Hace 14 años, escribía yo mi libro “Economía desde el principio”. Mi intención era demostrar que Lutero fue la semilla del capitalismo, frente a la cerrazón de Carlos V, Felipe II y, sobre todo, la Iglesia vaticana, que en el Concilio de Trento doblegó a los luteranos y cerró definitivamente su doctrina dogmática. En Trento llevaron la voz cantante los miembros de la escuela de Salamanca, que alguno pretenden hacer pasar como fundadores del liberalismo. Si se leen estos párrafos, se comprueba que el Vaticano no puede ser inspiración del Capitalismo. Todo lo contrario, en Trento, con el apoyo de Felipe II, lo asfixió, cerrando las puertas al progreso económico para España y gran parte de Europa. El liberalismo era pecado, y en buena parte los es todavía: el Vaticano apenas lo oculta. Trento sigue en vigor. En eso la Iglesia no ha cambiado. No ha ofrecido nunca una renovación, salvo el Concilio Vaticano II, que fue un acercamiento al comunismo. D ahi nacieron los sacerdotes marxistas...
El capitalismo raquítico de la España actual, y de otros países que siguieron compartiendo poder con la Iglesia, se debe, no a su posición geográfica, sino a su tradición católica que se fundía con la monarquía.
Dado el estado actual del Mundo, es muy probable que en la lucha contra la Libertad capitalista el testigo tridentino haya sido heredado por el caos actual de cosas como el Foro de Davos, la Agenda 2030, el Ecologismo fanático, etc. Bueno, hay que reconocer que están ganando. Vamos hacia un neocomunismo.
A continuación, lo que escribí de Trento hace 14 años.
Como dice Skinner, el primer enemigo al que se enfrentaron los católicos en Trento fue a la Tesis básica “sola scriptura” y su subordinada “el hombre, su propio sacerdote” que deja a la Iglesia en camino expedito de la disolución. “Los luteranos – dice Belarmino – han hecho invisible a la Iglesia al definirla como simple congregación de fieles”. Otro frente primordial, tratado en Trento, fue el de la justificación por la fe y la inanidad de las obras para la redención... herejía blasfematoria que rechazó Trento con la doctrina de que el hombre posee “un elemento de gracia interior” por el hecho de ser hombre. Todo frente paralelo del lado humanista fue triturado sin miramientos por lo campeones del Imperio y de Roma; como Erasmo, caído sin remisión e incluido en el Índice en 1559. Ello demuestra, según apunta Skinner, el error de creer – hasta el día de hoy – de que el padre Vitoria & Co. querían conciliar el escolasticismo con el humanismo. No podían admitir las tesis erasmistas propugnadoras de una traducción de la Biblia purificada de “errores” (no los había en la Vulgata, según ellos), y de la educación del clero en los textos sagrados. El proyecto de Erasmo de reformar la iglesia mediante la educación de los clérigos no entraba en la cabeza de la curia romana, que prefería ser más expeditiva gracias al brazo de la inquisición.Pero también lo humanistas no católicos estaban en el punto de mira, y el más importante fue Maquiavelo. Los rabiosamente neotomistas, al servicio del papado y del imperio, veían una coincidencia total en la teoría política del florentino y de Lutero, pese al ateismo de aquél. Nótese que son ellos lo que por primera vez unen los nombres de estos dos como fundadores del Estado moderno53. ¿Y, cuál era ese punto del maquiavelismo denostado? La suposición, considerada fundamental, de que el “Príncipe” debe usar cualquier medio, bueno o malo, para la conservación del estado, supremo fin de sus acciones54. Este es el cliché que ha prevalecido sobre el gran Maquiavelo, cuya última ratio fue, sin lugar a dudas, su anhelo de que Italia se uniera en un solo estado para echar a los “Bárbaros” de Italia, para lo cual el principal obstáculo era el Vaticano. En efecto, las alternativas alianzas del papado con España y con Francia para mantener su radio de acción y su poder en Italia, impedían la Unión de las ciudades, que se enfrentaban unas a otras al buscar, ellas también, la mejor colocación al lado de los poderes extranjeros para vencer a la Iglesia. Maquiavelo