"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

jueves, 18 de agosto de 2016

¿Por qué cayó el Imperio Romano?

En Mark Koyama, tenemos una sustanciosa discusión sobre un tema que nunca deja de aletear, desde Gibbon y su famosa tesis o de que el Imperio cayó por la infiltración de los cristianos -que trastocaron los valores esencialmente romanos, y que se negaban a servir  en el ejército porque estaban contra la violencia-, hasta las tesis más recientes que culpan de la caída a la decadencia económica y la presión fiscal cada vez más alta desde el emperador Diocleciano -lo que fue empobreciendo las unidades económicas básicas del enorme territorio -.
 Koyama discute la tesis de un historiador, Peter Brown, que le parece demasiado contradictoria con la economía más elemental para poder ser aceptada. 
La discrepancia entre Koyama y Brown la voy a obviar porque es demasiado claro que el primero tiene razón. Lo que me interesa es el tema en sí como fuente inagotable de debates históricos y económicos -que es como deben ir estas dos ciencias, la Economía y la Historia. 
Demasiada palabras con similares valores pueden usarse y oscurecer las conclusiones de un tema tan ilimitadamente ancho. Se puede empezar diciendo que el Imperio murió por envejecimiento natural, como todo organismo vivo. A partir de Diocleciano ese envejecimiento se aceleró - caida de la población, dificultad en encontrar soldados, que eran sustituidos por bárbaros asimilados, no siempre eficaces ni fieles, caída de la instituciones, aumento de los impuestos para mantener una burocracia y un ejército cada vez más impotente en mantener las fronteras y la seguridad - ... ¡son tantos elementos!, y cuando todos suman y no se contradicen, el recuento puede ser inacabable.
Hay un elemento económico ineludible: Diocleciano decide revigorizar el ejército, extraer más impuestos de sus súbditos para pagarlo, y formar una burocracia que administre mejor el Estado. Eso no puede más que empobrecer a los terratenientes (sobre todo los más alejaros de la capital), distorsionar el comercio, y, naturalmente, intentar evadir esos impuestos, lo que a su vez reduce la eficacia administrativa. El círculo vicioso exacción, evasión, uso de la violencia y el castigo, nunca ha dado resultados brillantes, al revés. Los terratenientes empiezan a no confiar en los servicios del Imperio, forman sus propias huestes, que a su vez obligan a explotar más a los campesinos. Los centros urbanos formados en torno a la riqueza y el comercio van decayendo. 
No se pueden desdeñar, como urdimbre subterránea de estos hechos, la lenta pero permanente dimamitación de los valores, que poco a poco van cediendo frente al cristianismo, que al final, con Constantino y su "cristianización", se apodera del espíritu del Imperio. Hay que advertir que esa labor de lenta subversión de los valores romanos y su absorción final probablemente hizo inevitable la decisión de Constantino, uno de los emperadores tardíos más astutos. No se sabe si el mismo era creyente, pero vio con agudeza el poder de subirse al carro de las ideas imperantes... Su ascenso a primera cabeza del enorme imperio, su nueva unificación, la eliminación de sus pares, es fascinante. 
Una historia imprescindible para comprender nuestros orígenes, porque la cristianización y a la par la barbarización del Imperio, y la romanización paralela de los bárbaros, es lo que explica la mezcla cultural de la que venimos. Somos civilmente romanos, nuestra leyes son de carácter romano; y espirirualmente cristianos, pero un  cristianismo que no se hubiera expandido sin su absorción del Estado romano, sus leyes, y la conversión de los bárbaros a un sistema legal tan opuesto al suyo... Un mejunje que es el pilar de nuestra civilización... Y que combina muy mal con posteriores intentos de derribar esos elementos, particularmente de los herederos de Rousseau, especialmente el marxismo. Ya decía Bertran Russsell que de Rousseau a Stalin se llegaba fácilmente. 
Pero esta historia no se ha acabado, porque no se puede acabar. Estamos en una era de valores roussonianos, de supremacía del buen salvaje sobre el hombre civilizado, de estulticia plana andante frente al hombre con unos mínima estima de la civilización, del hombre-masa orteguiano, siempre tan peligroso... Una era absurda y ciega que no ve lo que se le puede caer encima. 

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