"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

martes, 3 de agosto de 2021

Héroes y Villanos

La Historia es inconmensurable. Quiero decir que no se ha encontrado un método infalible de tratarla. (Por cierto, estoy muy tentado de decir que la Economía también!). 
Estoy leyendo un libro asombroso, “Hacia la estación Finlandia”, de Edmund Wilson, publicado ahora en español tras ochenta años de su primera edición en inglés. Su título alertará a los que conocen la historia de Lenin, expedido desde Suiza a San Petersburgo con una maleta llena de oro, fletado  por el gobierno alemán en 1917, en plena guerra mundial, para  desestabilizar una Rusia corroída por la decadencia zarista, pero que le habían abierto un boquete en el frente ruso. Jugada que le salió a los alemanes demasiado bien, a tenor de la historia posterior, porque Rusia cayó en la vorágine de la Revolución soviética desencadenada por Lenin, un subversivo más contumaz de lo que se pensaba: Lenin era un exiliado descalificado por sus pares y, de repente, se le apareció la Virgen en forma del tren fletado por los alemanes y el oro, con el designio de poner patas arriba a su patria, cosa que estaba deseando. 
Pero no era de lo quería hablar, sino del principio del libro con Michelet, el enorme historiador francés. (La vida de Michelet es lo suficientemente heroica como para dedicarle un libro. De familia extremadamente pobre, hijo de un impresor, su emergencia de la nada es una epopeya).
Michelet aplica a la historia un método heredado de Vico, un historiador napolitano (conocedlo a través de Isaiah Berlin), que le enseñó que la historia no es la historia de los héroes y villanos que había sido hasta entonces, sino un conjunto de hechos individuales y colectivos más o menos armoniosos, pero relacionados por invisibles hilos, de manera que se puede relacionar la forma de una estatua con la legislación de la misma época. El arte, la ciencia, La leyes y la sociedad son así elementos de un conjunto, un todo histórico, y el historiador debe establecer esas relaciones porque tendrán influencia, lógicamente, en el futuro. 
En este sentido, Michelet dice que cada época tiene su propio ritmo, más o menos acelerado, y sus personajes tienen un perfil variable, heroico o villano, no en su vida completa, sino según el momento en que se hace presente su acción. Así, Napoleón es un personaje detestable para Michelet, salvo cuando estuvo en Egipto, en donde alcanzó, según el autor, alturas de genio heroico. Un personaje humilde, no destacable usualmente para la historia, puede representar para el historiador un ejemplo del signo de la época. 
Una metodología fascinante, que bajo el genio de Michelet forman una inmensa obra de arte que trasciende la historia. Pero de momento a mí me invita a formar juicios sobre los personajes de la historia de España que nos han traído, con más o menos influencia, hasta nuestro deplorable presente y la amenaza desde el mismo poder de liquidar la Transición, a la que, se juzgue como se juzgue, yo he tomado una considerable afición. 
Desde la perspectiva de Michelet, creo que el siglo decisivo para nuestro estado actual es el XIX, pues la caída del antiguo régimen de rígidos  estamentos, con reyes como coronación del todo, se produce estrepitosamente por la invasión de Napoleón. Esa caída en el vacío de un regímen, sin sustituto previsto - pese al meritorio intento de las Cortes de Cádiz -, es continuado por el felón Fernando VII, quizás el peor y más siniestro rey de la historia de España. Desde 1833, en que llega Isabel II, se suceden una serie de rebeliones de las facciones militares que no habían conseguido una cuota de poder y querían asaltar la Constitución del momento por la fuerza. Una historia inestable que la Corona no sabe gestionar. Al final Isabel es expulsada de España por el general Prim, que decide que España debe ser monárquica pero no con los Borbones. Historia que acaba mal, con el asesinato de Prim y la República I, una caída en el desastre más esperpéntico que se pueda imaginar. Periodo por lo tanto más para llorar nuestra falta de guía o de pueblo, no sé, con algo de entereza. 
Cánovas, el político con visión más preclara del momento, restablece la monarquía en el hijo de Isabel II, Alfonso XII, y un juego parlamentario de turnos no muy disímil de lo que se estilaba en Europa, y que concedió a España 50 años de paz y estabilidad; aunque no más de 50, pues había que seguir jugando a la ruleta rusa. 
Y aquí me paro. Doy un salto a la Transición y me pregunto por que hemos consentido que los niños caprichosos y maleducados hayan tomado tanto poder y se propongan liquidarla. Mi impresión es que la respuesta está en la falta de liderazgos con grandes miras, como los hubo al principio, así como la cada vez mayor frecuencia de líderes totalmente debeladores de instituciones, amparados en una imagen distorsionada de izquierdas. 
No sé si esto acabará bien. En todo caso, Michelet da para mucho más que esta pobre aplicación de sus ideas; me hubiera gustado alargarme mucho más, a cuenta de la paciencia del lector, claro. 

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