buscó toda su vida ese Príncipe majestuoso que hubiera logrado tan noble fin con los medios que fueran, pero no lo encontró.En defensa de la Iglesia terrenal – en oposición a la idea iglesia de Lutero como congregación de fieles - los doctores salmantinos apelaron al Espíritu Santo como inspirador de las tradiciones católicas, tan válidas o más que las escrituras como fuente de verdad. La defensa más “enérgica” está, cómo no, en el Concilio de Trento, donde se arguye que “la Iglesia fue fundada por Cristo y legada a los apóstoles, y encarna un conjunto de tradiciones relativas a la fe y la moral inspiradas por el Espíritu Santo, transmitida, por decirlo así, de mano en mano. Esta tradición apostólica debe considerarse, no menos que las Escrituras, fuente de la revelación...” En esta breve frase está contenida toda la beligerancia posible entre Lutero y el papado: Una lucha entre la liberación de la conciencia individual (sola scriptura) y la sumisión a la dogmática vaticana, al carácter carismático de las palabras del Papa y su poder de excomunión, hábilmente empleado hasta entonces para someter a reyes díscolos y pueblos rebeldes. Y ha de destacarse, también, la sumisión de las escrituras respecto a esa tradición, lo que no deja de ser paradójico porque, llevado al extremo, puede dar lugar – y de hecho da - a una interpretación errónea de la Biblia. Naturalmente, un corolario de esto es la confesión obligatoria, motivo de escándalo para los nuevos cristianos, que Lutero elimina con el simple gesto de dejarla como voluntaria para el que se sienta aliviado con ella, pero borrándola de los Sacramentos.Tampoco dejaron sin tocar lo que hasta para santo Tomás era un derecho natural: el derecho de propiedad. Para santo Tomás, en efecto, era un derecho incluido entre el derecho de gentes; y éste, como pertenecía al derecho natural, la propiedad era un derecho natural anterior al derecho positivo. Los PP. Suárez y Molina tergiversaron todo esto para desgajar el ius gentiles del derecho natural e incluirlo en el derecho positivo, lo que aparejaba que la propiedad pasaba a ser un mero derecho positivo convencional, susceptible de ser alterado cuando se creyera oportuno... los conflictos teóricos a los que se enfrentaron fueron resueltos por el expediente de afirmar que la posesión comunal es lo natural (Ley de la naturaleza), pero es un orden negativo que sirve para recordarnos que “toda propiedad debe mantenerse en común por la fuerza de esta ley, si no ha ocurrido que lo hombres hayan decidido introducir un sistema diferente” (Suárez, citado por Skinner, Pág. 160). Como dice de nuevo Skinner, un poco más adelante, la separación del derecho de las naciones de la ley natural y su inclusión en el derecho positivo llevó a la teoría del padre Vitoria, que tanta fama le dio como creador del derecho internacional, “lo que, probablemente, él mismo hubiera negado (Skinner)”; Su argumento, simple por lo demás, es que si hay un derecho positivo dentro de cada nación (intra-se), podría haber un derecho positivo creado por los poderes de todas las naciones que regulara las relaciones entre ellas (Inter-se).Una vez tocado el derecho de propiedad, ¿Por qué no definir el estado perfecto del hombre?Ese estado, como si de sentar precedentes se tratara, es el estado del hombre “libre, igual e independiente”. Es el estado después de la caída de Adán, y el lector habrá reconocido el “Buen salvaje” de Rousseau en estado prístino, aunque dos siglos antes de que llegara el mayor debelador conocido de la sociedad estable. “Antes de que los hombres se congregan en repúblicas, nadie era superior a los demás” - enuncia el padre Vitoria, lo cual es una invitación a la revolución contra las leyes, una bomba de relojería que siempre ha estado ahí, en Europa, y que de vez en cuando ha estallado con profusión de muertos y lamentaciones, ya sea en la Revolución Francesa, ya sea en la marxista... o ya sea en la próxima que nos toque vivir. Porque el mito del buen salvaje, o de la edad de oro del hombre “antes de los tiempos”, en los que “Lo tuyo y lo mío” no existía” – como dice Don Quijote a los pobres cabreros - es un mito dormido en la sociedad, que cuando despierta arrasa con todas la leyes y fundamentos sociales. (Obsérvese el escaso predicamento de este mito en la sociedad protestante americana.)“El status naturae” – dice el Padre Molina – no incluye ningún derecho de dominio”... Y añade Suárez:” Como todos los hombres nacen libres por la naturaleza de las cosas, nadie tiene jurisdicción política sobre los otros, ni nadie tiene dominio sobre ningún otro”; otra invitación a romper las “cadenas” que según Rousseau, atenazan al hombre en sociedad, mediante un contrato social”, o directamente por vía de la acracia, que luego tuvo tanto auge en el país origen de este armamento ideológico...Para volver a la cruda realidad, los neotomistas tuvieron que recurrir al pesimismo agustiniano, y considerar que el hombre es una criatura caída desde el pecado original, que es lo que explica que si éramos libres e iguales en el estado natural, no éramos exactamente buenos unos con otros, lo que llevó a la necesidad de asociarse y dotarse de leyes políticas (lo que no deja de ser una contradicción flagrante con el paso inicial). De aquí estos autores pasan a la necesidad de un consensus para que se posible formar una comunidad política, lo que ha confundido a muchos llevándoles a pensar que esto era una muestra de democracia: como dice Skinner, no establecen como condición de legitimidad de un poder e consenso de los gobernados, sino si “la creación del gobierno es congruente con la ley de la naturaleza”. El consensus, para ellos, no es una norma, es un acto explicativo del nacimiento de una, la primera, comunidad. Muchos de ellos, además, dicen explícitamente que la conformidad de los gobernados no debe buscarse para justificar el ejercicio del poder. En otras palabras, un reino hereditario deriva su legitimidad del primer monarca, al que los buenos salvajes concedieron el poder, y no es necesario renovar esa confianza si el primer poseedor al adquirió legítimamente (hay que decir que Suárez se desmarca de esta posición. Véase Skinner y las fuentes citadas por él para más detalle).El tridentismo, creado y extendido por los españoles más brillantes de entonces, lanzados al centro del Concilio con la misión de cerrar las filas vaticanas e imperiales y taponar las brechas por las que pudiese colarse cualquier aire de libertad, determinó el tono político de la Europa continental hasta el siglo XVIII, en un camino intrincado muy alejado del rectilíneo avance hacia la libertad de los países que habían abrazado la causa protestante (aunque no sin sus episodios vergonzosos). Cierto es que a veces se alinearon con los débiles, como la defensa que hicieron del indio nativo conquistado por los españoles. Pero esto no debe llevar a confundir el objetivo final: el mantenimiento – y reforzamiento ideológico – del poder terrenal de la Iglesia, justificado por la necesidad de intervenir cuando el príncipe no fuera suficientemente “devoto” al Vaticano.Un buen ejemplo de la diferencia de mentalidad que se estaba iniciando en esos momentos decisivos la ofrece el análisis comparativo entre El espíritu ignaciano, base de la compañía de Jesús, y el protestantismo calvinista, un análisis elaborado muy sutilmente por Max Weber56. Se ha pretendido reducir esta diferencia hasta decir falsamente que en el fondo, san Ignacio y Calvino ofrecen la misma vía de auto-expiación y disciplina, lo cual llevó a dos ejércitos contrato social”, o directamente por vía de la acracia, que luego tuvo tanto auge en el país origen de este armamento ideológico...Para volver a la cruda realidad, los neotomistas tuvieron que recurrir al pesimismo agustiniano, y considerar que el hombre es una criatura caída desde el pecado original, que es lo que explica que si éramos libres e iguales en el estado natural, no éramos exactamente buenos unos con otros, lo que llevó a la necesidad de asociarse y dotarse de leyes políticas (lo que no deja de ser una contradicción flagrante con el paso inicial). De aquí estos autores pasan