"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

jueves, 12 de febrero de 2015

España y su historia

Hay un artículo en el Mundo del historiador e hispanista Henry Kamen que nos devuelve los pies a la tierra. Habla de la inanidad de las constituciones cuando son meros papeles escritos sin conexión con un sentimiento de nacionalidad. Es más, yo diría que no hace falta que ese sentimiento se exprese efusivamente todos los días, como por ejemplo saliendo de casa tatareando el himno nacional; basta que estemos tan convencidos que ni lo pensemos diariamente: es algo que se da por hecho, una de esas creencias de Ortega y Gasset en la que asentamos nuestra vida más corriente.

Es obvio que en España estamo siempre buscándole las vueltas, frecuentemente, a qué es España. Y Kamen tiene razón: eso no se resuelve emborronando papeles. Los papeles no hacen buenos ciudadanos, es al revés.

A continuación, algunos párrafos del artículo (aunque no este de acuerdo al 100% con el texto).

... La razón por la que durante siglos la gente ha admirado el sistema de gestión estatal del Reino Unido es precisamente porque los británicos no tienen una constitución. Porque nunca tuvieron una, nunca ha fallado. Por el contrario, si uno desea buscar un país que tiene más historia de constituciones fallidas, no es necesario ir más allá de España. La primera y más famosa de sus constituciones, la de 1812, fue atacada vigorosamente por José Blanco White en esa misma década: «Nunca he dejado de repetir que la insensata Constitución de Cádiz causaría la ruina del reino». «En Inglaterra», escribió aquel año, «no hay catecismos constitucionales, ni Constitución portátil de faldriquera; el pueblo sabe poco o nada de principios abstractos, pero no hay hombre tan rústico que ignore los medios prácticos de defenderse contra la opresión». Incluso el más firme partidario británico de la Constitución Española de 1812, Lord Holland, la criticó por su «falta de saber práctico y un gran olvido de las lecciones de la experiencia». Lamentablemente, la misma crítica se podría hacer de todas las constituciones posteriores de España, entre ellas la de 1978. EL PROBLEMA para España no es de ninguna manera similar al de Reino Unido o EEUU. De hecho, el problema en España no tiene nada que ver con la constitución. Es el argumento principal del presente artículo. La constitución original de Estados Unidos, como De Tocqueville señaló en 1835, fue elaborada por las colonias que tenían «la misma religión, el mismo idioma, las mismas costumbres, y casi las mismas leyes; que estaban luchando contra un enemigo común; y estas razones eran suficientemente fuertes como para unirlas una a otra, y consolidarlas en una sola nación». Cuando las colonias se dieron cuenta de que aún había problemas sobre la planificación de un gobierno común, se dedicaron a elaborar una nueva constitución basada en el federalismo y la separación de poderes. Los estadounidenses siguieron, de todos modos, siendo conscientes de que eran «una nación». Eso, en esencia, fue el logro.

Un pueblo puede crear una constitución para sí mismo cuando es consciente, como los americanos lo eran, de ser una nación. Por el contrario, los españoles han sido incapaces de crear una constitución viable porque nunca han alcanzado la conciencia de ser una nación. Esa es la falacia detrás de cualquier intento de crear o reformar una constitución para España.

El fracaso de España como nación estaba muy claro para algunos de los inspiradores de la Constitución española de 1978. Juan Linz, con quien hablé por primera vez hace muchos años en Harvard, tenía una clara percepción de que España era un paradigma de la tentativa frustrada de crear un Estado y del fracaso en construir una nación, y que cualquier intento de hacerlo sería a la vez inviable e indeseable. Señaló en uno de sus ensayos que «el resultado final del proceso de construcción del Estado español no era como el francés, el portugués, o incluso el italiano o el alemán, ni tampoco era como el británico... No tuvo un éxito completo en la construcción de un Estado-nación». También reconoció Linz plenamente un corolario importante de este fracaso, a saber, la existencia de una tradicional, incluso reaccionaria, resistencia por parte de algunos castellanos a aceptar la existencia de otras lenguas y pueblos en España.

La fuerza de cualquier sociedad en el mundo moderno debería venir de su conciencia de ser una nación unida, es decir, el orgullo de compartir orígenes, valores y aspiraciones comunes. Ese orgullo se puede ver en la participación en símbolos como un himno nacional o un panteón nacional de héroes. Nada de esto es posible conseguir a través de una constitución.

Un caso típico fue el reciente intento de un grupo de teóricos de crear una absurda constitución catalana para un pueblo –los catalanes– que (al menos en el ámbito del régimen de Mas-Junqueras) no tiene ninguna de las características de una nación unida. Es cierto que muchos españoles tienen serias dudas sobre el camino que les espera, pero a lo mejor ese camino no será a través de esfuerzos para cambiar la constitución.

España es un país fragmentado porque, mentalmente, en la mente de cada uno de nosotros, está fragmentado. Somos portadores de un cúmulo de complejos -la leyenda negra que se volvió autoflagelación cuando ya en Europa estaba muerta (como me ha dicho muchas veces Joseph Pérez)- que nos han impedido reaccionar ante cualquier adversidad. Arrastramos un sentimiento de culpa, que sólo se disipa cuando las cosas van bien y ganamos en torneos deportivos mundiales. Pero además de eso hemos tenido políticos débiles y venales que en momentos decisivos se han vendido a los partidos separatistas, inflando el sentimiento de culpa.

Y lo más importante: no me refiero a los nacionalistas de siempre; lo más grave es esos partidos nacionales que por su falaz nostalgia republicana odian la historia de España, cuando es una historia perfectamente comparable a la de Inglaterra o Francia, y con momentos muy brillantes:pero estas dos naciones no reniegan de su historia. Se olvida con facilidad que España, Francia e Inglaterra fueron las potencias que dieron forma a Europa, sin olvidar las aportaciones de otras, como Portugal u Holanda. Por ejemplo, los Reyes Católicos y la historia posterior a ellos es una parte de nosotros que la izquierda ilustrada considera que hay que tirar a la basura, y empezar de cero una sociedad laicista y republicana, cuando eso era imposible en el siglo XV porque esos valores no existían.

 

Se puede ser republicano y estimar la historia de España. Es imposible que salga bien una constitución que busque borrar el pasado y partir de cero.

 

Los Reyes Católicos no se pueden borrar de la historia; será mejor aprender a convivir con ellos y a descubrir cómo abrieron los caminos para llegar hasta aquí.

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