El ganador de las recientes elecciones, Pedro Sánchez, definió en los debates previos con gran precisión su objetivo: acabar con la desigualdad creciente en España. Pero la desigualdad no es el principal problema de España, ni siquiera tiene la entidad de problema. Para empezar no es creciente. Son mañas electorales – que le han dado un excelente resultado - para convocar grupos sociales, como los pensionistas, a los que les conviene azuzar la guerra contra el resto de españoles, pues cada grupo de renta, cuando quiere aumentar su participación en la renta global, lo hace a costa de los demás. Un gran error de estrategia para un gobierno, porque tarde o temprano se encuentra estrangulado por promesas incumplibles.
Que España no tiene un problema de desigualdad se demuestra en el gráfico que tomo de un artículo de JR Rallo:
Como se ve en él, entre 1980 y 2017 la parte del 40% de renta más baja se ha mantenido sin perder un ápice de poder adquisitivo respecto a la renta total.
Entonces, si la distribución no es el problema, ¿cuál es? El problema es toda la estructura industrial que deriva en que España la tasa de paro sea el doble que la de Europa, aún en sus mejores momentos, como se ve en el siguiente gráfico.
Esta tasa de paro tan espectacular (que sólo gracias a la burbuja inmobiliaria se acercó la la media europea) , a la que ya no hacemos ni caso, pues la tomamos como un dato – como prueba que no ha sido debatida en ninguno de los debates electorales – es la culpable principal de la distribución de la renta en España. Y qué día ha distribución n no sufra alzas y bajas en un periodo tan largo como en del gráfico primero, trae consigo la buena nueva de que las políticas de ayuda al desempleo funcionan bastante bien. Pero claro, no bastan, pues el subsidio nunca será igual al salario percibido por el reciente parado.
Hace poco, en el número anterior de RC, John de Zulueta (presidente del Círculo de empresarios), decía con un optimismo encomiable que la tasa de paro debería ser reducida al 5%. En el mismo número, Fernando González Urbaneja se preguntaba si eso era posible. Apunta que una serie de reformas la harían viable, nada utópica.
Yo me conformaría con reducir la cifra al nivel medio de la UE. Mi menor optimismo proviene de que no es un problema que se solucione con un tal o cual modelo económico, sea liberal, sea keynesiano, sino de que la causa última es institucional, y corregirla no va ser tan fácil en un país tan encantado de haberse conocido en sus deficiencias estructurales y cuyo mayor empeño político es “corregir la desigualdad” (con un amplio respaldo de las urnas), cuando dicha desigualdad se moderaría sensiblemente con una reducción del paro y un aumento del empleo. No nos engañemos: en la raíz la desigualdad está el paro, como se vería si comparáramos por regiones ambas magnitudes.
A ello hay que añadir el problema de la productividad, naturalmente. La producción es la suma del empleo y de un factor residual que depende de la productividad. Sin ella, siempre estaríamos trabajando las mismas horas para producir siempre lo mismo, lo que es una situación singular desde la revolución industrial.
Este problema de España se debe el atraso creciente en formas avanzadas de producción, es decir, en productividad. ¿Qué quiere decir esto? Que la parte tecnológica de la renta que se obtiene de la producción no aumenta lo suficiente. Esta es la causa última de la alta tasa de parolas alta (siempre el doble que la media de Europa), y de las horrorosas proyecciones que hay sobre aspectos que nos amenazaron desde el futuro, como la quiebra de las pensiones, eso que Pablo Iglesias & Company arregla con un cambio legislativo. Que si el modelo productivo no cambia, si no hay más innovación (empleo de nuevas tecnologías), España tendrá una renta per capita cada vez más pequeña para repartir. Porque la distribución viene siempre después de la producción, y no puede haberla si no hay antes una productividad creciente.
A esto hay que añadir, desgraciadamente, que las proyecciones de población son dantescas, y ni por milagro van a comenzar a arreglarse desde ya. Menos población trabajadora y menos productividad, menos PIB per capita, menos recursos para atender a los pasivos, como los pensionistas.
Por eso no tiene sentido hablar de problema de distribución. Los problemas económicos son siempre intertemporales, y se ha de pensar en estos términos para hablar con sentido. Empezar arbitrariamente a aumentar las pensiones actuales (y esperadas falsamente) es engañar al personal, que tarde o temprano se va a encontrar conque no tendrá ni salario ni pensión suficientes para sostenerse. Ídem, respecto al salario mínimo, una redistribución hacia algunos que conservarán el empleo respecto a otros que lo perderán.
Hay que dejar al mercado que decida donde van las rentas, e interferir en esto con prudencia, mirando siempre sus efectos en el futuro. Esto suena horrible y chirriante en los oídos de la mayoría (que, repetimos, ha apoyado a este gobierno), pero es un paso ineludible hacia la solución del problema del paro y, como secuela, de la distribución. Si no, llegaremos a situaciones insostenibles de deuda y déficit, que habrá que corregir con “llanto y crujir de dientes”. Y de momento, ese es el camino que hemos emprendido: negación de la realidad e hinchar el globo de la ilusión.
El aumento constante del PIB y de la población es la única solución a cualquier problema que se plantee. La intervención de Estado debe ser neutral respecto a este proceso. Si no, se producirán grandes distorsiones de renta de improductivas respecto a productivas, lo que dará un mapa de incentivos totalmente contraproducente.
Es fácil ver que la salida no es inmediata ni segura, si no hay un amplio consenso social que luce por su ausencia presente y futura. Me refiero, a modo de ejemplo, al consenso que se logró en Corea hace treinta años, cuando el gobierno convenció a la gente, a la amplia mayoría, tomar el camino de capitalismo corregido y abandonar el modelo feudal.
No es que españa sea un país feudal: es un país ahora mismo fragmentado (lo cual le hace asimilarse aún feudalismo desgobernado) , quizás para varias décadas, con una administración despilfarradora e ineficiente por exceso de descentralización y duplicidades, y no se ve en el horizonte ninguna fuerza política que siquiera se plantee emprender la gigantesca tarea de convencer a sus ciudadanos de enmendar tales tipos de cosas. Antes, por el contrario, lo que se ve es el cainismo entre los principales partidos, el odio al gobierno central, y una inquietante mayoría de gente que parece no importarle la estabilidad institucional.
Dice González Urbaneja en el artículo citado que muchos economistas encuestados no cree que sea utópico alcanzar un paro del 5%. Yo no seria ni la mitad de optimista, por todo lo referido antes. Repito que no es un problema de aplicar un modelo económico Liberal o socialdemócrata, que parece que es lo que están pensando esos economistas. La Economía sin Historia es una ciencia vana, aparte de ser triste. La Historia aporta un realismo que establece una base más eficiente para desarrollar teorías económicas, que por arte de birlibirloque tienden a mezclarse y robarse unas a otras ideas y estrategias totalmente incompatibles.
Una tasa de paro del 5% en España exigiría tal transformación del país que como es fácil imaginar exigiría décadas, sobre todo teniendo en cuenta que con una estructura política estable como la que estaba vigente hasta hace poco no so consiguió ni llegar a la tasa media europea. Por eso mi propuesta es marcar ese objetivo, que de todas formas no está al alcance inmediato. Dicen que soñar no cuesta dinero, España lleva soñando mucho tiempo y eso nos ha costado demasía tiempo y dinero.