Hace mucho que no leo Unamuno, aunque me ha acompañado largos trechos de mi vida desde que lo estudié en aquel bachillerato excelente, mili millones de veces mejor que el de hoy, una de las causas de la decadencia moral que sufrimos.
Méndez Vigo, barón de Claret, es un paleto, ergo, no puede ser ministro, y menos de cultura. Como muchos otros ministros de los últimos años, debería ser colgado de la verga mayor de esta nave a la deriva. Con esta muestra de bajeza moral, se pone a la altura de Kichi, o de cualquier otro pelagatos de Podemos, es decir, como un bárbaro inculto.
Ni por un momento piensen que creo que Unamuno es una referencia única de la cultura, no. Es uno más de una constelación, y cada uno de esa constelación es imprescindible. Unamuno es perfectamente ignorable para la vida de cada cual, Como Ortega Gasset, o Valle Inclán, o ese mago de la palabra que fue Azorín.
Pero, mal empieza un ministro de cultura que muestra ese rencor por Unamuno y por Solana, dos gigantes en su campo, la palabra y la pintura.
Cuando la palabra decía lo que quería decir, y la pintura ídem.
Unamuno ha sido leído en los cinco continentes, y ha habido cátedra en EEUU dedicadas a él. Solana no es tan conocido porque la pintura no es tan fácilmente divulgada. Pero despreciar a Unamuno es como despreciar a Quevedo, y entre Quevedo y Unamuno, las dos generaciones más resonantes en el alma española, no hay mucho donde agarrarse. La incuria y la Inquisición se apoderaron de España hasta Fernando VII, y solo cuando llegó al generación del 98 se elevaron de nuevo las cumbres del pensamiento. Comparar a cualquier escritor paniaguado de hoy con esos gigantes, es de resultado caricaturesco.
La generación del 98, si incluimos en ella a Cajal, a Ortega Gasset, y tantos otros que no coinciden totalmente, pero que viven y respiran en esa eclosión; si juntamos, sin forzar nada, la generación del 98 y la del 27, añadiendo a los menos conocidos científicos, tenemos un par de generaciones que alcanzan fácilmente el Olimpo de la historia de España.
Pero Unamuno es único. Nadie ha guerreado consigo mismo más que él, y de ello ha construido una tragedia interna tan pura como original. El cuadro de Solana le representa perfectamente. No fue, sin embargo, un solipsista: Su vida fue una constante lucha contra el poder establecido, lo que le valió el exilio y la separación de su cátedra del dictador Primo de Rivera . Si hiciera falta recurrir a un recuerdo, creo que el más significativo es su explosión contra Millán Astray en el paraninfo de la universidad de Salamanca, con aquel "¡venciereís, pero no convenceréis!" tan atronador como valiente, con el que se jugó literalmente la vida. Vida que perdió muy poco después, el 31 de diciembre de 1936, ya en plena guerra civil entre los "Hunos y los Hotros".
No es que fuera más o menos único, es que hombres de su talla ya no hay.
No hay comentarios:
Publicar un comentario