Como el verano parece haberse instalado por más tiempo, he reanudado mis lecturas veraniegas. He vuelto a los diarios de González-Ruano, que para mí tienen un sabor personal más allá del literario. Habla de una época que, por ser muy joven, conocí a través de la bruma propia en la que uno vive a esa edad. Pese a no tener plena conciencia de uno mismo (o por todo lo contrario, cualquiera sabe) se quedan grabados en la memoria recuerdos absurdos, que vienen acompañados de sensaciones que parecen vívidas todavía, como si fuera de ayer mismo.
En una entrada del Diario de G-R del 29 de enero de1963 1964 , me encuentro con la siguiente anotación:
Tengo ese partido en mi memoria con multitud de detalles. Era la primera vez que veía el uniforme del Milán, que era el favorito indiscutible. No sé por qué, pensé que no era tan deshonroso perder con un equipo de camiseta tan bonita. Chorradas de niño. El Milán tenía al que se consideraba el mejor jugador de Europa, Gigi Rivera, y un plantel de jugadores favoritos para ganar la Copa de Europa (luego la ganó el Inter ganando el la final al Madrid). Mi madre, no recuerdo por qué razones conocía a la madre de Saporta, mandamás del Madrid, nos transmitió que en el club estaban convencidos de que "no teníamos nada que hacer". Claro que yo confiaba en el Madrid, en Di Stefano, Puskas, Gento, y la gran figura emergente que era Amancio. De Amancio, que marcó un gol e hizo lo que quiso con la defensa milanesa, dijo Rivera que era el mejor jugador que había visto en su vida.
Di Stefano hizo uno de los mejores partidos que le recuerdo, y poco podía sospechar que era la última temporada que jugaría con el Madrid. Metió un gol de falta directa, cosa rara porque se las dejaba siempre a Puskas. Fue la primera vez que vi la famosa "folha seca", que dijo Di Stefano le había enseñado Didí, un brasileño que estuvo pocos años antes en el Madrid. Otra jugada sin consecuencias ésta, pero que nunca olvidaré, fue un remate de cabeza de Di Stefano a pase de Gento desde la banda: Di Stefano llegaba por el centro del área, con dos defensas intentando taparle, y cuando le llegó la pelota la tocó suavemente con la cabeza, engañando al portero, pero el balón dio en el palo y no hubo gol. Me pareció que la pelota quedó parada en el aire durante un segundo, hasta que decidió no entrar. Imposible comprobar ahora si así fue, no hay imágenes del evento, así que me consuelo con esa imagen personal.
La gran victoria no me ha hecho olvidar, al cabo de los años, el frío, aunque durante el partido sólo los comentamos con mis amigos ante de empezar el encuentro... Y ahí quedó todo. Lo demás se me ha borrado, cómo volvimos a casa a las 10 de la noche, la cena familiar, salvo que al día siguiente esperé con impaciencia la llegada del diario deportivo, que devoré como nunca he devorado ningún libro.
Entonces la política no ocupaba nuestra mentes, el fútbol era nuestra única preocupación. Mi padre trabajaba como 14 horas diarias, yo estudiaba y aprobaba. Secretamente esperaba que no tuviera que estudiar una carrera, porque lo que deseaba con verdadera pasión era ser el sucesor de Di Stefano, algo que sólo podía caber en una cabeza dislocada. Me hicieron seguir otros caminos más prosaicos, aunque mi sueño tardó tiempo en disiparse.
Ese año descubrí que había compañeros que tenían inquietudes políticas mezcladas con la religión: una verdadera "teología de la liberación" muy activa, con muchos de los llamados curas-obreros, que hacían proselitismo por CCOO tanto o más que por la Iglesia, ya entonces decidida a abandonar al franquismo a su última suerte. He comprobado después que cada vez que la iglesia "se abre", se inclina mucho hacia la izquierda política, como si en medio de ese recorrido no hubiera posiciones más acordes con su esencia.
A mí no me gustó ese activismo, que viví muy de cerca por mis compañeros más empeñados, porque había cierta hipocresía en él, como una impostura en la que se intentaba fusionar dos sentimientos muy distintos, incluso opuestos. Conocí a bastantes que mordieron ese anzuelo, y no salieron bien parados; no porque fueran perseguidos (el régimen era bastante tolerante), sino al cabo de los años al darse cuenta que habían perdido años de su vida.
Luego, pocos años después, en la Universidad, me topé de lleno con el movimiento comunista disfrazado de varios pelajes. Gracias a ellos y a sus huelgas, la Universidad se hundía irremisiblemente. Ahora estoy convencido que no era un "daño colateral", sino que era su objetivo prioritario, bajo la divisa "cuanto peor, mejor" (la misma divisa que siguen ahora los nacionalismos). Más adelante, con la Transición, absurdamente esa decadencia se aceleró, llegando a unos niveles de incompetencia que no se podían sospechar entonces. Aunque todavía nos queda por ver hasta donde llegamos en envilecimiento.
