Todos los años, cuando acechan las navidades, siento una barra de hierro deslizarse por mi espalda. Sé, positivamente, que perderé. Necesito no "poner peso" por razones de salud, y lo intento, de verdad, pero empiezo perdiendo. A la par, siento también un regustillo por la batalla que se me viene encima, porque la ocasión de pecar produce morbo.
Todo a mi alrededor conspira contra mí. Por la mañana llego a la cocina a desayunar mi fruta y mi café, y tengo que entrar con anteojeras para no ver los turrones, el roscón, los dulces empachosos -que son empachosos, pero necesito comprobarlo que lo son-, la nevera llena de botellas de cava, vinos de todos los colores...
Hoy, 31 de diciembre, me siento definitivamente derrotado. He pasado el límite que yo mismo me había jurado no alcanzar -como el BCE dice que la inflación ha de ser máximo 2% sin llegar al 2%. Y me quedan, hoy, una comida y la cena, a la que llegaré con el propósito firme, rápidamente alienado, de mantener la compostura.
No sé si dejarme llevar por mis impulsos tanáticos: ya veremos el año que viene... Además, Batiré un récord de turrones trasegados, eso me consolará. El jamón de bellota no se quedará en el plato, vive Dios, ni una miga se irá a la basura. Para digerir todo esto, nada mejor que un buen whisky de malta... El médico me dice que soy un hortera, pero yo sé lo que hago. Para eso me da unas pastillas para el colesterol y esos bichejos.
Ya pondré la cosas en orden en las navidades del año que viene, que están muy lejos. Decía Unamuno: la mejor manera de vencer las tentaciones es caer en ellas. Pues eso.
Al menos no fumo. Eso hace mucho bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario