Hoy es Navidad. Eso me recuerda la historia de Dickens de Mr Scroogle, el personaje de "Cuento de Navidad". Scroogle es el avaro que amasa dinero mientras niñitos pobres se mueren de hambre y de frío en las calles. Un ángel se le aparece en sueños y le hace viajar por el aire a ver los efectos de su avaricia. Al final, cae en el arrepentimiento: Mr Scroogle se hace humano.
Dickens expresaba así lo que sentían sus lectores hacia los "plutócratas", ahora de moda, porque hasta en EEUU se les quiere meter mano a sus riquezas. Krugman, el Dickens-economista, está por la labor.
Suele pasar en tiempos de crisis, como a principios del XX: una de las pasiones que sale a la calle es la envidia y las ganas de agarrar por el pescuezo a los banqueros. Se confunde el problema principal con un problema de distribución, del que nadie se acordaba cuando todos trincaban en el auge cíclico. Esto se exacerba y se relaciona al banquero con el poder oculto, lo cual es bastante desajustado, como se ve en la forma que la Comisión Europea trata a los bancos, llevándolos a la ruina.
En los primeros años del siglo pasado, la moda era asociar banquero y plutócrata con judío conspirador para acabar con la cristiandad. El odio y persecución del judío siempre estaba presente en la historia de Europa, pero se agudizó más en el siglo XX. Se pensaba y se sigue pensando que los que causaban la guerra en su propio interés eran los capitalistas. Karl Marx vino a añadir leña al fuego, pese a ser judío, al señalar como el "Judío malo" al que tenía capital.
Sin embargo, las primeras víctimas de las crisis, aunque tengan más capital, son los "plutócratas, judíos o no". Niall Fergurson tiene un libro de historia del siglo XX ("La guerra del Mundo"). Niall, que ha escrito un libro fascinante, da la vuelta a la interpretación oficical, ex post, de que la guerra de 1914 fue esperada por todos desde mucho antes. Los historiadores, buscando una racionalidad a la guerra, siempre han demostrado que sí, que la guerra fue largamente esperada y que todo el mundo estaba preparado. Rotundamente falso.
Si así fuera, tendría que haberse visto señales de nerviosismo en los mercados. Sin embargo, las bolsas de capital empezaron a caer el día después de empezar las hostilidades.
Nathan Rothschild y su familia habían creado un imperio financiero presente en las principales capitales del mundo. Su especialidad era la deuda pública, y tenía bonos de las cuatro esquinas del mundo. Mientras los tambores de guerra se oían cada vez más firmes, él recomendaba la prudencia y, disponiendo de excelente información de las negociaciones entre las potencias, hasta el último segundo creyó que llegarían a un acuerdo. Estaba convencido -y así era- que ningún país, ni Alemania, deseaba implicarse en un conflicto amplio, y esperaba que a última hora habría un acuerdo de paz.
La guerra era para todos los capitalistas un desastre que hundiría los mercados y haría huir el dinero al oro. Ellos eran los que más temían el empobrecimiento que iba a suponer el estallido. Sabían que su capital en bonos caería a plomo, y toda la familia que daría en la ruina. Y así fue.
Los mercados no bajaron hasta el 31 de julio de 1914, unos día después de que Austria declarara la guerra a Serbia por el atentado terrorista que allí sufrió en Heredero al trono de Austria.
Los acontecimientos se sucedieron como un destino fatal marcado por fuerzas inalcanzables, de las que nadie podía salir: Austria exigió a Serbia una comisión que participara en la investigación del atentado, que Serbia había, sino propiciado y alentado, al menos tolerado con complaciencia.
El mismo autor del magnicidio, Princips, era un terrorista formado en un grupo serbio de activistas no muy molestados por el gobierno. El atentado estaba muy mal preparado, y en realidad Princips se había ido a comer, cuando por un error del chófer del príncipe Francisco Fernando, se lo encontró frente a frente. Sacó su revolver, disparó y le acertó de muerte. También le acertó a su esposa, embarazada de 8 meses, justo en la barriga. Ese cúmulo de casualidades fue la espoleta que desencadenó la guerra.