a la necesidad de un consensus para que se posible formar una comunidad política, lo que ha confundido a muchos llevándoles a pensar que esto era una muestra de democracia: como dice Skinner, no establecen como condición de legitimidad de un poder e consenso de los gobernados, sino si “la creación del gobierno es congruente con la ley de la naturaleza”. El consensus, para ellos, no es una norma, es un acto explicativo del nacimiento de una, la primera, comunidad. Muchos de ellos, además, dicen explícitamente que la conformidad de los gobernados no debe buscarse para justificar el ejercicio del poder. En otras palabras, un reino hereditario deriva su legitimidad del primer monarca, al que los buenos salvajes concedieron el poder, y no es necesario renovar esa confianza si el primer poseedor al adquirió legítimamente (hay que decir que Suárez se desmarca de esta posición. Véase Skinner y las fuentes citadas por él para más detalle).El tridentismo, creado y extendido por los españoles más brillantes de entonces, lanzados al centro del Concilio con la misión de cerrar las filas vaticanas e imperiales y taponar las brechas por las que pudiese colarse cualquier aire de libertad, determinó el tono político de la Europa continental hasta el siglo XVIII, en un camino intrincado muy alejado del rectilíneo avance hacia la libertad de los países que habían abrazado la causa protestante (aunque no sin sus episodios vergonzosos). Cierto es que a veces se alinearon con los débiles, como la defensa que hicieron del indio nativo conquistado por los españoles. Pero esto no debe llevar a confundir el objetivo final: el mantenimiento – y reforzamiento ideológico – del poder terrenal de la Iglesia, justificado por la necesidad de intervenir cuando el príncipe no fuera suficientemente “devoto” al Vaticano.Un buen ejemplo de la diferencia de mentalidad que se estaba iniciando en esos momentos decisivos la ofrece el análisis comparativo entre El espíritu ignaciano, base de la compañía de Jesús, y el protestantismo calvinista, un análisis elaborado muy sutilmente por Max Weber56. Se ha pretendido reducir esta diferencia hasta decir falsamente que en el fondo, san Ignacio y Calvino ofrecen la misma vía de auto-expiación y disciplina, lo cual llevó a dos ejércitoscontrato social”, o directamente por vía de la acracia, que luego tuvo tanto auge en el país origen de este armamento ideológico...Para volver a la cruda realidad, los neotomistas tuvieron que recurrir al pesimismo agustiniano, y considerar que el hombre es una criatura caída desde el pecado original, que es lo que explica que si éramos libres e iguales en el estado natural, no éramos exactamente buenos unos con otros, lo que llevó a la necesidad de asociarse y dotarse de leyes políticas (lo que no deja de ser una contradicción flagrante con el paso inicial). De aquí estos autores pasan a la necesidad de un consensus para que se posible formar una comunidad política, lo que ha confundido a muchos llevándoles a pensar que esto era una muestra de democracia: como dice Skinner, no establecen como condición de legitimidad de un poder e consenso de los gobernados, sino si “la creación del gobierno es congruente con la ley de la naturaleza”. El consensus, para ellos, no es una norma, es un acto explicativo del nacimiento de una, la primera, comunidad. Muchos de ellos, además, dicen explícitamente que la conformidad de los gobernados no debe buscarse para justificar el ejercicio del poder. En otras palabras, un reino hereditario deriva su legitimidad del primer monarca, al que los buenos salvajes concedieron el poder, y no es necesario renovar esa confianza si el primer poseedor al adquirió legítimamente (hay que decir que Suárez se desmarca de esta posición. Véase Skinner y las fuentes citadas por él para más detalle).El tridentismo, creado y extendido por los españoles más brillantes de entonces, lanzados al centro del Concilio con la misión de cerrar las filas vaticanas e imperiales y taponar las brechas por las que pudiese colarse cualquier aire de libertad, determinó el tono político