"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

viernes, 15 de julio de 2016

Bochornoso

Con bochorno, cito aquí uno de los textos más emblemáticos de la economía que es fundamento de las políticas conservadoras-progresistas europeas. Porque Europa es eso, un síntesis indigerible de progresismo conservador. La fuente es el libro de Steve Keen, y la cita es del libro de Andreu Mas Colell, todo un poema al argumento circular sobre sí mismo, tautológico y sin sentido. 

«Una autoridad central benévola» 

He reservado la parte menos amable para el final: aunque los economistas neoclásicos son normalmente unos vehementes opositores de la redistribución de la renta por parte del Estado —pues todo, como suelen argumentar, debe ser decidido por el mercado—, su propia teoría de la oferta y la demanda solo funciona si, y solo si, una «autoridad central benévola» (Mas-Colell et al. 1995: 117) redistribuye la renta con el fin de «mantener el valor ético del dólar marginal de cada persona igual» (Samuelson, 1956: 21). Esta condición sin sentido es otra «prueba por contradicción» de que la economía neoclásica no es sólida. Partiendo de la presuposición según la cual la economía de mercado maximiza el bienestar social, concluye que esto solo es posible si, y solo si, antes de que el mercado opere, una dictadura redistribuye la renta de tal forma que cada cual en la sociedad quede satisfecho con la distribución resultante. Esto, por supuesto, es absurdo. Más que utilizar la economía neoclásica para justificar dictaduras, que la teoría neoclásica necesite literalmente una dictadura para que su modelo funcione es una razón para abandonar la teoría neoclásica. El hecho de que los economistas neoclásicos no solo se aferren a su teoría, sino que argumenten en contra de la redistribución de la renta en los debates políticos, es también una muestra de lo poco que entienden su propia teoría. Normalmente esto sucede porque el análisis que establece resultados extraños como este solo aparece en artículos de publicaciones que la mayor parte de los economistas neoclásicos no leen (en este caso, el trabajo de investigación de Samuelson de 1956, «Social indifference curves»). Sin embargo, aquí tengo que dar las gracias a Andreu Mas-Colell y sus colegas, por plasmar este sinsentido en su libro de texto de doctorado (y líder del mercado) Microeconomic Theory, lo que impide a los economistas neoclásicos esconderse detrás de la ignorancia de su propia literatura. Merece la pena volver sobre esta sección, aunque ya la he citado anteriormente, en parte, en el capítulo 3: 

"Para que sea correcto tratar la demanda agregada como hemos tratado la demanda individual […] debe haber un consumidor positivo representativo. Sin embargo, aunque esta es una condición necesaria para demostrar la propiedad que buscamos de la demanda agregada, no es suficiente. Necesitamos también ser capaces de asignar significados de bienestar a esta función de demanda individual ficticia. Esto nos conducirá a la definición de un consumidor normativo representativo. Para hacer esto, sin embargo, primero tenemos que ser más específicos en lo que respecta a lo que queremos decir con el término bienestar social. Esto lo logramos introduciendo el concepto de una función de bienestar social […] La idea detrás de una función de bienestar social es que expresa con exactitud los juicios de la sociedad sobre cómo han de compararse las utilidades individuales para producir una ordenación de resultados sociales posibles […] Formulemos ahora la hipótesis de que hay un proceso, quizá una autoridad central benevolente, que […] redistribuye la riqueza para maximizar el bienestar social […] esta función de utilidad indirecta nos proporciona un consumidor positivo representativo para la función de demanda agregada […] Si hay un consumidor normativo representativo, las preferencias de este consumidor son significativas en términos de bienestar, y la función de demanda agregada puede utilizarse para formular juicios de bienestar […] Al hacer esto, sin embargo, nunca debería olvidarse que se está suscribiendo una regla dada de distribución de la riqueza, y que el «nivel de riqueza» debería siempre entenderse como el «nivel de riqueza óptimamente distribuida» (Mas-Colell et al. 1995: 116-118; las cursivas son mías)."

Ejem; por favor, dejen de roncar: ¡esto es importante! En la ampulosa y aburrida prosa de un libro de texto neoclásico (y de uno que se ha utilizado para la formación de, virtualmente, todos los estudiantes estadounidenses de doctorado desde finales de la década de 1990), lo que aquí se acaba de decir es que la economía neoclásica debe asumir la existencia de un dictador (benevolente, por supuesto). La mayoría de los economistas neoclásicos no son conscientes de esto (si lo fueran, abandonarían —o eso espero—el enfoque neoclásico como una pérdida de tiempo). Lo más probable es que ni siquiera lean esta sección de su manual de instrucción de 1.000 páginas, y que los que la lean no se den cuenta, llegados a este punto, de la importancia de lo que en ella se dice. Espero, sin embargo, que el lector sí tome conciencia de ello. Ciertamente, este interrogante hace que todo lo que los economistas neoclásicos puedan decir sobre la distribución de la renta sea irrelevante. ¿Y qué más da? Pocos temas proporcionan mejores ejemplos del impacto negativo de la teoría económica sobre la sociedad que el de la distribución de la renta. Los economistas se pasan la vida oponiéndose a «intervenciones en el mercado» que podrían aumentar los salarios de los pobres, mientras defienden niveles salariales astronómicos para los altos ejecutivos basándose en que si el mercado está dispuesto a pagarles tanto, debe ser que se lo merecen. De hecho, la desigualdad que tanto caracteriza la sociedad moderna es un reflejo del poder más que de la justicia. Este es uno de los muchos ejemplos en los que una teoría económica errónea lleva a los economistas a defender políticas que, entre otras cosas, socavan los cimientos económicos de la sociedad moderna. La economía debería aceptar que el trabajo no es como cualquier otra mercancía y desarrollar un análisis adecuado a sus peculiaridades, en lugar de pretender forzar y retorcer este mercado —el más personal de todos—para que quepa en el ropaje convencional de la oferta y la demanda. Eso es justamente lo que hizo Keynes en la Teoría general. Pero la economía convencional después de Keynes se distanció de su innovación, basándose en que la tesis de Keynes «carecía de buenos fundamentos microeconómicos». Pero tal y como este y los tres capítulos precedentes han demostrado, la propia teoría microeconómica convencional carece de fundamentos sólidos. Y las cosas incluso empeoran cuando llevamos nuestra atención a los problemas que plantea el otro «factor de producción», el capital.

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