Esos sueños se disiparon, y fueron sustituidos por otros, mientras la vida imponía su presencia cada vez más acuciante. Durante un par de años de la Transición tuve la ilusión de participar en el cambio democrático. Luego me di cuenta de lo que era un partido por dentro, el PSOE, qué poco espacio dejaba a la acción generosa. Me fui sin hacer ruido, porque además yo creo que nunca dejé de ser transparente (invisible) para los compañeros que me tocó soportar. Ni pude aportar nada ni me lo pidieron. Luego he visto que afortunadamente, tuve suerte, creo.
Ahora, con esta retrospectiva, creo que las cosas empezaron a torcerse entonces, años antes de la Transición. Años de siembra de un comunismo gramsciano, de una Iglesia izquierdosa, de una confusión entre democracia y socialismo de la que todos fuimos víctimas. De manera que si me hiciera la pregunta del protagonista de "Conversación en la catedral" ¿En qué momento se jodió el Perú, Zavalita?, yo diría que los años 60 fueron los primeros vagidos de la decadencia de hoy, entre un mundo que expiraba y otro que prometía el cuerno de la abundancia y la libertad. La transición no hizo más que seguir esa senda ya trillada por el superfluo progresismo de unos y otros.
En una entrada del Diario de G-R del 29 de enero de
Yo estuve en ese partido. Ganó el RM por 4-1, en una gloriosa y fría noche madrileña (casi siberiana) en que se te quedaban los dedos de los pies como estalactitas. Me acuerdo muy bien que mi madre al final cedió y me dejó ir al partido con mis amigos, con la condición de que me pusiera dos o tres pares de calcetines, dos jerséis además del abrigo, guantes y no sé cuantas bufandas. Me parece que incluso un verdugo o pasamontañas. Luego se lo agradecí durante toda la noche."Me despierta el frío. El frío más poderoso que todas las mantas. Además, desde que han subido el precio de la calefacción, esta peor. Salgo a la calle a las nueve y media. Hace un día hipócritamente claro. "ABC publica un extraño artículo mío sobre fútbol. Creo que es el primer que, en este sentido, hice en mi vida. Aliento en él al Real Madrid, que se enfrenta esta tarde con el Milán. Quisiera que les diera suerte...."
Tengo ese partido en mi memoria con multitud de detalles. Era la primera vez que veía el uniforme del Milán, que era el favorito indiscutible. No sé por qué, pensé que no era tan deshonroso perder con un equipo de camiseta tan bonita. Chorradas de niño. El Milán tenía al que se consideraba el mejor jugador de Europa, Gigi Rivera, y un plantel de jugadores favoritos para ganar la Copa de Europa (luego la ganó el Inter ganando el la final al Madrid). Mi madre, no recuerdo por qué razones conocía a la madre de Saporta, mandamás del Madrid, nos transmitió que en el club estaban convencidos de que "no teníamos nada que hacer". Claro que yo confiaba en el Madrid, en Di Stefano, Puskas, Gento, y la gran figura emergente que era Amancio. De Amancio, que marcó un gol e hizo lo que quiso con la defensa milanesa, dijo Rivera que era el mejor jugador que había visto en su vida.
Di Stefano hizo uno de los mejores partidos que le recuerdo, y poco podía sospechar que era la última temporada que jugaría con el Madrid. Metió un gol de falta directa, cosa rara porque se las dejaba siempre a Puskas. Fue la primera vez que vi la famosa "folha seca", que dijo Di Stefano le había enseñado Didí, un brasileño que estuvo pocos años antes en el Madrid. Otra jugada sin consecuencias ésta, pero que nunca olvidaré, fue un remate de cabeza de Di Stefano a pase de Gento desde la banda: Di Stefano llegaba por el centro del área, con dos defensas intentando taparle, y cuando le llegó la pelota la tocó suavemente con la cabeza, engañando al portero, pero el balón dio en el palo y no hubo gol. Me pareció que la pelota quedó parada en el aire durante un segundo, hasta que decidió no entrar. Imposible comprobar ahora si así fue, no hay imágenes del evento, así que me consuelo con esa imagen personal.
La gran victoria no me ha hecho olvidar, al cabo de los años, el frío, aunque durante el partido sólo los comentamos con mis amigos ante de empezar el encuentro... Y ahí quedó todo. Lo demás se me ha borrado, cómo volvimos a casa a las 10 de la noche, la cena familiar, salvo que al día siguiente esperé con impaciencia la llegada del diario deportivo, que devoré como nunca he devorado ningún libro.
