"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

sábado, 22 de octubre de 2022

Cumbres G-7. Política exterior de Trump


Detrás de un buen registro en economía hay una buena y estable gestión política.
El libro de memorias de Bolton que citó aquí es sorprendentemente claro e incisivo. Bolton apenas consigue que Trump no haga demasiadas tonterías que dañen la posición de EEUU en su cada vez más complicado mundo exterior. Muestra el peor perfil de Trump. Una persona sin fondo, volátil, a quien su obsesión por la foto y salir dando la mano el adversario no le permiten escuchar a sus asesores más competentes. Las cesiones a Corea del Norte por hacerse amigo del tirano Kin Jon-Hu, son escalofriantes. 
Bolton, un gran experto que sirvió a varios presidentes republicanos desde 1970, dice cada vez que evita otra metedura de pata: “hemos desviado otra bala”. Pronto se da cuenta que su trabajo sólo llega a evitar males mayores.
Una de las lecturas del libro lleva a exclamar: ¡Como ha caído EEUU! En efecto, Como decía Greenspan (Presidente de la FED de 1987 a 2004) en su libro de recuerdos, EEUU tenía antes, en temas clave como la política exterior, un consenso no escrito que acordaban ambos partidos. En el relevo electoral, No había sobresaltos por  el cambio en la Presidencia. Esto se perdió hace mucho. 
A lo largo de la historia, el partido REP era el partido aislacionista hasta el siglo XX. Woodrow Wilson, IWW, y Roosevelt, IIWW, fueron demócratas, como lo fue Truman, el que lanzó las bombas de Hiroshima y Nagasaki n 1945. Sólo después los REP. se asomaron al exterior, mientras que los DEM se hacían un poco más...no aislacionistas, pero sí menos belicosos. 
Durante muchos años, hubo altos funcionarios de ambos colores participando en gobiernos de distinto color al suyo, y eso se veía normal. Como he dicho antes, Greenspan estuvo presidiendo la FED un largo mandato (1987-2004), renovado por el PRES cada vez que llegaba a la Casa Blanca. Greenspan se lamentaba de la pérdida de ese consenso, con el que se habían logrado grandes logros, como una política fiscal equilibrada con el acuerdo bipartidista de no aumentar el gasto. Si el gobierno lo hacía, se veía obligado a deducirlo de otra partida que se eliminaba. El libro de Bolton, del que reproduzco unos párrafos, destila esa pérdida del consenso y la debilidad que supone, sobre todo cuando el PRE se ve obligado a un horizonte de 4 años. 
(Cita de “La habitación donde sucedió”, de John Bolton, consejero de Seguridad con Trump. Habla de la reunión del G-7 en 2018, Charleroix, Canadá. Bolton fue despedido por Trump un año después.)

Lean:

