"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

miércoles, 15 de abril de 2015

Asamblea del diablo... Humano

- Señores, dijo de pronto, alzando la voz, Virguinskii — . Si alguno desea hablar de algo más atinente al asunto o tiene algo que comunicar, le invito a hacerlo sin pérdida de tiempo. Yo me atrevería a formular una pregunta -dijo suavemente el profesor cojo, que hasta allí había permanecido callado y con cierto empaque— . Desearía saber si estamos nosotros aquí ahora celebrando una sesión, o sencillamente no pasamos de constituir una reunión cualquiera de simples mortales que han venido invitados. Lo pregunto, más que nada, por el buen orden y por salir de dudas.
La "hábil" pregunta hizo impresión. Todos se miraron unos a otros, esperando cada cual la respuesta del vecino, y todos, de pronto, fijaron sus miradas en Verjovenskii y en Stavroguin.

Yo, sencillamente, propongo votar la contestación a la pregunta: "¿Estamos celebrando sesión, o no lo estamos?" dijo madame Virguinskaya. Me adhiero en un todo a la proposición asintió Liputin— , aunque es un tanto vaga. - También yo me adhiero, también yo - clamó una voz. También yo creo que, efectivamente, eso estará más en el orden corroboró Virguinskii. ¡A votar, pues! dijo la dueña de la casa— . Líamschin, le ruego que se siente al piano; usted puede, desde allí, votar cuando lo llamen. ¡Otra vez! exclamó Líamschin— . ¡Como si no le hubiera atronado ya bastante los oídos! - Le ruego encarecidamente que se siente al piano. ¿No quiere usted ser útil a la causa? - Pero si le aseguro a usted, Arina Projórovna, que nadie nos oye. Todo eso es pura fantasía de su parte. Además, que las ventanas son muy altas. ¿Quién iba a pescar nada, aunque se pusiese a escuchar? Nosotros mismos no nos entendemos dijo una voz.
- Pues yo le digo a usted que la precaución es siempre imprescindible. Y en caso de que nos estén espiando explicó, dirigiéndose a Verjovenskii— , que oigan desde la calle que estamos de fiesta y tenemos música.

¡Al diablo! gruñó Líamschin. Y se sentó al piano y empezó a toquetear un vals, aporreando poco menos que a puñetazo limpio el piano. Quien desee que haya sesión, que levante la mano derecha propuso madame Virguinskaya. Unos la levantaron; otros, no. Los hubo también que fueron a levantarla y luego se arrepintieron. Se arrepintieron y volvieron a alzarla.

¡Uf, diablo! Yo no comprendo nada exclamó un oficial. Tampoco yo comprendo exclamó otro. No, yo sí comprendo exclamó un tercero— : para decir que sí, se levanta la mano. Pero ¿qué quiere decir que "sí"? - Pues que haya sesión -. - No, que no La Haya- . -Yo he votado por la sesión - dijo el colegial, dirigiéndose a madame Virguinskaya. - Pero entonces, ¿por qué no levantó usted la mano? -. - Yo tenía la vista fija en usted, y como usted no levantaba la suya, tampoco yo la levanté-. - ¡Qué estúpido!, Yo no la levanté por haber sido quien lo había propuesto -. - Señores, propongo repetir la votación. Quien desee que haya sesión, siga sentado y no levante el brazo, y quien no la quiera, levante el brazo derecho. ¿Quién no la desea? interrogó el colegial.

Pero ¿es que lo hace usted adrede? gritó, colérica, madame Virguinskaya. No, permita usted, quién quiere y quién no quiere, porque es preciso definirlo con más exactitud dijeron dos o tres voces. Quien no quiere, "no" quiere. Eso, sí. Pero ¿qué hay que hacer, levantar o no levantar el brazo, si "no" se quiere? inquirió el oficial. ¡Ah, y qué poca costumbre tenemos todavía de constitución! observó el mayor.

- Señor Líamschin, haga el favor, aporrea usted de un modo el piano, que no es posible oír nada observó el profesor cojo. ¡Por Dios, Arina Projórovna, que no se entiende nadie! saltó Líamschin— , Y, además, ¡vaya!, que no quiero tocar más. Yo he venido aquí como invitado y no a teclear.

Señores propuso Virguinskii— , contesten todos a una voz: ¿celebramos sesión o no la celebramos? ¡Sesión, sesión! clamaron por todos lados. Pues si es así, no hace falta votación ninguna. Basta. ¿Les parece bien, señores, que no haya votación? ¡No hace falta, no hace falta, entendido! ¿Hay alguno que no quiera sesión? No, no; todos la queremos.

Pero ¿qué es una sesión? clamó una voz. No obtuvo respuesta. - Es menester elegir presidente - gritaron de varios sitios. ¡El dueño de la casa, naturalmente; el dueño de la casa!

