Arcadi Espada se pregunta “el misterioso tipo de emociones que deciden el signo de las democracias”. Es una pregunta sin respuesta. Solo sabemos que vivimos tiempos en que las mentes están muy confundidas, y se aferran a creencias (sí, creencias, no ideas elaboradas), imposible de remontar a su origen. Esas creencias, a veces provenientes de sueños lejanos a la realidad, son también con las elementales bases de la democracia, por la que cada vez hay más desapego e incluso odio. La democracia no es amada cuando la gente pide remedios, rápidos, enérgicos.
Ya decía Ortega y Gasset que nuestra vida se asienta en ideas y creencias. Estas últimas son ideas que han cristalizado en un juicio radical, ya difícil de debatir y modificar.
Las creencias más mostrencas son las que lleva a votar a una sujeta que ha “descubierto” que mandar a la m—-da a sus oponentes le es rentable electoralmente. Este tipo de consignas arrojadizas tienen hoy gran predicamento. Y nos lleva a la tristeza de una democracia envilecida cada vez más. “Pasan dos o tres generaciones y todo ha cambiado”, decía el autor citado. En el mundo de hoy reina la confusión de las conciencias, y esto repercute gravemente en todas las instituciones, como un parlamento que resume su debate en un “a la m—-da”. Escatología pura que la gente jalea.
Ni el dinero ni la muerte deciden el voto@elmundoes
https://www.elmundo.es/opinion/columnistas/2024/06/04/665deed9fdddff0f538b456d.html
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