Un sábado diabólico

Mi mujer ha comprado unos cuadros. Se ha empeñado en colgarlos de la pared. Como es incapaz de hacerlo ella sola, acude a mí. Odio los trabajos manuales, sobre todo cuando alguien por detrás te está criticando. Así que llegamos a las manos. Lo que no entiendo es cómo, después de años de experiencia, me lleva a esto y yo pico el anzuelo.

Dejé las manualidades cuando la infancia me dejó a mí. Soy, por lo tanto, muy precoz: me conozco desde que tenía uso de razón.

Una vez puesto el p*** cuadro -los demás son imposibles de colgar con el sistema que ha comprado, yuppie-, me viene con la desagradable sorpresa de que hay que montar la tele nueva. La tele nueva funciona perfectamente sin peana, simplemente apoyando el plasma en la pared, pero es una perfeccionista: quiere la peana. "La vamos a tener" - me digo, de un humor tenebroso.

Así que saco la peana de la caja (que pensaba que ya había tirado al basurero), y me encuentro con unas instrucciones y unos tornillos (también en la caja que tenía que estar ya en la basura). Fácil - me digo- tornillos, agujeros, agarrar peana a la pantalla... Pero hete aquí que no. Hay tornillos que no entran bien, se atsscan. Entonces viene el momento crítico. Mi mujer coje un tornillo de no sé dónde, pequeñito, lo mete en el agujero, y el tornillo cae por él. Y dice: "ya esta, éste entra". Si hay una cosa que me revienta, es que alguien no reflexione antes de actuar.

"¡Nos ha jodido que entra, pero no agarra!" -contesto muy comedido. Pero la veo metiendo el destornillador frenéticamente por un agujero por el que se ha colado el tornillo. Estallo: ¡pero no seas borrica, cielo! - Lo cual es un doble error, no se puede decir borrica y cielo en la misma frase, es mucho peor que decir una de las dos palabras - "¡ese tornillo no encaja, tiene que agarrar!" "Pues es éste -me contesta- y además no me llames borrica que acabamos mal".

- ¡Lo que no aguanto es que me discutas lo imposible!... Siempre, con las manualidades, acabamos así. Recuerda una vez que nos empeñamos en empapelar el apartamento. Los vecinos fueron testigos del milagro que no nos divorciáramos recién casados.

Decido tomar el mando: le quito el destornillador (que estaba a punto de clavarme en un ojo), y pongo la puta peana en cinco minutos, que, por cierto, no hace que la Tele se vea mejor, como yo ya sabía.

"¿Ves como no podía ser ése el tornillo?" Le resalto con sorna. Se va rezongando -"a mí no me dirijas la palabra, que soy una borrica, una maestrilla" (si, también se lo llamé)... Pero la tele está con su peana, como un santo, y el cuadro en la pared. Putos sábados... ¿Pero no están para descansar y alabar al señor?

Me parece que esta noche me roca cena fría.