Han fracasado las negociaciones laborales. Es natural, pues lo que se exige es inasumible por "agentes" que representan intereses parciales, y no intereses generales. Lo chusco es que Zp ha intentado buscar un culpable que, cómo no, ha sido Rosell, el de la patronal. Aún en estos momentos de desasosiego creciente, Zp busca a señalar con el dedo el niño que ha roto el lápiz. Sus instintos primarios son así de mezquinos.
Pues, ¿qué nos importa quién sea el culpable de un fracaso cantado? En caso de llegar a un acuerdo, hubiera sido insuficiente para normalizar mínimamente el mercado de trabajo. ¿O habría que hablar de 17 mercados de trabajo? o de 1500 convenios colectivos?
Ya saben que pienso que el mercado de trabajo no es la pieza fundamental, la puerta de salida de la crisis. Mi amigo Felipe Saéz, catedrático y experto en mercado de trabajo, cree lo mismo. Ahora bien, que hay que reformar el ¿mercado? de trabajo español, el peor del mundo occidental posiblemente, eso es evidente. Lo que pasa es que el enfoque que se ha tomado desde el principio es erróneo.
Hay un error de bulto en asumir que los sindicatos "saben de esto" y deben ser pieza fundamental. Es el colofón a la manera de pensar de un país sobre economía. En España se piensa que la economía es un latrocinio natural, y que las instituciones están para corregir ese latrocinio. Curiosa derivada de la teoría de la plusvalía marxista, que en España se asentó perfectamente en una cultura justiciera muy acendrada.
De ello se deriva un sesgo justiciero (falaz) de doble sentido:
1) primero, el empresario es malo, ave rapaz, buitre, y ha de ganar lo menos posible. Cuánto menos gane el empresario, más ganaran los trabajadores. Esto se fomenta en la escuela, como se puede ver en los libros de texto. (En España, han tenido éxito social los empresarios demagogos, como Ruiz Mateos, que "trataba" de cine a sus trabajadores mientras esquilmaba a los demás. Mejor Luis Candelas que Amancio Ortega.
2) segundo, un trabajador no debe ganar mucho más que otro. Eso es por definición injusto, y deben igualarse los salarios lo más posible. Y si hay diferencias debidas a grados de profesionalización, no debe haber diferencias dentro de cada rango profesional. Si fulanita gana tanto, lo mismo debe ganar menganita aunque tenga el doble de absentismo laboral.
Ese enfoque justiciero es lo que impide un mercado de trabajo. Para que tal mercado existiera, lo convenios colectivos no debería de existir; es más, deberían estar prohibidos. Son instrumentos igualitarios contra producentes, no favorecen la creación de empleo y riqueza. Para garantizar derechos, están las leyes laborales.
La supresión del convenio laboral sería un salto muy positivo para España; y en general, quitar la injerencia de los tribunales. Pero vivimos en un contexto cultural/europeo que admite este tipo de intervenciones, como en Alemania; lo que pasa es que lo usan con cierta inteligencia para, desde el nivel de gobierno, obstruir lo menos posible la creación de empleo.
Cualquier reforma laboral no va a llegar ni a la libertad individual de Norteamérica (incompatible con nuestra cultura) ni a la coordinación alemana (por cierto, muy dependiente de quién gobierna).
Va a ser muy difícil desmontar derechos adquiridos muy lesivos para la libertad, como los derechos a la discriminación positiva, con todo el tinglado de ayudas y subvenciones para contratar no al factor más rentable, sino al que dice determinado grupo de presión. Todo esto merma el producto potencial gravemente. Y dirán uds, ¿Y a mí qué me importa el PIB potencial?
Pues creo que el economista debe de explicar que lo primero es la eficiencia. La eficiencia y su avance constante permite conquistar terreno a la necesidad, al hambre el el mundo, a los débiles, a los necesitados. Y hasta el momento no se ha descubierto sistema más eficaz de asignar trabajadores que el mercado libre, con un modelo de contratación único, y pactado libremente entre ambas partes. Eso aumenta el excedente social disponible para el estado de bienestar bien entendido.
Pero en España no basta. En España los desincentivos a invertir y crear empresa no viene del mercado de trabajo. Del mercado de trabajo viene las limitaciones a las plantillas que en un momento dado tendrán las empresas; pero el nº de empresas, la cantidad de capital, está limitado por otras cosas: Unas, estructurales, o microeconómicas, como la pésima sobre carga impositiva que soporta la adquisición de capital, la más alta de Europa. Invertir en capital en España es heroico. Otra, la empanada financiera, en gran parte causada por el euro. A ello se ha de añadir la imposibilidad de ajuste cambiario, fundamental para que nuestras empresas, no punteras tecnológicamente, se ajusten a los precios y costes internacionales.
La primera fuente de creación de empleo es la inversión y creación de empresas. Y de esto no se habla, de quitar el entramado surealista de disposiciones administrativas, cargas impositivas, ayudas selectivas, empresas públicas que hacen la competencia desleal, etc.
La empresa española, aparte de las cuatro grandes, es débil. Y escasa: han desaparecido por cientos de miles, y no se ve fin a ese proceso. El régimen creado por Zapatero (una especie de leninista al que le importa una higa todo esto), de gobierno impotente y 17 poderes fuertes y enfrentados, de sindicatos prepotentes... no se puede sólo achacar a la crisis lo que ha pasado.
Es más, creo que sería prioritario arreglar esto que el mercado de trabajo, aunque no veo razón para no hacer las dos cosas.
Si arreglamos sólo el mercado de trabajo, y no arreglamos los límites a la creación de capital, tendremos un país con menos paro, pero de empleados de baja cualificación con salarios muy bajos. Es decir, un país emergente.
