"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

martes, 12 de abril de 2011

El signo político del euro (II)

Si he contado tan breve como es posible la historia anterior, es porque quería que se viera el origen político del euro, aunque la Historia en general no tiene nunca un principio ni un final delimitados. El euro nace de esa obsesión remota, en gran parte justificada, de Francia por Alemania. (Aunque ya hemos visto que en siglos anteriores era al revés: Alemania vivía bajo el pánico de la fuerza expansionista francesa.)
No hay expresión más fiel a esa idea que uno de los personajes del libro citado: Clémenceau, el gran héroe, el "Viejo Tigre", el único que se había mantenido firme en la guerra mundial, a pesar de haber estado a punto de la derrota varias veces (derrota certera, si no es por la intervención de EEUU). Clemenceau, a sus 80 años, sólo tenía como obsesión proteger a Francia, un país decadente (al menos en lo militar) frente a una Alemania pujante y sobrepoblada pese a la derrota. Ha pasado a la historia como un lobo deseoso de vengarse de su enemigo, pero la verdad es que lo que quería era debilitar, al menos militarmente, una fuerza devastadora que había dejado el norte de Francia, literalmente, como un gran cráter. De ahí la Renania desmilitarizada, lo único que logró sacar el "Tigre" en la conferencia de Paz (junto con la recuperación de Alsacia y Lorena), un logro que no sirvió de nada cuando 20 años después Hitler decidió  apropiarse  de ella de nuevo. Veinte años después empezaba de nuevo la pesadilla.
La humillación alemana no había servido de nada, y tras la segunda guerra mundial se decidió su partición entre la Alemania occidental y la oriental comunista, tutelada ésta por las divisiones soviéticas. Los franceses, desde De Gaulle  a Mitterrand, y los ingleses, dormían tranquilos. Una Alemania troceada en dos no sería capaz de armar otra guerra.
La caída del mundo comunista en el 89 cogió a todos desprevenidos. Más desprevenidos estaban cuando Kohl, primer ministro alemán, decidió llevar adelante la unificación de las dos Alemanias. No estaba previsto en el Tratado de la Unión europea. Mitterrand era heredero de los miedos de Clémenceau, de los recelos de De Gaulle, y cuando vio como un hecho consumado que Alemania volvía ser grande, y que no podía impedirlo, decidió ponerle una cadena al monstruo recién despertado de un siesta de medio siglo: un moneda única sería el precio si querían que Europa aceptara Alemania Unida.  Eso fue lo que revivió un proyecto de Unión Monetaria que estaba moribundo desde la crisis del Sistema Monetario Europeo en 1992.
Lo que sigue merece una pausa.

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