"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

sábado, 30 de diciembre de 2017

El sentido de la vida. Filosofía como pasión y como acción

Hablemos en estas fechas de otra cosa que la economía. Los balances de 2017 están cerrados, orondos, como la barriga de los banqueros y accionistas que se frotan satisfechos: han incrementado su riqueza de una manera increíble. 
Hablemos por un momento, sin pretensiones, de filosofía, eso que generalmente no sirve para ganar dinero, pero que buenos escritores, como Sarah Bakewell, en su magnífico libro “En el café de los existencialistas”, son capaces de transformar en una amena novela, con personajes de carne y hueso, sólo que éstos se dedican a fabricar ideas filosóficas, a veces muy molestas para el poder. Como por ejemplo, en plena guerra de Argelia, Sartre, el epicentro del existencialismo, fue amenazado de muerte, y se consideró seriamente encarcelarlo, hasta que el mismo De Gaulle rechazó la idea diciendo: “no se mete a Voltaire en la carcel”. 



Sarah Bakewell hace una historia rigurosa, pero personal, acercándose a los protagonistas con sus sueños, ilusiones, y terribles defectos, que como todo lo que tiene que ver con la ideología, acaban influyendo en la historia. Porque  ellos no supieron ver que lo creían “el mayor bien” - o al menos el menor de los males -, el comunismo, fue claramente el Máximo Mal. Da casi risa ver cómo cuándo la invasión de Checoslovaquia por la URSS, Sartre y su amiga a lo largo de toda su vida Simone de Beauvoir, abandonan el comunismo ruso pero se ponen a exaltar... ¡el de Pol Pot! 
Todo esto tiene una explicación psicológica que la autora desvela convincentemente, para cada uno de los protagonistas que salen retratados, por cierto, sin eludir el contexto histórico imprescindible de la crisis de los años treinta y la Segunda Guerra Mundial. 




El retrato de la vida en París en los años de invasión es detallada y apasionante, y el papel que juega cada uno también. Pero eran filósofos, es decir, gente minoritaria en ese momento, y por ello no sufrieron persecución ni censura por los alemanes. Se las arreglaban muy bien para poner títulos oscuros a sus obras para que no se molestaran en leerlas... aparte de que algunas eran casi ilegibles. 
Casi, porque después de la guerra se convirtieron en referencia reverenciada por más y más jóvenes, que se pasaron el testigo a la siguiente generación, hasta el apogeo de los años sesenta, sirviendo de base ideológica a todo movimiento de inconformidad - y sobre todo, antiamericano - que fueren el pan de cada día de aquea década. 
En suma, un trozo de historia vista a través de los lentes de estos escritores, que por encima de todo eran eso, y que nunca buscaron la riqueza y el ascenso. A Sartre y su inseparable Beauvoir les gustaba escribir en los cafés, discutir en los cafés, pelearse en los cafés (genial la descripción de la pelea entre Camus Sartre y Koestler), y en definitiva ejercer su pequeña influencia en los medios creados por ellos mismos (sin subvenciones), sin soñar el largo alcance que tendría esa influencia. 
Aparte de esto, está el tono picante y jocoso de las relaciones entre Sartre y Beauvoir, que pronto llegaron a un mutuo acuerdo de pareja liberada, con la condición de contarse todo y con quien se “engañaban” mutuamente. 
Al final, las contradicciones se acumulan. Sartre nunca quiso ser un escritor ético, sino un estudioso de la naturaleza ontologica humana. Sin embargo, cuando había que tomar partido, no podía evitarlo, y se pasó la vida buscando causas a defender, que poco tenían que ver con la esencia de su filosofía. Todo esto no deja de tener un tono irónico que la autora no deja escapar. 
 Recomendable para huir estos días del chartismo y la ansiedad bursátil. 

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