Al mejor estilo del G7, a continuación hubo una cena muy sofisticada para los líderes, a la que siguió una actuación del Cirque du Soleil. Me salté el espectáculo para seguir organizando lo de Singapur. Lamentablemente, y también al mejor estilo del G7, los sherpas (es decir, los altos funcionarios que se ocupaban de lo verdaderamente sustancial de la cumbre) se quedaron paralizados al redactar el tradicional comunicado final. A los europeos les encantaba jugar con estos comunicados y obligaban a Estados Unidos a elegir, a su pesar, entre aceptar un compromiso sobre los principios políticos fundamentales o parecer una nación «aislada» de las demás. Para la mayoría de los diplomáticos profesionales, quedar aislados es peor que la muerte, de modo que preferían el compromiso. Los europeos tampoco se planteaban que no hubiera un comunicado final, porque, en ese caso, era como si no hubiera habido cumbre: eso era terrible para la humanidad. Por consiguiente, en lugar de disfrutar del Cirque du Soleil, los líderes comenzaron a hostigar a Trump, quejándose de que el sherpa estadounidense era partidario de seguir una «línea dura». La cena también fue polémica —los otros líderes se oponían a la insensata idea de Trump de volver a incorporar a Rusia al G7 (expulsada por la invasión de Crimea) — y el ambiente se volvió irrespirable. Puesto que el G7 nació en la década de 1970 como un foro para debatir cuestiones económicas, la mayor parte del trabajo le correspondía al director del Consejo Económico Nacional, Larry Kudlow. El sherpa estadounidense y su equipo económico internacional nos informaban conjuntamente a Kudlow y a mí. Trump debería haber dicho: «Dejádselo a los sherpas: que trabajen ellos toda la noche», pero llegó a la conclusión de que, como él era bueno «cerrando acuerdos», se reuniría con los demás líderes en uno de los salones para negociar con ellos. Para entonces, Kudlow se había incorporado al grupo con la intención de «acercarse» a los líderes europeos en cuestiones económicas internacionales. Kelly (Jefe de gabinete de Trump) advirtió el peligro y envió a buscarme a eso de las diez y media. Cuando llegué, él salía diciendo: «Esto es un desastre» y, tras unos minutos observando, el caos me pareció evidente. Los líderes estaban sentados en sillas y en lujosos sillones, con varias docenas de asesores revoloteando a su alrededor. Nada bueno podía salir de aquello. El propio Trump parecía cansado y, para ser sinceros, muchos otros también, pero no Macron ni Trudeau y, desde luego, ninguno de sus asesores, que presionaban para poner en marcha agendas políticas contrarias a la nuestra. Para mí, aquello era un déjà vu — a lo largo de los años había participado en numerosos descalabros similares—, e intenté averiguar si Trump apoyaba que el G7 hiciera un comunicado y, por consiguiente, hacer más concesiones, o si le daba igual. El presidente no se había tomado la molestia de prepararse a fondo y no tenía mucha idea de lo que estaba en juego. Cuando llegué, Trump y Kudlow ya habían cedido varias posiciones. Opiné contra una idea de Alemania sobre la OMC, pero nadie parecía entender lo que se estaba tratando, y quedó claro que Trump no era el único que no captaba los detalles de lo que debatían los sherpas. Finalmente, a eso de las once, los líderes acordaron que los sherpas siguieran por su cuenta y así lo hicieron hasta las cinco y media de la madrugada del sábado. Yo habría dicho: «¿Qué más da? Que no haya ningún comunicado…», y eso habría parado en seco a Europa y a Canadá, pero, como me habría recordado Jim Baker, yo no era «el tipo que resultó elegido». Me encontré con Kudlow y con nuestro sherpa a eso de las siete y veinte y me confirmaron que no había pasado gran cosa durante la noche. Sin embargo, como Trump se despertó tarde, no tuvimos una sesión informativa antes de que se reanudaran los actos del G7. Seguía sin preocuparme salir de Charlevoix sin un comunicado, pero quería estar seguro de que Trump comprendía lo que eso implicaba. Nunca lo pudimos hablar. En cambio, propuse que adelantáramos la hora de nuestra partida de Canadá a las diez y media de la mañana con el fin de presionar para que tomara una decisión. De hecho, teníamos previsto irnos de Charlevoix bastante antes de la hora fijada para terminar el G7 y llegar el domingo por la noche a Singapur a una hora razonable, y yo solo sugerí que nos marcháramos un poco antes. Mi teoría era que, una vez fuera del ambiente enrarecido de la cumbre, Trump podría decidir con más calma cómo manejar el comunicado. Kelly y Kudlow estuvieron de acuerdo. Trump estaba aburrido y cansado, y llegaba tarde a un desayuno sobre igualdad de género. Cuando los europeos se enteraron de que se marchaba precipitadamente, se nos echaron encima antes de que pudiéramos sacarlo de la habitación. La fotografía, ahora famosa, que hizo la delegación alemana demuestra que no llegamos a tiempo. Parecía la última batalla del general Custer. Todo aquello era una pérdida de tiempo, pero los debates continuaron y Kudlow y yo nos hicimos cargo de la mayor parte de la negociación. Conseguimos muy poco, pero eliminamos una cláusula europea que decía que Irán estaba conforme con el acuerdo nuclear. Y lo hicimos porque no era así. En definitiva, lo único que hicimos fue producir emisiones de dióxido de carbono que contribuirían al calentamiento global, cuestión que, según ellos mismos manifestaban, preocupaba mucho a los europeos. Trump seguía aburrido, pero aceptamos un documento final y nos fuimos a la rueda de prensa antes de subir al helicóptero presidencial para regresar a la base de la Fuerza Aérea de Bagotville, dejando atrás a Kudlow, que se quedó al cargo de los actos finales de la reunión del G7. Nos reunimos con Pompeo y el avión presidencial despegó en dirección a Singapur con doce horas de adelanto y con una escala para repostar en la base de la OTAN de la bahía de Souda (Creta). Terminamos con el G7, pensé. Trump parecía encantado mientras se dirigía a la cumbre con Kim Jon-un. Cuando el avión despegó, le expliqué a Pompeo lo ocurrido en Charlevoix. Traté de dormir un poco para adaptarme a la hora de Singapur y desperté el domingo —hora griega—, poco antes de aterrizar en la bahía de Souda.


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