Diario El Mundo nos ofrece hoy un ejemplo de ese pesimismo histórico que parece volver a pergeñar España como un país que al final siempre va para abajo, un país distinto, excepcional en comparación com otros. E aquí algunos párrafos.
Manuel Arias, El Mundo
Hasta donde alcanza la vista, no hay una sola democracia occidental que planee amnistiar a quienes no solo atentaron orgullosamente contra el orden constitucional, sino que afirman su voluntad de hacerlo de nuevo si así les place. Tampoco sabemos de ninguna donde un puñado de partidos nacionalistas imponga con tanto éxito sus abusivas condiciones al resto del país, lo que incluye la oficialización de un modelo confederal que supone perpetuar los privilegios extractivos de las comunidades más ricas. No se conoce otro Parlamento nacional donde se hablen -ojo al matiz- lenguas distintas de las oficiales del Estado; como no se sabe de izquierdas tan dispuestas a legitimar intelectual y políticamente al nacionalismo. De un tiempo a esta parte, para colmo, los españoles no discutimos sobre las mejores políticas públicas, sino sobre la naturaleza de nuestro sistema político: todos los socios del Gobierno son, en medida variable, enemigos declarados de la Constitución de 1978.
No estoy de acuerdo con este pesimismo absoluto. Sí lo estoy, acaso, en que ha habido fases de la historia reciente que se han quedado retrasadas respecto al avance civilizatorio de otros países. Pero ha habido fases brillantes, una de ellas de irreprochable brillantez: la democracitación de España desde 1975.
Explico a continuación mis argumentos contra ese pesimismo absoluto.
Durante más de un siglo, España tuvo la desgracia de abrazarse a la Leyenda Negra, relato tenebroso sobre España, inventada por sus enemigos (sobre todo Inglaterra), en sus guerras con Felipe II. El relato tuvo mucho eco en Europa, pero también en España, que cuando empezó a decaer, a finales del XVII, se cubrió con un mea culpa generalizado, reprochándose a sí misma su decadencia.
Sin embargo, No fue tan duradera tal decadencia. Con el reinado de los primeros Borbones (Felipe V, Fernando VI y Carlos III), España volvió a tomar las riendas de sí misma y fue próspera, tanto en la metrópoli como en sus territorios de ultramar, que se consideraban “provincias españolas” más que un Imperio de colonias. Tenían un alto grado de autonomía y una población nacida del mestizaje, muy interesados en mantener lazos con la cabeza. España tuvo una ilustración moderada, con nobles y altos cargos que colaboraban con La Corona en modernizar España. Como indicio, algunos ministros, como el conde de Aranda con Carlos III, se carteaba con Voltaire y otros ilustrados franceses...
Los ilustrados españoles, con el gran Jovellanos a su cabeza, hicieron un buen trabajo de modernización y acercamiento a un estado moderno, acorde con los más avanzados de Europa. Fue una ilustración muy preparada, seguidora de la ilustración inglesa. Moderada, nada anticatólica, atenta a evitar una revolución como la francesa, y que cuando la invasión napoleónica propició el asombroso ejercicio de redactar, mientras se resistía a invasor, una Constitución democrática, en Cádiz 1812. Participaron en ella los representantes de las provincias de ultramar.
Tras este periodo, de 1715 a la caída de Carlos IV y su valido Godoy (ambos de una catadura moral comparable con lo que tenemos ahora, el Presidente de hoy en día) y la invasión napoleónica, vino la verdadera decadencia. España quedó arrasada por la guerra, y en 18012 se coronó a Fernando VII, tan nefasto o más que su padre Carlos IV. Invalidó la Constitución de Cádiz. Con él perdimos las provincias de ultramar, y la Libertad fue cancelada. Se restauró el tribunal de la inquisición.
Todos estos males aumentaron el sentimiento de decadencia fatalista, como si no pudiera hacerse nada contra el fúnebre destino que nos atenazaba. No había solución: estábamos condenados a ser una nación mediocre, mientras la Europa occidental se modernizaba y despegaba. Nadie daba esperanzas. La pérdida de las últimas colonias, Cuba y Filipinas, remató la faena.
El siglo XIX fue realmente negro para España. La guerra contra Francia, Fernando VII, la pérdida de las provincias, el absolutismo incapaz...
Entre la clase dirigente e ilustrada se infiltró ese pesimismo, abrazado con denuedo por los escritores de la generación del 98, brillantes, pero muy inclinados al pesimismo, con escasa razón respecto a su época. Empezaron a surgir nuevos “arbitristas” partidarios de soluciones radicales, como el “cirujano de hierro” figura de uña dictador benévolo que implantará co su varita mágica la “eficacia”.
El mayor error fue achacar esa lúgubre visión no solo al siglo XIX, sino a toda la historia de España. Esto inclinó a la radicalidad a la fracasada República II, que impregnó de fatalismo todas sus descabellas decisiones, empezando por el aberrante golpe de Estado de los republicanos a su propia Constitución en 1934.
En los párrafos anteriores queríaq hacer un fugaz repaso a los desastres, pero también apuntar que no todo fue malo. Cuando tuvimos grandes mandatarios, España funcionó bastante bien. Lo que fue desastroso viene del siglo de la invasión, Fernando VII, Las guerras Carlistas (capítulo aparte), y otros tránsitos funestos. En suma, el mal era, en mi opinión, de unos dirigentes venales, corruptos, que siguieron los pasos de los infames Carlos IV y Godoy (compañero de cama de la reina por invitación del rey). Lo malo es que esos momentos de lucidez fueron incapaces de perdurar. Cuando todo se venía abajo, los ilustrados debían exiliarse o plegarse. No había mimbres nuevos, cuando se restablecía la cordura, para consolidarla.
Tras la muerte de Franco llegó al poder un generación muy buena, desde el rey al último. Esta generación tenia unos dirigentes valientes y preparados, que acordaron meter a España en Occidente con un régimen político democrático. Se consiguió. Pero esa generación se retiró, y fue sucedida por otra inculta, mediocre, sólo atenta a sus propios intereses. Además republicana, anticatólica (como lo fue violentamente la II República), e identitaria, siendo de su interés la democracia “burguesa” de hoy.
Han conseguido liquidar a medias la democracia, y ahora están en la fase final de entregar el poder a los enemigos de España. Repito, mi opinión sigue siendo que es un problema de dirigentes, por cierto, muy común en el mundo occidental de hoy.
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