleno empleo se encuentre en una zona negativa, a la que no puede llegar el banco central - sólo puede llegar a un tipo de interés nominal cero. Por culpa de la deflación, ese tipo de interés real sería positivo y mayor que las bajas expectativas de rentabilidad del capital -. A la gente le conviene entonces atesorar liquidez.
En suma, la oferta de ahorro no determina la inversión, como creían los clásicos, y el tipo de interés no es el igualador del ahorro e inversión. El tipo de interés depende también de la demanda de liquidez, que según Keynes no es estable y puede provocar crisis sistémicas, de retirada de instrumentos líquidos y grandes quebrantos de entidades en principio solventes. 
En todo caso, el ahorro y la inversión responden a estímulos muy diferentes: no juegan a encontrarse en dos líneas de coordenadas interés-cantidades. 
Entran muchos otros factores que determinan el tipo de interés, como la calidad del sistema financiero, la larga o escasa tradición mercantil, el cumplimiento de los contratos, las instituciones garantes de la propiedad, que se haga justicia si hay desacuerdo, la solidez mostrada en la historia, la contrastada liquidez de los mercados a la hora de liquidar el capital, la libertad y acceso incuestionable de todos los mercados, etc, etc... estas cosas y otras, que suman puntos a la confianza y credibilidad, condicionan el tipo de interés. El Banco Central, por su oarte, determina el tipo de interés básico, y como tal su trayectoria es un factor importante en la forma de la curva de rendimientos. 
Hay un sistema financiero que se encarga de gestionar y colocar el ahorro de todos, y un sistema empresarial que se encarga de determinar qué capital y cuánto se requiere. Pero la intermediación no es fluida y sin escollos. Hay incertidumbres (ausencia de información) que impiden prever mínimamente el futuro. Lo que Keynes llamó los “Animal Spirits” - los reflejos menos racionales - marcan muchas veces las decisiones. El “Efecto manada” (instinto de imitación) está presente casi siempre: si la mayoría piensa que la bolsa va a subir, sube. No es por nada, es porque a veces no hay otra forma de información.
¿Puede ser el ahorro excesivo? El ahorro es el no consumo, y su aumento hace descender a éste. Eso contrae la demanda, lo que supone se transmitirá negativamente a la inversión, con efectos de segunda ronda. Keynes creía que la economía podía estar en equilibrio estable sin pleno empleo. No creía que hubiera un tipo de interés de equilibrio único con pleno empleo (llamado por los clásicos tipos de interés “natural”). Veía posible un equilibrio ahorro-inversión insuficiente para el pleno empleo y que ninguna fuerza, salvo la intervención pública, podría sacar espontáneamente a la economía de su parálisis en subempleo.


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