"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

martes, 1 de octubre de 2024

El pensamiento confortable

En Project Syndicate encuentro un artículo de James Galbraith de lo más sugestivo, (aunque no comparto la totalidad de su valoración): una teoría alternativa al creciente fracaso de la economía practicada en nuestro mundo libre, que cristalizó (y esto es discutible) en el llamado “Consenso de Washington(*)”. Dicha teoría “mainstream”, dominante en Occidente - y en aquellos países que han recibido alguna vez ayuda de Occidente - no es más que una síntesis (matematizada, por supuesto) de la teoría neoclásica nacida en el XIX de la mano de Jevons, Menger y Walras (y sus herederos los racionalistas), que era una formulación solapada de la bondad sin tasa del capitalismo libre. El mercado lo soluciona todo, incluso la distribución equitativa de la renta, pues él mismo se encarga de retribuir a cada uno según su aportación al producto total que conciliar, milagrosamente, en una remuneración justa. Y si es verdad que el capitalismo se ha demostrado mucho más eficiente en crecer y aumentar el nivel de vida - como jamás sospecharon los marginalistas -, también es cierto que el “Laisser faire” no ha sido más que un reglamento sistemáticamente violado. Gracias a esa transgresión, las economías libres han prosperado por intervención de un estado democrático y con una visión de futuro que no tienen algunos mercados. Pero los supuestos que sustentaron ese modelo anacrónico se han ido al guano. Como dice el historiado Darem Acemoglu, “lo que ha funcionado no ha sido la libertad sin reglas, sino un sabia combinación de política y economía” lo que ha mantenido equilibrios sociales sin los que sería inimaginable, como vemos hoy, la paz social de la segunda mitad del siglo XX. Porque no es creíble la prosperidad sin unas leyes que encaucen los mercados, que se preocupen de la distribución de la renta, de incentivar los motivos que son propicios a la prosperidad y la confianza en un futuro mejor. Incluso el derecho de propiedad que sustenta todo el entramado se debe a una política de defensa de ese derecho. El modelo ‘confortable” no tenía en cuenta los desequilibrios innatos originados en la importancia de articular el presente con el futuro, algo que se ha demostrado imposible de gestionar sólo por mercados libres. 
 Es claro que algo pasó al cambiar de siglo, y que la teoría dominante entró en una confusión precipitada. Esta confusión se ha expandido a toda la sociedad, que ya no cree que valga la pena una serie de valores antaño indiscutibles: tener hijos, incentivar los motivos productivos, crear empleo, que la gente pueda ahorrar y legar a sus hijos… 
Todo esto se ha hundido en un mar de confusión. El problema poblacional es alarmante, y  la solución dictada por la teoría decadente al uso ha sido la inmigración masiva (muy aplaudida por nuestros gobiernos), algo que YA ha hecho tambalearse a la sociedad democrática de manera casi irreversible(**). La base de la redistribución de la renta se ha basado, en las décadas prodigiosas de 1945-2000, en la creación de empleo remunerado por el avance de la productividad, lo que permitía unas recaudaciones de impuestos capaces de corregir los mercados de difícil acceso, como la educación superior. Ahora, como dice Galbraith, ya no ha productividad, los salarios han caído a niveles casi de miseria sin futuro para engendrar riqueza y una familia a quien legarla. Ahora los hijos son una carga, su coste de mantenimiento y educación es prohibitivo para los padres, además de quedar cada vez menos horizontes sin nubes.
Aunque, en mi opinión, el fallo más estrepitoso del dogma confortable es la liberación total de los mercados financieros (que se supone que son los expertos en conectar el presente con el futuro), que no han aportado nada al equilibrio ahorro/inversión y sí ha contribuido a un desequilibrio latente, que se ha traducido en crisis financieras cada vez más graves hasta la de 2008, que podría haber sido tan grave o más que la de 1929. Tan solo la intervención masiva de los mercados y una política monetaria extrema nos salvó de caer en una situación crítica. Lejos de el acceso de todos a la financiación, la liberación de la globalización financiera, propiciada para integrar a todos en la prosperidad, solo ha servido a los intereses geoestratégicos de China, que fraudulentamente se apoderó de los mercados occidentales, primero los de consumo y luego los financieros y de inversión.

Cedo la palabra a Galbraith…
(Otro día comentaré sus propuestas para sustituir el “mainstream”.)

Pensemos en los dogmas de la economía dominante actual, que incluyen la competencia perfecta, los rendimientos constantes, la productividad marginal, la neutralidad monetaria, las expectativas racionales, el potencial autoorganizativo de los mercados supuestamente libres y el equilibrio general. Traducidos a políticas, estos dogmas nos dieron el Consenso de Washington, que exige presupuestos equilibrados, restricción monetaria, privatización, desregulación, libre comercio, mercados de capital abiertos, etcétera.

Los fracasos de política de esta extraña invención son ahora obvios, pero la teoría subyacente aún más extraña se discute poco hoy en día, y es comprensible. ¿Quién quiere admitir que ha sido esclavo de nociones tan peculiares, y mucho menos haber dedicado su carrera a ellas?

Las doctrinas dominantes fracasaron porque sus proselitistas nunca salieron de la complacencia del siglo XVIII -es decir, del diseño inteligente, el orden cósmico y la mecánica clásica- para entrar en la problemática visión dinámica de la ciencia de los siglos XIX y XX: evolución, relatividad y termodinámica. Rechazaron o ignoraron las palabras de Marx y Thorstein Veblen, que invocaron a Darwin; de Keynes, que invocó a Einstein, y de Nicolas Georgescu-Roegen, que invocó la ley de la entropía. Pequeñas desviaciones del reducto del equilibrio general –como los trabajos sobre la competencia imperfecta, la información asimétrica, las regularidades del comportamiento y el caos y la complejidad– no son suficientes para romper los antiguos hábitos del pensamiento cómodo.


(*) 
Wikipedia. Aunque las propuestas de dicho consenso no son tan disparatadas, pues contempla, por ejemplo, la inversión pública como una clave esencial para aumentar la productividad. A lo que apela es al equilibrio financiero/patrimonial, que ha saltado por los aires con la globalización. El formulador del consenso, Williamson, declara:
 Yo por supuesto nunca tuve la intención de que mi término implique políticas como la liberación de la cuenta de capital (...deliberadamente excluí eso), el monetarismo, la economía centrada en la oferta, o de un Estado Mínimo (quitando al estado de la Previsión Social y la redistribución de los ingresos), las cuales creo que son las ideas neoliberales por excelencia. Si así es como el término es interpretado, entonces todos podemos disfrutar de sus consecuencias, aunque permítasenos al menos tener la decencia de reconocer que rara vez estas ideas han dominado el pensamiento de Washington y ciertamente nunca han dirigido un consenso allí ni en otro lugar...” Yo me declaro 100% de acuerdo con él.

(**) si la solución de futuro  de España es la inmigración, tendría que haber en 2050 45 millones de población inmigrante, lo que sería irrelevante porque ya no existirí.

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