Serbia se negó, provocativamente, a las demandas de Austria, lo que llevó a Ésta a declararle la guerra. Todo esto hubiera llevado a una guerra local y corta, si no fuera porque Rusia se sintió agraviada y obligada a apoyar a Serbia. Tampoco había razones muy convincentes, pero Rusia había sufrido humillaciones que la obligaban a declarar la guerra a Austria. Ésta, inmediatamente, exigió a Alemania que cumpliera su pacto de mutua defensa, lo que dejaba a Alemania en una postura de indefensión con Rusia. Pero los generales alemanes, con Moltke a la cabeza, tras intentar rehuir el compromiso, pensaron que quizás era el momento oportuno de batir a Rusia, cada vez más militarizada. De todas, formas, no es verdad que Alemania estuviera conspirando para esta guerra desde mucho antes.
Francia vio la oportunidad de hacerse con Alsacia y Lorena si Rusia atacaba a Alemania, que habían perdido en la guerra Franco-Prusiana. Eso obligaba a Alemania a luchar en dos frentes, y sus estrategas estaban convencidos, como muestra la documentación, que no podría vencer.
Inglaterra no estaba preparada. No tenía ejército, pero no podía tolerar que Bélgica, un país declarado neutral, y regido por un pariente del rey Jorge V (como casi todos los monarcas europeos, que formaban una gran familia), fuera invadida por los alemanes; además, si estos se metían en Francia, la independencia marítima de Inglaterra sería asfixiada desde los puertos y enclaves que los alemanes hicieran en el Canal.
Las Familias regentes en Europa, todas parientes de la familia real británica, intentaron por todos los medios evitar el conflicto. Pero repentinamente, se dieron cuenta que no tenían poder para ello. Sus gobiernos les miraban y les alentaban ir de un lado a otro intentando convencer a sus primos de que debía pararse la locura. Pero la lógica militar se había desatado y sus buenas intenciones no sirvieron de nada. Ellos fueron los primeros en sufrir las consecuencias.
Lo primero que se desató fue una crisis financiera inesperada y sin precedentes, que arruinó a todos los "plutócratas", pues lo primero que buscó la gente fue vender cualquier activo y buscar oro.
Así acabó esa -como la definió Keynes- extraña y benéfica época en la que:
Dickens expresaba así lo que sentían sus lectores hacia los "plutócratas", ahora de moda, porque hasta en EEUU se les quiere meter mano a sus riquezas. Krugman, el Dickens-economista, está por la labor.
Suele pasar en tiempos de crisis, como a principios del XX: una de las pasiones que sale a la calle es la envidia y las ganas de agarrar por el pescuezo a los banqueros. Se confunde el problema principal con un problema de distribución, del que nadie se acordaba cuando todos trincaban en el auge cíclico. Esto se exacerba y se relaciona al banquero con el poder oculto, lo cual es bastante desajustado, como se ve en la forma que la Comisión Europea trata a los bancos, llevándolos a la ruina.
En los primeros años del siglo pasado, la moda era asociar banquero y plutócrata con judío conspirador para acabar con la cristiandad. El odio y persecución del judío siempre estaba presente en la historia de Europa, pero se agudizó más en el siglo XX. Se pensaba y se sigue pensando que los que causaban la guerra en su propio interés eran los capitalistas. Karl Marx vino a añadir leña al fuego, pese a ser judío, al señalar como el "Judío malo" al que tenía capital.
Sin embargo, las primeras víctimas de las crisis, aunque tengan más capital, son los "plutócratas, judíos o no". Niall Fergurson tiene un libro de historia del siglo XX ("La guerra del Mundo"). Niall, que ha escrito un libro fascinante, da la vuelta a la interpretación oficical, ex post, de que la guerra de 1914 fue esperada por todos desde mucho antes. Los historiadores, buscando una racionalidad a la guerra, siempre han demostrado que sí, que la guerra fue largamente esperada y que todo el mundo estaba preparado. Rotundamente falso.
Si así fuera, tendría que haberse visto señales de nerviosismo en los mercados. Sin embargo, las bolsas de capital empezaron a caer el día después de empezar las hostilidades.
Nathan Rothschild y su familia habían creado un imperio financiero presente en las principales capitales del mundo. Su especialidad era la deuda pública, y tenía bonos de las cuatro esquinas del mundo. Mientras los tambores de guerra se oían cada vez más firmes, él recomendaba la prudencia y, disponiendo de excelente información de las negociaciones entre las potencias, hasta el último segundo creyó que llegarían a un acuerdo. Estaba convencido -y así era- que ningún país, ni Alemania, deseaba implicarse en un conflicto amplio, y esperaba que a última hora habría un acuerdo de paz.