Señores, siendo así empezó el elegido Virguinskii— , vuelvo a presentar mi primera proposición; si alguno desea hablar de algo más atinente al asunto, o tiene algo que comunicar, que lo haga sin perder tiempo. Silencio general.

Todas las miradas convergieron de nuevo en Stavroguin y en Verjovenskii. Verjovenskii, ¿no tiene usted nada que comunicamos? inquirió directamente el dueño de la casa. - Absolutamente nada y se retrepó, bostezando, en la silla— . Yo, por lo demás, querría una copita de coñac. Stavroguin, y usted, ¿no quiere? - Gracias, no bebo. - Yo digo que si quiere usted hablar o no; no me refería al coñac. - ¿Hablar de qué? No, no quiero. - Ahora le traerán el coñac anuncióle la dueña de la casa a Verjovenskii.

Se levantó la estudiante. Ya se había levantado varias veces. - He venido a hablar de los sufrimientos de los desdichados estudiantes y de las incitaciones para lanzarlos en masa a la protesta -...

Pero se cortó. Al otro pico de la mesa le había salido ya un competidor, y todas las miradas convergieron en él. Schigálev, el de las orejas largas, con lúgubre y malhumorado aspecto, levantóse lentamente de su sitio, y melancólicamente colocó un cuaderno abultado y garrapateado con una letra menudita encima de la mesa. Quedóse en pie y callado. Muchos miraban con inquietud el cuaderno; pero Liputin, Virguinskii y el profesor cojo parecían estar satisfechos.

- Pido la palabra - dijo malhumorado, pero firme, Schigálev. - La tiene - declaró Virguinskii. El orador se sentó, guardó silencio durante medio minuto y luego dijo con voz grave: Señores...

- Aquí está el coñac - descortés y despectivamente anunció la parienta, encargada de servir el té, que había ido por el coñac y se lo ponía ahora delante a Verjovenskii, juntamente con el vaso, que había traído en las manos, sin plato ni bandeja. El orador interrumpido, con dignidad, hizo una pausa. - No es nada; siga usted; - no le oigo gritó Verjovenskii, sirviéndose un vaso de coñac.

-- Señores, al recabar vuestra atención volvió a empezar Schigálev— , y como veréis más adelante, al demandar vuestro apoyo en un punto de suma gravedad, estoy obligado a pronunciar unas palabras preliminares.

- Arina Projórovna, ¿no tiene usted unas tijeras? - preguntó de pronto Piotr Stepánovich. ¿Para qué necesita usted unas tijeras? inquirió aquélla, mirándole con tamaños ojos. - Se me ha olvidado cortarme las uñas; tres días hace que hice intención de ello - contestó tranquilamente, fijando la vista en sus largas y sucias uñas. Arina Projórovna se puso encarnada de ira; pero a la señorita Virguinskaya pareció agradarle mucho aquello. Me parece haberlas visto aquí, en la ventana, no hace mucho dijo. Y, levantándose de junto a la mesa, fue, buscó las tijeras y las trajo. Piotr Stepánovich apenas si reparó en ella; cogió las tijeras y empezó a emplearlas. Arina Projórovna comprendió que aquello era conducirse realísticamente y avergonzóse de su quisquillosidad. El profesor cojo contemplaba con malignidad y aversión a Verjovenskii.

Schigálev continuó: - Al consagrar mis energías al estudio del problema de la organización social de la sociedad futura, que ha de sustituir a la actual, he llegado a la convicción de que todos los creadores de sistemas sociales, desde los más antiguos tiempos hasta nuestro año de 187..., eran unos soñadores, unos visionarios, unos estúpidos, que se contradecían a sí mismos, que no sabían una palabra de ciencias naturales ni de ese extraño animal que se llama hombre. Platón, Rousseau, Fourier, son otras columnas de aluminio; todo eso será, acaso, útil para las hormigas, pero no para una sociedad humana. Pero como la forma social futura es indispensable precisamente ahora, que todos nosotros, finalmente, nos disponemos a actuar, para quitarnos de cavilaciones, voy a proponer yo mi especial sistema de organización del Universo. Aquí está dio un golpecito sobre el cuaderno— . Yo quisiera exponer a la reunión mi libro con toda la brevedad posible; pero veo que se requiere todavía la adición de multitud de explicaciones verbales, viniendo a exigir la exposición completa, por lo menos, diez veladas, según el número de capítulos de mi libro. (Sonaron risas.) Aparte esto, explicaré de antemano que mi sistema no está terminado. (Más risas.) Me he hecho un lío con mis propios datos y mi conclusión se halla en contradicción franca con la idea original que me sirvió de punto de partida. Partiendo de la libertad ilimitada, he ido a parar al despotismo ilimitado. Añadiré que, fuera de mi resolución de la fórmula social, no puede haber otra. Sonaron risas más fuertes cada vez; pero se reían más bien los huéspedes jóvenes y, por decirlo así, poco iniciados. Las caras de la dueña de la casa, de Liputin y del profesor cojo expresaban algo de disgusto.