El trabajo es un factor que, sin el capital, se empobrece. la tecnología, la gran creadora neta de riqueza, que aumenta la productividad y los salarios, está en el capital.
Pues, ¿qué nos importa quién sea el culpable de un fracaso cantado? En caso de llegar a un acuerdo, hubiera sido insuficiente para normalizar mínimamente el mercado de trabajo. ¿O habría que hablar de 17 mercados de trabajo? o de 1500 convenios colectivos?
Ya saben que pienso que el mercado de trabajo no es la pieza fundamental, la puerta de salida de la crisis. Mi amigo Felipe Saéz, catedrático y experto en mercado de trabajo, cree lo mismo. Ahora bien, que hay que reformar el ¿mercado? de trabajo español, el peor del mundo occidental posiblemente, eso es evidente. Lo que pasa es que el enfoque que se ha tomado desde el principio es erróneo.
Hay un error de bulto en asumir que los sindicatos "saben de esto" y deben ser pieza fundamental. Es el colofón a la manera de pensar de un país sobre economía. En España se piensa que la economía es un latrocinio natural, y que las instituciones están para corregir ese latrocinio. Curiosa derivada de la teoría de la plusvalía marxista, que en España se asentó perfectamente en una cultura justiciera muy acendrada.
De ello se deriva un sesgo justiciero (falaz) de doble sentido:
1) primero, el empresario es malo, ave rapaz, buitre, y ha de ganar lo menos posible. Cuánto menos gane el empresario, más ganaran los trabajadores. Esto se fomenta en la escuela, como se puede ver en los libros de texto. (En España, han tenido éxito social los empresarios demagogos, como Ruiz Mateos, que "trataba" de cine a sus trabajadores mientras esquilmaba a los demás. Mejor Luis Candelas que Amancio Ortega.
2) segundo, un trabajador no debe ganar mucho más que otro. Eso es por definición injusto, y deben igualarse los salarios lo más posible. Y si hay diferencias debidas a grados de profesionalización, no debe haber diferencias dentro de cada rango profesional. Si fulanita gana tanto, lo mismo debe ganar menganita aunque tenga el doble de absentismo laboral.
Ese enfoque justiciero es lo que impide un mercado de trabajo. Para que tal mercado existiera, lo convenios colectivos no debería de existir; es más, deberían estar prohibidos. Son instrumentos igualitarios contra producentes, no favorecen la creación de empleo y riqueza. Para garantizar derechos, están las leyes laborales.
La supresión del convenio laboral sería un salto muy positivo para España; y en general, quitar la injerencia de los tribunales. Pero vivimos en un contexto cultural/europeo que admite este tipo de intervenciones, como en Alemania; lo que pasa es que lo usan con cierta inteligencia para, desde el nivel de gobierno, obstruir lo menos posible la creación de empleo.
Cualquier reforma laboral no va a llegar ni a la libertad individual de Norteamérica (incompatible con nuestra cultura) ni a la coordinación alemana (por cierto, muy dependiente de quién gobierna).
Va a ser muy difícil desmontar derechos adquiridos muy lesivos para la libertad, como los derechos a la discriminación positiva, con todo el tinglado de ayudas y subvenciones para contratar no al factor más rentable, sino al que dice determinado grupo de presión. Todo esto merma el producto potencial gravemente. Y dirán uds, ¿Y a mí qué me importa el PIB potencial?
Pues creo que el economista debe de explicar que lo primero es la eficiencia. La eficiencia y su avance constante permite conquistar terreno a la necesidad, al hambre el el mundo, a los débiles, a los necesitados. Y hasta el momento no se ha descubierto sistema más eficaz de asignar trabajadores que el mercado libre, con un modelo de contratación único, y pactado libremente entre ambas partes. Eso aumenta el excedente social disponible para el estado de bienestar bien entendido.
Pero en España no basta. En España los desincentivos a invertir y crear empresa no viene del mercado de trabajo. Del mercado de trabajo viene las limitaciones a las plantillas que en un momento dado tendrán las empresas; pero el nº de empresas, la cantidad de capital, está limitado por otras cosas: Unas, estructurales, o microeconómicas, como la pésima sobre carga impositiva que soporta la adquisición de capital, la más alta de Europa. Invertir en capital en España es heroico. Otra, la empanada financiera, en gran parte causada por el euro. A ello se ha de añadir la imposibilidad de ajuste cambiario, fundamental para que nuestras empresas, no punteras tecnológicamente, se ajusten a los precios y costes internacionales.
La primera fuente de creación de empleo es la inversión y creación de empresas. Y de esto no se habla, de quitar el entramado surealista de disposiciones administrativas, cargas impositivas, ayudas selectivas, empresas públicas que hacen la competencia desleal, etc.
La empresa española, aparte de las cuatro grandes, es débil. Y escasa: han desaparecido por cientos de miles, y no se ve fin a ese proceso. El régimen creado por Zapatero (una especie de leninista al que le importa una higa todo esto), de gobierno impotente y 17 poderes fuertes y enfrentados, de sindicatos prepotentes... no se puede sólo achacar a la crisis lo que ha pasado.
Es más, creo que sería prioritario arreglar esto que el mercado de trabajo, aunque no veo razón para no hacer las dos cosas.
Si arreglamos sólo el mercado de trabajo, y no arreglamos los límites a la creación de capital, tendremos un país con menos paro, pero de empleados de baja cualificación con salarios muy bajos. Es decir, un país emergente.
El trabajo es un factor que, sin el capital, se empobrece. la tecnología, la gran creadora neta de riqueza, que aumenta la productividad y los salarios, está en el capital.
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