Según Livio di Matteo, en la estela de un artículo del NYT, se pregunta para qué sirven las monarquías. Ah, ¿pero sirven? Yo no tengo ninguna duda, pero como este país es tan como es, hay que repetir las cosas un millón de veces y más. Destaco algunas líneas del excelente artículo de Di Mateo:
Una crisis es la falta confianza en esos símbolos que nos daban tranquilidad. Los países prósperos son estables, y esa estabilidad la deben, algunos, a sus monarquías.
Los cambios de símbolos son azarosos y de resultados inesperados. Piénsese en la República de Weimar, cuyo fracaso trajo el Nazismo.
En el Reino Unido llevan muchos siglos con ese fructífero acuerdo que nadie cuestiona, entre las fuerzas políticas y la corona. Aquellas son todas leales a Su Graciosa Majestad, sean del gobierno o de la oposición. La Revolución Francesa nació con esa vocación británica, de la que era devoto Voltaire y los primeros revolucionarios, pero se torció y costó mucho tiempo enderezarla. Los republicanos de hoy son como los de antaño, quieren la república para hacer la revolución, no para restablecer la normalidad.
Las naciones necesitan símbolos en los que depositar su confianza. De la misma manera que confiamos en que por la mañana la calle esté en su sitio cuando salimos de casa, confiamos en que las instituciones estén ahí, sin pensar ni un segundo en ello. Necesitamos estabilidad para progresar individualmente. Nunca dejamos de ser tribales, necesitamos anclajes sicológicos. Lo que hacemos al evolucionar es cambiar la sustancia, pero los símbolos permanecen. Si cada día que amanece encontramos una bandera nueva, no nos sentiríamos muy a gusto. ¿Qué pasaría con Mercedes si cada día sus coches cambiaran de marca?So what is the role of monarchy in a modern economy like Sweden or the UK? I think the New York Times piece is right about monarchy – where it has persisted – being a unifying symbol that rises above politics. More importantly, I think that in these countries, it has survived because it has evolved into an institution that separates the head of government from the head of state. This manifests itself most dramatically in the British Parliamentary tradition where there is a head of government and a loyal opposition who are both loyal to the monarch. This means one can have differing political and policy views without being considered disloyal. In democracies where there are strong political divides and a monarchy, one can see the modern monarch as a unifying figure.Take the case of the United States where the President is both Head of State and Head of Government. I think the arrangement can give rise to very strong conflicting emotions when there are contentious issues because if one opposes the President on a policy issue, one is also opposing the Head of State –a symbol of the country. I think the way Americans have been able to deal with this is with the elevation of physical symbols such as the flag as a center of their affection and attention. The American fascination with celebrities and the British royal family may simply be a hankering after unifying symbols given the rancor of political discourse.In any event, institutional strength and political stability is a core foundation for a successful economy and while this has been achieved in a variety of ways around the world, in European countries where the monarchy remains, it remains because it has evolved to successfully play an institutional role. Those that do not evolve go the way of the Hohenzollerns, the Hapsburgs, the Bourbons and the House of Savoy.
Una crisis es la falta confianza en esos símbolos que nos daban tranquilidad. Los países prósperos son estables, y esa estabilidad la deben, algunos, a sus monarquías.
Los cambios de símbolos son azarosos y de resultados inesperados. Piénsese en la República de Weimar, cuyo fracaso trajo el Nazismo.
En el Reino Unido llevan muchos siglos con ese fructífero acuerdo que nadie cuestiona, entre las fuerzas políticas y la corona. Aquellas son todas leales a Su Graciosa Majestad, sean del gobierno o de la oposición. La Revolución Francesa nació con esa vocación británica, de la que era devoto Voltaire y los primeros revolucionarios, pero se torció y costó mucho tiempo enderezarla. Los republicanos de hoy son como los de antaño, quieren la república para hacer la revolución, no para restablecer la normalidad.
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