- Si usted mismo no acierta a coordinar su sistema y ha llegado a la desesperación, ¿qué le vamos a hacer nosotros? observó un oficial prudentemente. Tiene usted razón, señor oficial dijo tajante, Schigálev, volviéndose a él— , y tanto más cuanto que ha empleado usted la palabra desesperación. Sí, he llegado a desesperarme, y, sin embargo, todo cuanto expongo en mi libro... es inmutable, y no hay más salida que ésa. Nadie encontrará otra. Así que me apresuro, sin perder tiempo, a invitar a todos los presentes a escuchar la lectura de mi libro durante diez veladas consecutivas y exponer su opinión. Si sus miembros no me quieren escuchar, nos separaremos en seguida...: los hombres, para ir a sus oficinas correspondientes; las mujeres, para atender a la cocina, porque al rechazar mi libro no queda otro recurso. Ning...gu...no. Dejando pasar el tiempo, se perjudica uno a sí mismo, porque luego, inevitablemente se ha de volver a esto.

Inicióse cierto revuelo. - Pero ¿será que está loco? - sonó una voz. Eso quiere decir que todo el asunto se reduce a la desesperación de Schigálev concluyó Líamschin— y que la pregunta esencial es ésta: ¿está o no está desesperado? - La proximidad de Schigálev a la desesperación es una cuestión personal - dijo el estudiante.
Yo propongo que se ponga a votación hasta qué punto afecta la desesperación de Schigálev al asunto general, y, al mismo tiempo, si se le debe escuchar o no. 
No se trata de eso intervino, por fin, el profesor cojo. Por lo general, se expresaba con cierta sonrisa, como zumbona, de suerte que se hacía difícil discernir si hablaba en serio o en broma— . No se trata de eso, señores. El señor Schigálev se consagra con harta seriedad a su tarea, y, además, es muy modesto. Yo conozco su libro. Lo que él propone, con miras a la definitiva resolución del problema, es... la división de la Humanidad en dos partes desiguales. Una décima parte de la misma recibirá la libertad personal y un derecho ilimitado sobre las otras nueve partes restantes. Estas vendrán obligadas a perder la personalidad y convertirse en algo así como un rebaño, y, mediante una obediencia sin límites, alcanzar la primitiva inocencia, por el estilo del primitivo paraíso, aunque, de otra parte, tendrán que trabajar. Las medidas propuestas por el autor para extirparles la voluntad a las otras nueve partes de la Humanidad y reducirlas a la condición de un rebaño, merced a la educación de generaciones enteras..., son notabilísimas, se fundan en datos auténticos y son muy lógicas. Podrá no estarse de acuerdo con algunas deducciones; pero es difícil no reconocer el ingenio y el saber del autor. Lástima que la condición de las diez veladas no esté en armonía con las circunstancias, pues, de lo contrario, habríamos de oír algo muy curioso. 
- Pero ¿habla usted en serio? dijo encarándose con el profesor cojo, madame Virguinskaya, hasta con cierta inquietud— . ¿Es que ese tío, no sabiendo qué hacerse con la gente, destina sus nueve décimas partes a la esclavitud? Hace mucho tiempo que me lo sospechaba.
- ¿Habla usted así de su hermano? preguntó el cojo. ¿Qué parentesco es ése? ¿Es que quiere usted tomarme el pelo? Y, además, trabajar para los aristócratas y obedecerles como a dioses, lo cual es... 
- una canallada - observó con saña la estudiante. 
- Lo que yo propongo no es ninguna canallada, sino el paraíso, el paraíso terrenal, y otra cosa no puede haber en la Tierra - concluyó Schigálev imperiosamente. 
- Pues yo, en vez de ese paraíso exclamó Líamschin— , cogería a esas nueve décimas partes de la Humanidad con las que no se sabe qué hacer y las haría polvo, dejando sólo una partida de gente selecta, que empezaría a vivir de un modo científico. 
- ¡Así sólo puede hablar un payaso! - dijo colorada de rabia, la estudiante. 
- Un payaso es él, pero útil - le susurró al oído madame Virguinskaya. 
- Y es posible que ésa fuera la mejor solución del problema- dijo Schigálev, encarándose, con vehemencia, con Líamschin— . Usted, indudablemente, no sabe la cosa tan profunda que ha acertado a decir, señor gracioso. Pero como su idea es irrealizable, es necesario contentarse con el paraíso terrenal, ya que así se le ha llamado. 
- Pero ¡eso es un absurdo en toda regla! se le escapó a Verjovenskii. Por lo demás, éste se mostraba de todo punto indiferente, y sin alzar los ojos, siguió cortándose las uñas. 
(Dostoyeski, Los Endemoniados)

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