"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

miércoles, 27 de julio de 2022

Mentiras que, parece mentira, se creen


Del Libro de Biørn Lomborg, extraigo estas líneas impagables

La fijación de plazos temporales artificiales para captar más atención es una de las tácticas más comunes de los activistas del cambio climático: si no actuamos para este o ese día, el planeta estará condenado. En 2019, el príncipe Carlos de Inglaterra anunció que solo nos quedaban dieciocho meses para resolver el cambio climático o ya sería demasiado tarde. Pero aquel no fue su primera tentativa para establecer un plazo. Diez años antes declaró ante una audiencia que «había calculado que solo nos quedan 96 meses para salvar el mundo». 
En 2006, Al Gore estimó que si no se tomaban medidas drásticas para reducir los gases de efecto invernadero en un plazo de diez años, el mundo llegaría a un punto de no retorno. Pero podemos remontarnos aún más atrás. 
En 1989, el director del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente declaró que solo teníamos tres años para «ganar –o perder– la batalla climática». La ONU resumió el desafío así: «Todos sabemos que el mundo se enfrenta a una amenaza posiblemente más catastrófica que ninguna otra en la historia de la humanidad: el cambio climático y el calentamiento global». ¿En serio? ¿Más catastrófica que un conflicto nuclear planetario? ¿Más catastrófica que los cien millones de muertos que se cobraron las dos guerras mundiales del siglo xx? ¿Y más catastrófica que la tuberculosis, que en los últimos doscientos años ha matado a unos mil millones de personas? 
Casi una década antes, en 1982, la ONU pronosticó para el año 2000 «una devastación planetaria tan absoluta e irreversible como un holocausto nuclear» debido al cambio climático y a otros problemas, como la destrucción de la capa de ozono, la lluvia ácida y la desertificación. Y antes de eso, todavía en el siglo pasado, el cambio climático se convirtió en motivo
 podemos remontarnos aún más atrás. En 1989, el director del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente declaró que solo teníamos tres años para «ganar –o perder– la batalla climática». La ONU resumió el desafío así: «Todos sabemos que el mundo se enfrenta a una amenaza posiblemente más catastrófica que ninguna otra en la historia de la humanidad: el cambio climático y el calentamiento global». ¿En serio? ¿Más catastrófica que un conflicto nuclear planetario? ¿Más catastrófica que los cien millones de muertos que se cobraron las dos guerras mundiales del siglo xx? ¿Y más catastrófica que la tuberculosis, que en los últimos doscientos años ha matado a unos mil millones de personas? Casi una década antes, en 1982, la ONU pronosticó para el año 2000 «una devastación planetaria tan absoluta e irreversible como un holocausto nuclear» debido al cambio climático y a otros problemas, como la destrucción de la capa de ozono, la lluvia ácida y la desertificación. 
Y antes de eso, todavía en el siglo pasado, el cambio climático se convirtió en motivo de preocupación, aunque por una razón muy diferente. En la década de 1970, cuando la investigación del calentamiento global imperaba entre la comunidad científica, varios investigadores de alto nivel infundieron el temor de que se avecinaba una edad de hielo «catastrófica». Science News publicó una portada en 1975 que mostraba glaciares en el horizonte de la ciudad de Nueva York. La revista Time publicó el artículo «¿Otra Edad de Hielo?» en 1974 diciendo que «por todas partes hay signos» del enfriamiento, y que «los efectos podrían ser de una gravedad extrema, cuando no catastrófica». Incluso aunque no se produjera una glaciación, sostenía el artículo, un pequeño descenso de las temperaturas ya provocaría una pérdida de cosechas que tornaría insostenible la vida humana.57 El hecho de que el enfriamiento del planeta nos haya inquietado tanto como su calentamiento no significa que no deba preocuparnos ninguno de los dos. La cuestión es que a los medios de comunicación les gusta augurar catástrofes inminentes, sobre todo si vienen acompañadas de una fecha concreta. Y hay algo en la psicología humana que nos insta a creer en ellas. Uno de los ejemplos más llamativos de esta inclinación apocalíptica se produjo en 1968, cuando un grupo de académicos, funcionarios e industriales se reunió en Roma para hablar de los problemas aparentemente irresolubles del mundo moderno. Era una época pesimista: el tecnooptimismo de las décadas de 1950 y 1960 había dado paso a la preocupación por gran variedad de cuestiones, desde geopolíticas (la guerra de Vietnam) hasta sociales (la «rebelión de la juventud») y económicas (el desempleo y la estanflación). Newsweek resumió los ánimos con una portada que mostraba a un confuso Tío Sam mirando el interior de una cornucopia vacía junto a las palabras «Running Out of Everything» (algo así como «Acabando con todo»). El mismo año en que se formó este «Club de Roma», el gran éxito de ventas The Population Bomb advirtió que la humanidad se estaba reproduciendo como conejos y engullía todos los recursos que encontraba, con lo que estaba abocando a la especie a quedar condenada «al olvido».58 Con este telón de fondo, el Club de Roma decidió «hacer más visible la situación de la humanidad, más fácil de entender», tal como recordaría más tarde uno de sus miembros. Aquel equipo de pensadores estaba convencido de que el conjunto de la humanidad estaba condenado porque demasiada gente consumía demasiado y estábamos a punto de acabar con nosotros mismos y con el planeta por culpa de la superpoblación, el consumo y la contaminación. La única esperanza consistía en detener el crecimiento económico, reducir el consumo, reciclar, obligar a la población a tener menos hijos y «estabilizar» la sociedad en un nivel bastante más pobre.El club elaboró un informe titulado The Limits to Growth (‘Los límites del crecimiento’), cuya repercusión llegó hasta revistas como Time y Playboy, donde apareció comentado por analistas, y que usaron en su provecho los defensores de un cambio radical. 

Leer esto es una lección de humildad para la especie humana. Para empezar ¿dónde está su memoria histórica? Lo de la lluvia ácida lo recuerdo ahora, pero el machaque fue de meses y meses, años y años. 
Si nos creemos esto, ¿qué no? Y decimos que creemos en la democracia. Menos mal que nos queda la definición (no recuerdo de quién) “el peor régimen exceptuando todos los demás”. La gente no tiene ni idea de lo que piensa, ni lo que piensan los demás, y vota con los pies, por no decir otra cosa. Todos los personajes citados arriba son bien conocidos. ¿Dónde están ahora? ¿Qué piensan de sus fracasos predictivos? ¿Sentirán algo de vergüenza? O el príncipe Carlos se dejó “subvencionar”, (como por Porcelanosa), para decir eso?
La propaganda en favor de estos locos es lucrativa para todos. Los Media venden, pagan sobornos, hasta la mujer del tiempo dice eso de “no cabe duda, es el cambio climático”, etc.
Al final conseguirán acabar con el mundo por una catástrofe causada por ellos mismos. No estamos lejos. 

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