La cadena argumental de Summers partía de una decadencia poblacional acelerada que condicionaría todo lo demás. La caída y envejecimiento de la población en los países ricos (especialmente los occidentales), se traduciría en una caída de uno de los factores básicos (capital, trabajo, tecnología, más un épsilon que recoge cosas no medibles como el know how): la mano de obra, pero no sólo. Además, también se asistiría a una constante caída de la demanda, lo que invitaría a los inversores a bajar sus expectativas en un mercado cada vez más estrecho para sus productos. Por eso habría que añadir que la menor inversión en capital llevaría a una debilidad de la productividad, factor clave en el pasado para llegar al gran nivel de bienestar alcanzado antes de la Gran Crisis de 2008.
Estas circunstancias menguarían las oportunidades de invertir rentablemente; habría un exceso de ahorro difícil de colocar, por lo que los tipos de interés caerían, en parte porque el exceso de ahorro se dirigiría a la compra de títulos financieros, con lo cual los precios de éstos caerían, llevando el tipo e interés a caer muy por debajo de lo normal en los años “virtuosos”.
En suma, estábamos, según Summers, ante un futuro con una baja productividad (que es la pieza clave que determina el nivel de salarios, beneficios, y el cupo que la sociedad quiera dejar a gastos sociales), población en caída imposible de frenar, falta de incentivo a invertir en capital físico y tecnología… una sociedad decadente en suma, pero gestionable para reducir otros riesgos mayores.
Ha de resaltarse el horizonte a largo plazo que proponía Summers para sus predicciones. Digo esto porque la economía mundial estaba, en efecto, cuando formuló su tesis, en un periodo post crisis de escaso crecimiento, precios casi deflacionistas, intereses muy bajos que, desgraciadamente, los gobiernos no dejaron de aprovechar para una masiva emisión de deuda, con la excusa - totalmente inválida - de que había que compensar la causa de la demanda privada. Obviamente esa deuda no se empleó bajo un criterio condicionante de que fuera productivo (en EEUU la productividad se calcula para el sector privado).
La pandemia de 2020-21 vino a emborronar el cuadro, y los gobiernos volvieron a elevar su deuda, con la excusa de reforzar la política de los bancos centrales de dar muchas facilidades de liquidez para que la economía no colapsara del todo. Por una u otra razón funcionó, pues la caída de la economía fue muy intensa, pero muy breve, salvándose el peligro, como en 2008, de una larga convalecencia: no hubo una gran deflación y contracción, con altos niveles de desempleo, como en la Gran Crisis de 1919, en la que los economistas y los políticos no acertaron a ponerse de acuerdo, haciendo por ello más intensa y duradera, a nivel mundial, una contracción que generó el profundo malestar que propició la paralización política que llevó a guerras civiles y, finalmente, la II Guerra Mundial.
No quiero decir que la crisis económica, agravada decisivamente - por la impericia de economistas y políticos -, fuera la causa directa de la II WW. La crisis deflacionista se quiso curar con la reimplantación del Parón Oro, lo que fue un inmejorable acelerador de la deflación.
Pero la crisis sí pudo ser el caldo de cultivo del malestar que disparó la polarización de unos gobiernos muy extremistas que degeneraron en psicopatías en el poder como Hitler, Mussolini, y sus oscuros compañeros de izquierdas y derechas que entraron encantados en un conflicto que podría habrá acabado con la civilización.
Tal como en 1920-sig, hoy estamos en un mundo descontrolado al que los políticos han desistido (en gran parte por incapacidad) de encauzar por senderos de sensatez, virtud ésta que ha dejado de pisar la tierra. Un mundo en el que el ciudadano se ve obligado a elegir entre los dos extremos, izquierda y derecha, aunque no como se entendían estos términos hasta hace poco, sin que se vislumbre una oferta medianamente plausible.
Un mundo que empieza a sospechar, con temor, que se le viene encima una amenaza bélica y tiene que invertir en armamento (de momento disuasorio), cosa bastante difícil con unos gobiernos tan endeudados. La desviación de recursos cada vez más escasos hacia la defensa rebajará el nivel de vida y aumentará la inflación, que siempre hace acto de presencia en periodos amenazantes, pues la inflación siempre ha sido un buen lubricante cuando los gobierno son absolutistas y tienen que quitar ingentes cantidades de renta a unos para dárselo a los combatientes. Si no lo han pensado ya, sí, nos acercamos a un Gran Hermano como el que nos predijo George Orwell en “1984”, acertada visión de cómo sería un mundo gobernado por dos o tres autócratas dotados de infinitos medios informáticos, interesados en mantener un ambiente bélico que justifique sus dictaduras.
En esta contingencia, cualquier tesis como la Secular Stagnation salta por los aires, porque el amenazante corto plazo lo emborrona todo, impide ver lo que se nos viene después.
2 comentarios:
Si la plutocracia ha ganado hace 4 décadas, como comentaba alguien hace un par de posts, sólo nos queda extinguirnos poco a poco como ya está pasando.
Los inmigrantes acaban adoptando las costumbres reproductivas de Occidente. Incluso los musulmanes.
El futuro es de una población menguante con muy poca libertad, y cualquier chico joven al que le preguntes en Occidente lo sabe.
Que esa lento
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