"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

viernes, 20 de mayo de 2016

El Mito, eterno presente en la historia de la humanidad

La ficción, el mito, tienen una importancia crucial en la historia de la humanidad. El Mito nace de una necesidad básica de ser humano. Yo diría que somos eternos creadores de mitos colectivos que tienen una fuerte nación grupal, de pertenencia. No hay vamos de Mitoa/ Cuando un mito muere es sustituido por otro. No saben los racionalistas hasta que punto obedecen a un mito, ya sea la "Ciencia", y sea la "Lucha de Clases", o el "Buen Salvaje". 
"Sapiens", la extraordinaria obra de Noah Harari, nos cuenta la historia desde el Homo Sapiens hasta hoy bajo ese prisma. Aquí, una corta selección. 

COMUNIDADES IMAGINADAS 

Al igual que la familia nuclear, la comunidad no podía desaparecer completamente de nuestro mundo sin algún sustituto emocional. Los mercados y estados proporcionan hoy la mayor parte de las necesidades materiales que antaño proporcionaban las comunidades, pero también han de suministrar lazos tribales. Los mercados y estados lo hacen promoviendo «comunidades imaginadas» que contienen millones de extraños, y que se ajustan a las necesidades nacionales y comerciales. Una comunidad imaginada es una comunidad de gente que en realidad no se conocen mutuamente, pero que imaginan que sí. Tales comunidades no son una invención reciente. Reinos, imperios e iglesias han funcionado durante milenios como comunidades imaginadas. En la antigua China, decenas de millones de personas se veían a sí mismas como miembros de una única familia, cuyo padre era el emperador. En la Edad Media, millones de devotos musulmanes imaginaban que todos eran hermanos y hermanas en la gran comunidad del islam. Sin embargo, a lo largo de la historia estas comunidades imaginadas desempeñaban un papel secundario frente a las comunidades íntimas de varias decenas de personas que se conocían bien unas a otras. 
Las comunidades íntimas satisfacían las necesidades emocionales de sus miembros y eran esenciales para la supervivencia y el bienestar de todos. En los dos últimos siglos, las comunidades íntimas se han desvanecido, dejando que las comunidades imaginadas ocupen el vacío emocional. 
Los dos ejemplos más importantes para el auge de estas comunidades imaginadas son la nación y la tribu de consumidores. 
La nación es la comunidad imaginada del Estado. La tribu de consumidores es la comunidad imaginada del mercado. Ambas son comunidades imaginadas, porque es imposible que todos los clientes de un mercado o que todos los miembros de una nación se conozcan unos a otros de la manera en que los aldeanos se conocían en el pasado. Ningún alemán puede conocer de manera íntima a los 80 millones de miembros restantes de la nación alemana, o a los 500 millones de clientes que viven en el Mercado Común Europeo (que evolucionó para convertirse primero en la Comunidad Europea y finalmente en la Unión Europea). El consumismo y el nacionalismo hacen horas extras para hacernos imaginar que millones de extraños pertenecen a la misma comunidad que nosotros, que todos tenemos un pasado común, intereses comunes y un futuro común. Esto no es una mentira. Es imaginación. Al igual que el dinero, las sociedades anónimas y los derechos humanos, las naciones y las tribus de consumidores son realidades intersubjetivas. Únicamente existen en nuestra imaginación colectiva, pero su poder es inmenso. Mientras millones de alemanes crean en la existencia de una nación alemana, se exciten a la vista de símbolos nacionales alemanes, continúen relatando mitos nacionales alemanes y estén dispuestos a sacrificar dinero, tiempo y extremidades por la nación alemana, Alemania seguirá siendo una de las potencias más poderosas del mundo. La nación hace todo lo que puede para ocultar este carácter imaginario. La mayoría de las naciones aducen que son una entidad natural y eterna, creada en alguna época primordial al mezclar el suelo de la patria con la sangre de la gente. Pero tales afirmaciones suelen ser exageradas. En el pasado lejano había naciones, si bien su importancia era mucho más pequeña que en la actualidad debido a que la importancia del Estado era mucho menor. Un residente de la Nuremberg medieval pudo haber sentido una cierta lealtad hacia la nación alemana, pero sentía mucha más lealtad hacia su familia y su comunidad local, que cuidaba de la mayor parte de sus necesidades. Además, tuvieran la importancia que tuvieran las naciones antiguas, pocas de ellas sobrevivieron. La mayoría de las naciones actuales solo evolucionaron después de la revolución industrial.
La nación hace todo lo que puede para ocultar este carácter imaginario. La mayoría de las naciones aducen que son una entidad natural y eterna, creada en alguna época primordial al mezclar el suelo de la patria con la sangre de la gente. Pero tales afirmaciones suelen ser exageradas. En el pasado lejano había naciones, si bien su importancia era mucho más pequeña que en la actualidad debido a que la importancia del Estado era mucho menor. Un residente de la Nuremberg medieval pudo haber sentido una cierta lealtad hacia la nación alemana, pero sentía mucha más lealtad hacia su familia y su comunidad local, que cuidaba de la mayor parte de sus necesidades. Además, tuvieran la importancia que tuvieran las naciones antiguas, pocas de ellas sobrevivieron. La mayoría de las naciones actuales solo evolucionaron después de la revolución industrial. Oriente Próximo es un buen ejemplo de ello. Las naciones siria, libanesa, jordana e iraquí son el producto de fronteras fortuitas dibujadas en la arena por diplomáticos franceses y británicos que ignoraban la historia, la geografía y la economía locales. Estos diplomáticos determinaron en 1918 que los habitantes de Kurdistán, Bagdad y Basora serían a partir de entonces «iraquíes». Fueron sobre todo los franceses quienes decidieron quién sería sirio y quién libanés. Sadam Husein y Hafez al-Asad hicieron lo que pudieron para promover y reforzar su conciencia nacional creada por ingleses y franceses, pero sus altisonantes discursos acerca de las naciones iraquí y siria, supuestamente eternas, sonaban huecos. Ni que decir tiene que las naciones no pueden crearse de la nada. Los que trabajaron duramente para construir Irak o Siria hicieron uso de materias primas históricas, geográficas y culturales reales, algunas de las cuales tienen siglos y milenios de antigüedad. Sadam Husein se apropió de la herencia del califato abásida y del Imperio babilonio, e incluso bautizó a una de sus unidades acorazadas de élite como División Hammurabi. Sin embargo, esto no transforma a la nación iraquí en una entidad antigua. Si cocino un pastel a partir de harina, aceite y azúcar que han permanecido los dos últimos años en mi despensa, eso no significa que el pastel tenga dos años de antigüedad. 
En las últimas décadas, las comunidades nacionales se han visto eclipsadas de manera creciente por tribus de consumidores que no se conocen de manera íntima entre sí pero que comparten los mismos hábitos e intereses de consumo, y por lo tanto se sienten miembros de la misma tribu de consumidores y se definen a sí mismos como tales. Esto suena muy extraño, pero estamos rodeados de ejemplos. Los fans de Madonna, por ejemplo, constituyen una tribu de consumidores. Se definen en gran medida por las compras. Adquieren entradas para los conciertos de Madonna, CD, pósters, camisetas y tonos de alarma de los móviles, y de esta manera definen quiénes son. Los hinchas del Real Madrid, los vegetarianos y los ecologistas son otros ejemplos. También ellos se definen, sobre todo, por lo que consumen. Es la clave de su identidad. Un alemán vegetariano puede preferir casarse con una francesa vegetariana que con una alemana carnívora.

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