Después de los clásicos (Ricardo, Malthus, etc), llegaron los marginalistas, que impusieron una forma de pensar que ha durado hasta hoy: lo importante en economía es el último incremento de una magnitud, al que se le llama incremento marginal, y cuya ley es que siempre es decreciente. El último incremento de champán que se bebe aporta menos satisfacción que el anterior, y éste ídem respecto a su anterior. La última unidad invertida en capital da un rendimiento cada vez menor... Gracias a este nuevo instrumento inventado independientemente por Jevons, Menger y Walras, La Economía teórica dio un gran avance. Lo malo es que se alejó un tanto de la realidad: su aplicación fue dogmática. Ésta fue una aportación sicológica que sustituyó a la teoría del valor de A. Smith & Al. Para los Clásicos (y Marx), el valor de una mercancía se definían por el trabajo incorporado a ella, lo cual era simplemente un error. Para los marginalistas, el deseo y la demanda tenían igual responsabilidad que la oferta y su coste, y además ofertas y demandas se formaban mediante el incremento marginal. Oferta y Demanda llegaban a un punto común donde se definía el precio o valor del bien cotizado.
Los marginalistas tenían razón: el deseo de un bien, sea irracional o no, contribuía a formar el valor de ese bien. Lo único malo es que en la realidad hay muchas excepciones y condicionantes que impiden tanta funcionalidad.
Y esto es lo que criticó Keynes, que introdujo la formación de expectativas como fundamental para definir el estado de una economía. Una economía no está bien si hay conflicto entre las expectativas futuras de sus diferentes sectores: consumidores, empresarios, financieros, trabajadores. La visión de futuro (expectativas), la valoración subjetiva de los riesgos e incertidumbre, entran decisivamente en la valoración del presente. En economía no hay presente definible si no se han considerado las expectativas de futuro, y éstas pueden ser conflictivas. Además, hay que distinguir el riesgo (calculable probabilísticamemte) y la incertidumbre, sencillamente incalculable, lo que introduce un factor de subjetividad en la inversión - aunque luego rechazado por las escuelas posteriores. La inversión no es matemática, tiene un matiz de especulación más o menos señalado.
Por lo tanto, Keynes aporta matices sicológicos fundamentales, aparte de distinguir a los diferentes agentes y sicologías, distinguiendo bien al empresario o financiero frente al consumidor.
La Economía, en vez de ampliar su recorrido por las sendas abiertas por Keynes, se hizo cada vez más matemática y menos realista, manipulando las expectativas y otras consideraciones para encajarlas en los modelos imperativamente matemáticos. Las expectativas de futuro son una variable clave para explicar los ciclos y fluctuaciones, y no se puede confiar en que el sector privado por sí sólo sea capaz de restablecer el pleno empleo. Las expectativas han de ser acertadas y además reconciliarse, y es difícil que lo hagan espontáneamente. Como decía Keynes, ¿por qué va un trabajador a reducirse el sueldo en nombre del bien común, si no cree que los otros lo harán?
Las matemáticas aportan belleza y precisión, pero alejan de la realidad el análisis. Hay por lo tanto un conflicto entre realismo versus precisión que impide que la Economía sea una ciencia natural, como se sigue pretendiendo por la Academia.
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