Entonces la política no ocupaba nuestra mentes, el fútbol era nuestra única preocupación. Mi padre trabajaba como 14 horas diarias, yo estudiaba y aprobaba. Secretamente esperaba que no tuviera que estudiar una carrera, porque lo que deseaba con verdadera pasión era ser el sucesor de Di Stefano, algo que sólo podía caber en una cabeza dislocada. Me hicieron seguir otros caminos más prosaicos, aunque mi sueño tardó tiempo en disiparse.
Ese año descubrí que había compañeros que tenían inquietudes políticas mezcladas con la religión: una verdadera "teología de la liberación" muy activa, con muchos de los llamados curas-obreros, que hacían proselitismo por CCOO tanto o más que por la Iglesia, ya entonces decidida a abandonar al franquismo a su última suerte. He comprobado después que cada vez que la iglesia "se abre", se inclina mucho hacia la izquierda política, como si en medio de ese recorrido no hubiera posiciones más acordes con su esencia.
A mí no me gustó ese activismo, que viví muy de cerca por mis compañeros más empeñados, porque había cierta hipocresía en él, como una impostura en la que se intentaba fusionar dos sentimientos muy distintos, incluso opuestos. Conocí a bastantes que mordieron ese anzuelo, y no salieron bien parados; no porque fueran perseguidos (el régimen era bastante tolerante), sino al cabo de los años al darse cuenta que habían perdido años de su vida.
Luego, pocos años después, en la Universidad, me topé de lleno con el movimiento comunista disfrazado de varios pelajes. Gracias a ellos y a sus huelgas, la Universidad se hundía irremisiblemente. Ahora estoy convencido que no era un "daño colateral", sino que era su objetivo prioritario, bajo la divisa "cuanto peor, mejor" (la misma divisa que siguen ahora los nacionalismos). Más adelante, con la Transición, absurdamente esa decadencia se aceleró, llegando a unos niveles de incompetencia que no se podían sospechar entonces. Aunque todavía nos queda por ver hasta donde llegamos en envilecimiento.
Esos sueños se disiparon, y fueron sustituidos por otros, mientras la vida imponía su presencia cada vez más acuciante. Durante un par de años de la Transición tuve la ilusión de participar en el cambio democrático. Luego me di cuenta de lo que era un partido por dentro, el PSOE, qué poco espacio dejaba a la acción generosa. Me fui sin hacer ruido, porque además yo creo que nunca dejé de ser transparente (invisible) para los compañeros que me tocó soportar. Ni pude aportar nada ni me lo pidieron. Luego he visto que afortunadamente, tuve suerte, creo.
Ahora, con esta retrospectiva, creo que las cosas empezaron a torcerse entonces, años antes de la Transición. Años de siembra de un comunismo gramsciano, de una Iglesia izquierdosa, de una confusión entre democracia y socialismo de la que todos fuimos víctimas. De manera que si me hiciera la pregunta del protagonista de "Conversación en la catedral" ¿En qué momento se jodió el Perú, Zavalita?, yo diría que los años 60 fueron los primeros vagidos de la decadencia de hoy, entre un mundo que expiraba y otro que prometía el cuerno de la abundancia y la libertad. La transición no hizo más que seguir esa senda ya trillada por el superfluo progresismo de unos y otros.
Un vacuo progresismo aniquilador de cualquier pensamiento "fuerte", que se encontró con un vacío aún mayor enfrente. El miedo al comunismo de Moscú, entonces tan temido, hizo a la derecha plegar sus goznes ante algunas reinvidicaciones progresistas. Pero estos son cosas que se ven a posteriori. La historia nos da siempre esa lección: creemos que forjamos el futuro, pero éste se está decidiendo a la sombra, con total independiencia de nuestra voluntad.
4 comentarios:
Un comentario muy «conservador». Pero interesante.
Hoy el Papa decía en un entrevista: «yo nunca he sido de derechas». Y está en lo cierto, porque un religioso es de Dios y de nadie más (¿suena muy radical esto?).
Papa JuanPa II no coqueteó con la izquierda. Puede que quizás, como Ud., porque la vivió de cerca. Esa izquierda cancerosa y nihilista.
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Yo no he mencionado a Juan Pablo II. Pero tampoco fue capaz de romper a favor de la libertad de empresa. Odiaba el comunismo, pero cuando lo aniquiló, se dio cuenta que no le gustaba tampoco lo otro. Y cómo, si era un cura polaco que no vivió nunca en un país libre?
Como iba a entender que el capitalismo era simplemente menos malo que el comunismo? Siguió buscando la respuesta redonda.
Pero fue un buen Papa en lo esencial. Arremetió contra la Teología de la Liberación, que era su deber. Ahora este Papa me parece muy cercano a eso. Esta abriendo demasiadas puertas a la vez. Los progresistas ateos se están relamiendo.
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