La guerra era para todos los capitalistas un desastre que hundiría los mercados y haría huir el dinero al oro. Ellos eran los que más temían el empobrecimiento que iba a suponer el estallido. Sabían que su capital en bonos caería a plomo, y toda la familia que daría en la ruina. Y así fue.
Los mercados no bajaron hasta el 31 de julio de 1914, unos día después de que Austria declarara la guerra a Serbia por el atentado terrorista que allí sufrió en Heredero al trono de Austria.
Los acontecimientos se sucedieron como un destino fatal marcado por fuerzas inalcanzables, de las que nadie podía salir: Austria exigió a Serbia una comisión que participara en la investigación del atentado, que Serbia había, sino propiciado y alentado, al menos tolerado con complaciencia.
El mismo autor del magnicidio, Princips, era un terrorista formado en un grupo serbio de activistas no muy molestados por el gobierno. El atentado estaba muy mal preparado, y en realidad Princips se había ido a comer, cuando por un error del chófer del príncipe Francisco Fernando, se lo encontró frente a frente. Sacó su revolver, disparó y le acertó de muerte. También le acertó a su esposa, embarazada de 8 meses, justo en la barriga. Ese cúmulo de casualidades fue la espoleta que desencadenó la guerra.
Serbia se negó, provocativamente, a las demandas de Austria, lo que llevó a Ésta a declararle la guerra. Todo esto hubiera llevado a una guerra local y corta, si no fuera porque Rusia se sintió agraviada y obligada a apoyar a Serbia. Tampoco había razones muy convincentes, pero Rusia había sufrido humillaciones que la obligaban a declarar la guerra a Austria. Ésta, inmediatamente, exigió a Alemania que cumpliera su pacto de mutua defensa, lo que dejaba a Alemania en una postura de indefensión con Rusia. Pero los generales alemanes, con Moltke a la cabeza, tras intentar rehuir el compromiso, pensaron que quizás era el momento oportuno de batir a Rusia, cada vez más militarizada. De todas, formas, no es verdad que Alemania estuviera conspirando para esta guerra desde mucho antes.
Francia vio la oportunidad de hacerse con Alsacia y Lorena si Rusia atacaba a Alemania, que habían perdido en la guerra Franco-Prusiana. Eso obligaba a Alemania a luchar en dos frentes, y sus estrategas estaban convencidos, como muestra la documentación, que no podría vencer.
Inglaterra no estaba preparada. No tenía ejército, pero no podía tolerar que Bélgica, un país declarado neutral, y regido por un pariente del rey Jorge V (como casi todos los monarcas europeos, que formaban una gran familia), fuera invadida por los alemanes; además, si estos se metían en Francia, la independencia marítima de Inglaterra sería asfixiada desde los puertos y enclaves que los alemanes hicieran en el Canal.
Las Familias regentes en Europa, todas parientes de la familia real británica, intentaron por todos los medios evitar el conflicto. Pero repentinamente, se dieron cuenta que no tenían poder para ello. Sus gobiernos les miraban y les alentaban ir de un lado a otro intentando convencer a sus primos de que debía pararse la locura. Pero la lógica militar se había desatado y sus buenas intenciones no sirvieron de nada. Ellos fueron los primeros en sufrir las consecuencias.
Lo primero que se desató fue una crisis financiera inesperada y sin precedentes, que arruinó a todos los "plutócratas", pues lo primero que buscó la gente fue vender cualquier activo y buscar oro.
Así acabó esa -como la definió Keynes- extraña y benéfica época en la que:
El habitante de Londres podía pedir por teléfono, mientras sorbía su té matutino en la cama, los productos más diversos de la tierra, que le serían entregados a su puerta. Podía, por los mismos medios, invertir su riqueza en cualquier parte del mundo... y disfrutar de los frutos sin problemas... Podía, si lo deseaba, viajar a cualquier parte del mundo sin pasaporte ni formalidades; podía enviar a su criado al banco a recabar metales preciosos o letras que le sería aceptadas en cualquier lugar perdido.
¡Qué extraordinario episodio en el progreso del hombre representó la era que terminó en 1914!Lo que sí vieron algunos, al empezar el conflicto, es que nada volvería a ser igual.
2 comentarios:
Como nada volverá a ser igual, ojalá que al menos nuestros queridos alemanes no hagan que sea mayor desastre de lo que ya es.
¡Feliz Navidad para ti y los tuyos, Luis! Que paséis hoy una buena noche y que el 2012 os sea próspero de verdad.
gracias, Miguel, feliz navidad
Publicar un comentario