de la Europa continental hasta el siglo XVIII, en un camino intrincado muy alejado del rectilíneo avance hacia la libertad de los países que habían abrazado la causa protestante (aunque no sin sus episodios vergonzosos). Cierto es que a veces se alinearon con los débiles, como la defensa que hicieron del indio nativo conquistado por los españoles. Pero esto no debe llevar a confundir el objetivo final: el mantenimiento – y reforzamiento ideológico – del poder terrenal de la Iglesia, justificado por la necesidad de intervenir cuando el príncipe no fuera suficientemente “devoto” al Vaticano.Un buen ejemplo de la diferencia de mentalidad que se estaba iniciando en esos momentos decisivos la ofrece el análisis comparativo entre El espíritu ignaciano, base de la compañía de Jesús, y el protestantismo calvinista, un análisis elaborado muy sutilmente por Max Weber56. Se ha pretendido reducir esta diferencia hasta decir falsamente que en el fondo, san Ignacio y Calvino ofrecen la misma vía de auto-expiación y disciplina, lo cual llevó a dos ejércitos proselitistas enfrentados en la conquista del espíritu de Europa. Nada más engañoso que reducir diferencias ideológicas entre dos bandos que combaten fieramente por aniquilarse mutuamente (Es como decir que el Islamismo, el judaísmo y el cristianismo son “las tres religiones del Libro”, lo cual lleva a su vez a la falsa historia de su armoniosa convivencia durante la reconquista). San Ignacio construye un método de vaciado interior, un desierto de sentimientos ascético, que debe llevar al individuo a la disciplina externa jerarquizada, de tal manera que todo el que tenga mando sobre un inferior deba, a su vez obediencia ciega hacia un superior. Se trata de crear soldados de Cristo, cuyo máximo jefe en la tierra es el Papa. El tercer grado de obediencia –la obediencia basada, no en que el superior tiene razón, sino en la asunción como íntimamente propia del fin y argumentos de aquel- es un producto bien explícito de esa lucha propagandística-defensiva del lado católico. Por el contrario, el camino de la disciplina calvinista es autónomo del individuo, pues está condicionada por la premisa de la comunicación directa con Dios.El tridentismo logró mantener ese poder de la Iglesia; a cambio, ésta bendijo al monarquismo absoluto al que se había atado, pues dependía de sus armas para defenderse regularmente contra el turco y la arrogancia de algún príncipe. El tridentismo abortó cualquier vía de escape a las dudas sobre esa intrincada teología que se tomaba a “todo o nada”, sin resquicio para la sensibilidad personal. Quizás – como apuntan algunos – de no haber caído en manos del dogmatismo más cerril, la rebelión europea contra estos valores no hubiera sido tan violenta e ineficaz como fue la Revolución Francesa; quizás los odio acumulados no hubieran sido tan intensos ni tan fácilmente explotados por los ilustrados franceses... Pero eso se queda en el limbo de la historia conjetural, muy lejos de nuestra línea principal. Obsérvese otra consecuencia de la oposición de ambas actitudes: para los luteranos, la conclusión es que la iglesia, como congregación, no debía aspirar a ningún poder temporal, asunto que quedaba relegado a una cuestión laica, siempre que el gobernante respetara la religión cristiana y la libertad de conciencia. La Iglesia insistió en defender sus territorios y sus prerrogativas terrenales, sus propiedades y rentas (era la más grande propietaria de tierras) y su gran influencia, negociando constantemente con los reyes el margen de éstas. Al dejar en manos laicas los asuntos políticos, los protestantes aceleraron la formación de las nuevas naciones, formadas, tras el fragor de la batalla religiosa, en torno a las casas reales que habían sobrevivido. La paz de Westfalia de 1648 vino a consagrar este estado de cosas. Si el título de “Emperador de Romanos” había sido siempre sin mucho contenido y poco respetado, enormemente dispendioso de mantener para el “agraciado” – Por eso Carlos V le evitó tal peso a su hijo – a partir de entonces se convirtió en un título