“Al acercarnos a los franceses, el Brigante se volvió hacia nosotros. Los ojos y los dientes le brillaban en la cara.
Nunca tanto como entonces me pareció un tigre.
—¡Viva España! —gritó con una voz potente.
—¡Viva! —gritamos todos con un aullido salvaje que resonó en el aire.
Tuvimos un momento la certidumbre de que habíamos arrollado al enemigo; una descarga cerrada nos recibió; silbaron las balas en nuestros oídos; respiramos un aire cargado de humo de pólvora y de papeles quemados; cayeron diez, doce, quince caballos y jinetes de los nuestros; sus cuerpos nos impidieron seguir adelante; hundimos las espuelas en los ijares de los caballos; era inútil: al pasar la nube de humo nos vimos lanzados por la tangente. Todos los guerrilleros de a pie contemplaban el espectáculo.
Los franceses se formaban de nuevo y mejor.
Al llegar al final de una vertiente de la loma volvimos grupas y, sin precaución alguna, pasamos cerca de los franceses a formarnos de nuevo.
Los del Jabalí, sin duda, no se habían” “atrevido a cargar.
El Brigante, orgulloso de su valor, y viendo nuestro enardecimiento, nos hizo acometer de nuevo.
Con una serenidad pasmosa, avanzó a la cabeza del escuadrón, terrible, majestuoso, lleno de cólera como el mismo dios de las batallas.
No éramos bastantes para arrollar a los franceses por la masa, y se trabó el combate cuerpo a cuerpo, hombre contra hombre, como fieras, enloquecidas por el furor.
Ciegos de coraje, dábamos estocadas y mandobles a derecha e izquierda. Al Tobalos se le veía en todas partes, luchando y ayudando a los demás.
El Brigante parecía un energúmeno, uno de esos monstruos exterminadores del Apocalipsis. Su mano fuerte blandía colérica el sable corvo y pesado, y el acero de su hoja se teñía en sangre roja y negra como el cuerno afilado de un toro en la plaza.”
“Había matado más de cuatro, cuando se lanzó sobre él un sargento de dragones alto, gigantesco, con unas barbas largas y rojas y una mirada feroz.
En la acometida vimos los caballos de ambos que se ponían en dos patas, furiosos, echando vaho por las narices. Los sables de los dos combatientes, al chocar, metían un ruido como las hoces en las cañas de maíz.
Aquel combate singular no duró mucho; el Brigante dio a su enemigo tal sablazo, que vimos caer el cuerpo enorme del dragón con el cuello casi tronchado.
La curiosidad por presenciar el combate pudo perderme; un gendarme me soltó un sablazo en el hombro, que me dobló la charretera.”
“Los guerrilleros, al ver que abríamos brecha en los franceses, se acercaron de nuevo, gritando: —Avanza la caballería. Son nuestros. ¡Adelante! —y rodearon al enemigo como una manada de lobos hambrientos.
Los franceses empezaron a vacilar, a cejar.
Los españoles, con nuevas tropas de refresco, avanzaban, cada vez más decididos. Ya nos veíamos unos a otros, y nuestros gritos pasaban por encima de los franceses.
De pronto, el comandante Fichet, que se encontraba en el centro, a caballo, se descubrió, tomó la bandera y estrechándola, sobre el pecho, comenzó a cantar la Marsellesa. Todos los soldados franceses entonaron el himno a coro, y como si sus mismas voces les hubieran dado nueva fuerza, rehicieron sus filas, se ensancharon y nos hicieron retroceder.
Aquella escena, aquel canto, tan inesperado, nos sobrecogieron a todos. Los franceses parecían transfigurarse: se les veía entre el humo, en medio del ruido de los sables y de los gritos e imprecaciones nuestras, cantando, con los ojos ardientes llenos de llamas, el aire fiero y terrible.
Parecía que habían encontrado una defensa, un punto de apoyo en su himno; una defensa ideal que nosotros no teníamos.
“Sin aquel momento de emoción y de entusiasmo, las tropas francesas se hubieran desordenado. Fichet, que conocía, sin duda, muy bien a su gente, recurrió a inflamar el ánimo de sus soldados con canciones republicanas.”
“Nosotros nos retiramos.
Los franceses tuvieron la convicción de que aquel ataque furioso había sido nuestro máximo esfuerzo. Esta convicción les tranquilizó. Los del Brigante nos alejamos del lugar del combate, y siguió de parte de los guerrilleros el fuego graneado.
Fichet, después de recoger los heridos y de reorganizar la columna, se puso en marcha formando un cuadro, algunos tiradores de a caballo en los flancos, y a retaguardia los demás, que iban retirándose escalonados.
Fichet no quiso, sin duda, avanzar rápidamente, por no dar a sus soldados la impresión de una fuga, y fue marchando con su columna con verdadera calma.”
Pasaje de: Baroja, Pío. “El escuadrón del Brigante.” iBooks.
"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James
There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario