"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


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domingo, 23 de julio de 2023

Sobre Proust por Paul Souday

He soñado con volver a leer a Proust, que no visito desde 1998-99, cuando en un verano en Francia me animé a embarcarme en él.
Lo Leí primero en español, y además en desorden. Empecé por el cuarto tomo, Sodoma y Gomorra, que me traje de Madrid. Me gustó tanto que fui a una librería del pueblo en que estábamos, Carcassone, y me compré lo demás en francés. 
Al volver a Madrid seguía leyendo a Proust. Seguí en francés con los dos últimos, y llegué al gran secreto reservado por el autor al último libro de la serie, aunque Proust no es una promesa de sorprendente final. Proust se va desvelando a medida que escribe, página a página, eso sí, sin hacer concesión alguna al lector, que debe aceptar una sumisión total al autor si no quiere naufragar en aguas tan turbias y procelosas. 
En fin, que en Kindle he encontrado una muy buena edición de Proust, acompañada además por un estudio crítico excelente de Paul Souday, contemporáneo de Marcel Proust... y he empezado por este estudio para medirme a mí mismo sí las fuerzas van a ser suficientes para embarcarme otra vez en tamaño viaje. Me temo que no, que voy a tener que renunciar a gran parte de la obra, aunque sólo sea para guardar tiempo, cada vez más escaso, a lo nuevo, que me llama con un fuerte tirón con luces prometedoras.
Dice Suday,

“Marcel Proust es eminentemente el novelista de la movilidad, el cambio perpetuo y la ilusión universal.“

Y creo que con toda la razón. Es más, me sorprende que no diga que es el único escritor de la subjetividad, de la acuosidad de la memoria humana y de la identidad que nos presta ésta, que en verdad es inexistente salvo por la existencia que le suponemos porque nos conviene. 
En puridad no hay un yo. No somos un yo único a lo largo del tiempo. Milagrosamente nos lo creemos, es decir, que creemos que somos el mismo que fuimos en el pasado, en la infancia, gracias a recuerdos que llevamos en el fondo de la memoria. San Agustín, gran filósofo, acordaba a la Memoria, que consideraba milagrosa (don De Dios), la posibilidad de creernos únicos y responsables. (Recuerdo que Bertram Russell decía que san Agustín no había sido superado por Hume en su filosofía sobre el tiempo...)
Volvamos a Proust. Proust había leído a Schopenhauer, y guardó su famoso dicterio con la que empieza su obra, “el mundo es mi representación”. No hay mundo de los fenómenos sin un sujeto que lo observe. El mundo no existiría si no hubiera un sujeto que lo observara con su “a priori” de espacio y tiempo, que nos condiciona la percepción de nuestra realidad exterior. 
A Proust le inspiró ésto su subjetividad discontinua tras la apariencia de una realidad puramente ficticia, que nos conforta en una identidad persistente a lo largo del tiempo, acompañándonos hasta el final de la vida, mediante la cual nos concedemos cosas tan dudosas como benefactoras, como la libertad y la responsabilidad. Sin ellas no podríamos vivir en sociedad. Vivimos en sociedad bajo leyes protectoras porque creemos que somos personas portadoras de un yo libre y responsable. Pensamos en el futuro y lo intentamos desentrañar porque creemos que llegaremos a él. 
Todo esto Proust, sutilmente, lo niega, y en su novela nos hace ver que los recuerdos que nos ayudan a creer en la realidad de la vida no son más que espejuelos engañosos, que se disuelven y se recrean bajo muchas formas, agradables o inhóspitas, pero a las que creemos nuestras y verdaderas. 
Leer a Proust, decía André Gide - su descubridor, pese a que al principio desaconsejó su edición - es deambular voluntariamente por un bosque del que no sabemos como hemos entrado, dónde está la salida, pero del que no tenemos prisa en salir... y en realidad no salimos si no cerramos el libro sin haber salido del bosque, que volveremos a encontrar una vez lo abramos de nuevo. 
Sí, eso es la experiencia Proustiana, un deambular sin fin que solo fructifica si persistes en tan entramado ramaje y te dejas seducir por lo que te esté contando en ese momento, aceptando un brusco salto inesperado porque, repentinamente, el recuerdo por el que transita le trae otro nuevo. 
Proust es, según Souday, 

“la incesante movilidad que hace de la vida una serie ininterrumpida de muertes fragmentarias.” 

Si se nos ofrece como descubrimiento, no gozaremos de él si no admitimos este su núcleo central (si es que se puede hablar en Proust de “central”), y si no se acepta que a veces se hace duro de seguir en su párrafos interminables y sus frases en lentos meandros que a veces te llevan a intuir, más que saber, a donde has llegado. 
Definitivamente lo leeré por catas bien seleccionadas de lo que recuerdo que más me gustó hace más de 20 años. Recuerdo que, según Proust, es absolutamente no confiable, una mera ficción que nos hace la vida más fácil... 

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