"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

jueves, 19 de agosto de 2021

Desde la Mareta

Mientras desde Lanzarote nuestro sin par Hombre dirige los acontecimientos mundiales y nacionales sin quitarse las alpargatas, Occidente da otra vuelta de tuerca a su desintegración - empezando por Europa. Esperemos que será lenta, pero indudablemente será. 
Afganistán ha sido un nuevo mojón en el camino que siguieron otros grandes imperios, como el Romano, que pese haberse cristianizado desde el siglo cuarto, en el quinto cayó cuando san Agustín, uno de sus defensores, moría en su casa africana, tierra Romana entonces, en lo que después de un breve intervalo sería Tierra islamista. Una caída lenta, por lo tanto, más lenta que la nuestra si no fuera por EEUU. No es que no esté en decadencia, pero puede quedar como la Constantinopla que finalmente cayó ante los Turcos mil años después, en 1453, pasando a llamarse Estambul. 
Es que no contaban con nuestro sin par Hombre de la Mareta. 
Occidente y su búsqueda del placer me recuerda aquel poema epicúreo de Pessoa, que tomo de aquí y reproduzco (seguro que el sin par lo ha leído y le inspira):

Oí contar que otrora, cuando en Persia
hubo no sé qué guerra,
en tanto la invasión ardía en la ciudad y
las hembras gritaban, dos jugadores de ajedrez jugaban
su incesante partida.

A la sombra de amplio árbol fijos los ojos
en el tablero antiguo,
y, al lado de cada uno, esperando sus
momentos más holgados,
cuando había movido la pieza
y ahora aguardaba al contrario.

Una jarra con vino refrescaba
su sobria sed.
Ardían casas, saqueadas eran
las arcas y paredes,
violadas, las mujeres eran puestas contra muros caídos,
traspasadas por las lanzas, las criaturas
eran sangre en las calles...

Mas donde estaban, cerca de la urbe
y lejos de su ruido,
los jugadores jugaban el juego del ajedrez.
Aunque en los mensajes del yermo viento
les llegasen los gritos
y, al meditar, supiesen desde el alma
que en verdad las mujeres
y las tiernas hijas violadas eran
en esa victoria próxima,
aunque, en el momento en que lo pensaban,
una sombra ligera
les cruzase la frente ajena y vaga,
pronto sus ojos calmos
volvían su atenta confianza
al tablero viejo.



Cuando el rey de marfil está en peligro,
¿qué importa la carne y el hueso
de las hermanas, de las madres y los niños?
Cuando la torre no cubre
la retirada de la reina blanca,
poco importa el saqueo,
y cuando la mano confiada da jaque
al rey del adversario,
poco ha de pesarnos el que allá lejos
estén muriendo hijos.

Aunque, de pronto, sobre el muro
surja el sañudo rostro
de un guerrero invasor que en breve deba
caer allí envuelto en sangre,
el jugador solemne de ajedrez
el momento anterior
(anda aún calculando la jugada
que hará horas después)
sigue aún entregado al juego predilecto
de los grandes indiferentes.

Caigan ciudades, sufran pueblos,
cesen la libertad, la vida,
los protegidos y heredados bienes
ardan y sean desvalijados,
mas cuando la guerra las partidas interrumpa,
esté el rey sin jaque,
y el peón de marfil más avanzado
amenazando la torre.

Mis hermanos en amar a Epicuro
y en entendernos más
de acuerdo con nosotros mismos que con él
en la historia comprendamos
de esos calmos jugadores de ajedrez
cómo pasar la vida.

Todo lo serio poco nos importe,
lo grave poco pese,
el natural impulso de los instintos
ceda al inútil gozo
(bajo la sombra tranquila de la arboleda)
de jugar un buen juego.

Lo que llevamos de esta vida inútil

tanto vale si es
gloria, fama, amor, ciencia, vida,
como si es tan sólo
el recuerdo de un juego bien jugado
a un jugador mejor.

La gloria pesa como un copioso fardo,
la fama como fiebre,
el amor cansa porque va en serio y busca,
la ciencia nunca encuentra,
la vida pasa y duelo, pues lo sabe…

La partida de ajedrez prende el alma toda.
Aunque perdida, poco pesa pues no es nada.

Ah, bajo las sombras que sin querer nos aman,
con un jarro de vino
al lado y atentos a la inútil tarea
de jugar al ajedrez
aunque esta partida sea tan sólo un sueño
y no haya compañero,
imitemos a los persas de la historia,
y mientras allá fuera,
cerca o lejos, la guerra y la patria y la vida
nos llaman, dejemos
que en vano nos llamen,
cada unos de nosotros bajo sombras amigas
soñando él los compañeros y el ajedrez
su indiferencia.

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