"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

viernes, 3 de marzo de 2017

El populismo y el mercantilismo

Es imposible que los países intercambien artículos sin que uno vea reducido su stock de metales nobles, cosa intrínsecamente ruinosa

Tocqueville: «No sé si alguien puede citar un caso de nación fabril y comercial que no sea libre. Hay, pues, un estrecho vínculo entre libertad e industria» 

Una cosa tienen en común los Populismo de varias latitudes que nos invaden: el soterrado mercantilismo, tan evidente en Trump, pero no menos en algunos grupos pro Brexit o en Marine Le Pen. 
El Mercarilismo hizo del siglo XVII un siglo maldito, en el que fomentó la guerra por la asociación del comercio a un juego de suma cero, es decir, a que una de las dos partes era perdedora, de ahí que en el juego de las naciones, no podía haber paz, sino defensa y ataque constante para hacerse con la riqueza de otros, la cual estaba cifrada en el oro que permitía formar ejércitos. Leemos en "Los enemigos del comercio" de Antonio Escohotado, 

Desde Montchrétien, cuyo criterio es asumido por el Discurso sobre el comercio (1621) de Mun, resulta evidente para estos escritores que ninguna nación puede enriquecerse traficando sino a costa de otra . Nación próspera equivale a nación vendedora exclusivamente, que exporta sin importar cosa distinta de oro y plata. Inglaterra está en la fase corsaria de su imperio, y hasta los altos magistrados fantasean con una Hacienda pública que entierra sus tesoros como el capitán Kidd. El axioma de que el comercio solo puede ser unilateralmente ventajoso incluye dos corolarios. Primero, que la industria propia debe ser protegida de cualquier competencia. Segundo, que el metálico de calidad no solo ha de conseguirse a todo precio, sino inmovilizarse en previsión de guerras. El neerlandés Grocio ha escrito su Mare liberum (1608) para pedir que los océanos estén abiertos al tráfico, y la escuela inglesa responde con el Mare clausum de Selden, donde la seguridad marítima se liga a pactos y peajes, pues como dice Mun ciertos mares «pertenecen a su Majestad británica». Para Grocio el dinero es un instrumento de crédito; para el mercantilista es «la riqueza simple y únicamente» (Colbert). Elevado a principio y fin de todo, el stock de metálico fascina precisamente a quienes todavía carecen de expertise mercantil. El hombre más rico de Inglaterra en su tiempo, sir Josiah Child, ha renunciado a las partes más rudas del ideario sostenido por Malynes, Mun, Misselden y otros apóstoles del monopolismo exportador británico. Con todo, su Nuevo discurso sobre el comercio (1668) no descarta «fuerza subrepticia y violencia» para asegurar el «privilegio de mercado», versión actualizada del ius emporii altomedieval que monopolizaban en su día abades y obispos. A su juicio «el comercio exterior produce riqueza, la riqueza poder y éste defensa para nuestro comercio y nuestra religión». No hay término medio entre comercio interior y exterior, y tampoco manera de rehuir una fractura más profunda: a título de consumidores es sencillo encontrar bienes comunes el progreso industrial, sin ir más lejos—, mientras como productores todo son bienes particulares y conflictivos. En definitiva, es imposible que los países intercambien artículos sin que uno vea reducido su stock de metales nobles, cosa intrínsecamente ruinosa. Contemporáneos de los niveladores (levellers) , que llaman estafa a los tratos comerciales, los altos funcionarios y magnates dedicados a disertar sobre ello coinciden con Winstanley en concebir la compraventa como castigo de un contratante por otro. La reciprocidad solo convence en zonas de gran tradición mercantil como Flandes o el norte de Italia, mientras ellos siguen viendo en el comercio algo tanto más legítimo y seguro cuanto más derive de conquista y trato con indefensos o incautos. La oposición entre Dios y Dinero se ha cancelado en gran medida, pero el principio de que «todo lo foráneo nos corrompe» (Montchrétien) presenta el intercambio mercantil en términos de victoria sobre extranjeros e infieles. A medio camino entre ingenuidad y cinismo, otras tesis de la escuela inciden en lo pintoresco. Child, pongamos por caso, cifra los males de su época en banqueros sin escrúpulos, una clase media tentada por «lasciva ociosidad» y un pueblo bajo ávido siempre de lujos. La cifra idónea de hijos por familia sería catorce, y la panacea una reducción en el tipo de interés al 4 por 100 o menos, consumada coercitivamente por el Parlamento. Su compatriota Thomas Manley publica a renglón seguido un opúsculo refutatorio, alegando que la bajada de tipos «incrementaría la embriaguez». Ninguno se detiene a reflexionar sobre los aspectos técnicamente oportunos . El legado del mercantilismo a la posteridad es la balanza comercial, un hallazgo analítico que permite considerar el conjunto de una economía comparando sus exportaciones e importaciones. Pero los mercantilistas son amigos y enemigos del comercio inseparablemente, y acaban creyendo que un superávit en la balanza «mide la suma de los beneficios privados netos de un país». Los bienes económicos les parecen una magnitud fija definida por el punto de partida, como la cantidad de calor o frío que admite cierta epidermis sin quemarse. Un siglo después Smith atestiguará «que ningún país se ha arruinado por una balanza [comercial] desfavorable», y que lo decisivo es «el equilibrio entre producción y consumo».

Del párrafo anterior se puede oler un tufillo nacionalista-porteccionista trumpiano, que nuestros ejemplares populistas propios no dejan de aplaudir con entusiasmo. Lo malo del mercantilismo, es que todos lo quieran llevar a la práctica a la vez, porque el resultado no puede ser más que una frustración para todos y una mayor belicosidad. Solo puede haber mercantilismo de unos pocos y porque las grandes naciones lo consienten, como EE.UU. con China durante décadas, porque se quería incorporarla al concierto de naciones. Sí, China logró acaparar la riqueza de los demás, pero al prestar esa riqueza conquistada a base de devaluar artificialmente su tipo de cambio, invadió los mercados financieros y fue el origen de la burbuja (como expliqué en "Cuatro narraciones de la crisis")
Alemania es ahora más mercantilista aún que China. Acapara frente al exterior una riqueza del 100% de su PIB, lo que ha convertido a Europa en una zona de acreedores y deudores asfixiados. La repuesta que ha obtenido del resto es la emergencia de los populismos europeos, lo que fragmentará el continente en mayor o menor medida, de una manera desordenada y seguramente no pacífica. El euro., ese histórico error, ha sido el gran artífice.

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