meramente honorífico.sto no sólo fue consecuencia de los hechos, sino también de la liberación, antes comentada, que supuso el protestantismo respecto a la obsesión por la Unidad Sagrada. Esa unidad que persiguió toda su vida Carlos V, en su perspectiva medieval de una Europa unida en la fe y en la política, y por cuyo fracaso dejó su corona y se retiró a Yuste. La modernidad, junto con la diversidad, en un nuevo horizonte religioso y político, se habían presentado sin que unos y otros se apercibieran del giro histórico.Un nuevo concepto de poder se vislumbraba; un poder que respetara y protegiera las creencias de cada uno, y que por ello se mantuviera al margen de cuestiones dogmáticas. El giro que se avecinaba era gigantesco, y empezó a tomar cuerpo plenamente en los Estados Unidos de América. Ahora bien, si el nuevo poder iba a respetar las ideas religiosas, con más razón lo iba a hacer respecto a las acciones terrenales, a las que poco a poco se les aplicó la teoría, original de Melanchton, de la adiáfora, según la cual había multitud de cuestiones que, sencillamente, eran indiferentes a Dios57. Eran cuestiones personales, que si no rebasaban el margen de la ley pactada, debían llevarse a cabo libremente. Parece mentira que una cosa tan caída por su propio peso hubiera que luchar a muerte para imponerla. Eso da una idea de la lentitud de la acción civilizadora. El éxito de una empresa era, además, como explicó Max Weber, signo de predestinación. La protección de la propiedad en Inglaterra, gracias al recorte que el parlamentarismo había logrado respecto a la monarquía, y la naturalidad con que desde el principio se aplicó la nueva concepción en el nuevo mundo, llevó a sentar las bases de unas nuevas relaciones económicas que Adam Smith fue el primero en codificar como leyes de comportamiento económico. Pero entiéndase bien que primero fue el cambio de conciencia, luego el cambio de relaciones políticas, y finalmente el cambio económico. La democracia liberal y la prosperidad están tan estrechamente unidas en sus orígenes que intentar hablar de una sin la otra es fraudulento.
2 comentarios:
Estoy totalmente de acuerdo en que vamos hacia un neocomunismo.
En Europa no habrá jamás un sistema económico tan liberal como el americano (ni siquiera el Reino Unido lo ha conseguido).
Pero es que ni siquiera en Estados Unidos el sistema durará tal cual está configurado. El hecho de que el resto del mundo renuncie poco a poco al libre comercio (por la vía de gobiernos populistas) les acabará afectando. No sé muy bien cómo, pero su democracia se verá afectada (al estilo trumpista o de forma similar), encerrándose en sí misma y volviéndose más iliberal.
Por otro lado, la alianza Estados Unidos-Europa, aunque sobreviva, no será igual. Cada vez serán regiones menos integradas. Ganen la guerra de Ucrania o no.
De acuerdo totalmente. Las valoraciones que hago sobre la Iglesia, son, espero que lo comprendas, históricas. No tengo nada personal contra la Iglesia, en cuyo seno me crié. La Iglesia es ahora pasado, su influencia no es hoy la de antaño. Lo que intento es mostrar que lo que algunos ven como una limpia trayectoria hacia la libertad es falsa. La Iglesia es anti liberal. En el siglo XIX se equivocó de enemigo y combatió más el liberalismo pujante que l comunismo ascendente.
Trento se convocó por Carlos V para intentar conciliar a Lutero con la Iglesia, como Erasmus. No se celebró en vida del Emperador. Después, La cerrazón de los papas y del rey Felipe lo hicieron imposible. Había corrido mucha sangre bajo los puentes.
España, puede estar orgullosa de su aportación a Trento, pero no por que sus representantes fueran liberales. En el siglo XX, el Concilio vaticano II fue una apertura hacia el comunismo, desgraciadamente, no hacia la libertad.
Ahora vivimos la muerte del liberalismo. Pero no por culpa de la Iglesia, claro. Aunque también creo que el Papa manifiesta descaradamente una inclinación de evidente por un izquierdismo -comunismo antiliberal. ¡Demasiado poder terrenal!
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