"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

lunes, 13 de febrero de 2017

El bucle melancólico del Yo

En "Homo Deus"  (Yuval Noah Harira), nos describen cual es la base científica de la conciencia y el yo. Ya saben, esa parte del ser humano que nos identifica como individuos únicos con libre albedrío: la fundamentadiom ideológica del liberalismo y la democracia (porque no concibo Democarcia que no sea ampliamente liberal).
Según los últimos avances científicos, la conciencia y el yo son puras ficciones fabricadas por nuestro cerebro. La cosa funcionaría más o menos así: el cerebro está dividido en dos hemisferios, cada uno con sus funciones bien distintas, aunque ambos conectados. El hemisferio derecho es el que se encarga de tomar las decisiones, decisiones que, según se han demostrado, no están basadas en la racionalidad objetiva, sino en un flujo de neuronas interactivas imposible de adscribir a un proceso de maduración racional. Si me compro un Mercedes o un Cintröen, creemos que hemos tomado una decisión basada en los pros y los contras de motorización, precio, consumo, amortización, etc, pero en realidad es algo tan simple como que el color rojo del Mercedes, o su línea, o el efecto-envidia en los amigos, son demasiado tentadores. Esto, me dirán, no es ninguna novedad. 
Ahora entra el funcionamiento el hemisferio izquierdo. Su función es completamente distinta pero complementaria. Se encarga de inventar una narrativa que nos satisfaga a nostros mismos sobre nuestros actos. Es la sede de nuestras creencias, siendo las más importantes el Yo y la Conciencia, es decir, creernos que somos una entidad única, un in-dividuo, no un dividuo. Y un individuo necesita siempre justificar su vida. Cuanto más equilibrado y sano, mejor le funcionará el hemisferio izquierdo. ¿Quién no conocemos a auténticos entusiastas de sí mismos, excesivos, insoportables, que siempre hablan de un mono tema: sus éxitos, en realidad mitómanos que se creen sus propias mentiras? Bueno, pues todos somos algo mitómanos, lo necesitamos para sobrevivir. 
Naturalmente, la narración inventada por el Yo es continuamente alimentada, y su flujo turbulento y mezclado con otras historias forman nuestra memoria, tan falible como uno se puede imaginar. Somos subjetivos aún sin querer. 
Pero esta subjetividad tiene sus consecuencias en la sociedad. Harira, el autor del libro, cuenta una historia que espero lean con atención, porque muestra que este cerebro nuestro nos lleva a repetir los errores una y otra vez, con la anuencia - lo que es más importante - de los que dependen de nosotros. Esta historia explica por qué la política, aún en democracia, es tan imperfecta. 

"En política, esto se conoce como el síndrome de «nuestros muchachos no murieron en vano». En 1915, Italia entró en la Primera Guerra Mundial al lado de las potencias de la Entente. El objetivo declarado de Italia era «liberar» Trento y Trieste, dos territorios «italianos» que el Imperio austrohúngaro conservaba como propios «injustamente». Los políticos italianos pronunciaron discursos incendiarios en el Parlamento en los que juraban reparaciones históricas y prometían un retorno a las glorias de la antigua Roma. Centenares de miles de reclutas italianos se dirigieron al frente gritando «¡ Por Trento y Trieste!». Creían que sería un paseo. Pero en absoluto lo fue. El ejército austrohúngaro tenía una fuerte línea defensiva a lo largo del río Isonzo. Los italianos se lanzaron contra ella en 11 sangrientas batallas que les reportaron a lo sumo algunos kilómetros, y nunca consiguieron asegurar un avance. En la primera batalla perdieron a 15.000 hombres. En la segunda, a 40.000. En la tercera, a 60.000. Así continuó la cosa durante más de dos terribles años hasta el undécimo combate, cuando los austríacos contraatacaron: en la batalla de Caporreto derrotaron completamente a los italianos y los hicieron retroceder casi hasta las puertas de Venecia. La gloriosa aventura se convirtió en un baño de sangre. Al final de la guerra, casi 700.000 soldados italianos habían muerto y más de un millón habían resultado heridos. Después de perder la primera batalla de Isonzo, los políticos italianos tenían dos opciones. Podían admitir su error y firmar un tratado de paz. Austria-Hungría no tenía reclamaciones contra Italia, y habría firmado de buen grado un tratado de paz porque estaba atareada luchando por su supervivencia contra los rusos, mucho más fuertes. Pero ¿cómo podían los políticos dirigirse a los padres, viudas e hijos de los 15.000 soldados italianos muertos y decirles: «Lo sentimos, ha habido un error. Esperamos que no se lo tomen a mal, pero su Giovanni murió en vano, al igual que su Marco»? Alternativamente, podían decir: «¡ Giovanni y Marco fueron héroes! Murieron por que Trieste fuera italiana y nos aseguraremos de que no hayan muerto en vano. ¡Seguiremos luchando hasta que la victoria sea nuestra!». No es de sorprender que los políticos prefirieran la segunda opción. Así, se empeñaron en una segunda batalla y perdieron a otros 40.000 hombres. Los políticos decidieron de nuevo que sería mejor seguir luchando, porque «nuestros muchachos no murieron en vano».
"Pero no se puede culpar solo a los políticos. También las masas apoyaban la guerra. Y cuando después de la guerra Italia no recuperó los territorios que reclamaba, la democracia italiana puso al frente a Benito Mussolini y a sus fascistas, que prometieron que obtendrían para Italia una compensación adecuada por todos los sacrificios que había hecho. Aunque para un político es difícil decir a unos padres que su hijo no murió por una buena causa, es mucho más difícil para unos padres decírselo a sí mismos…, y más duro aún para las víctimas. Un soldado mutilado que hubiera perdido las piernas preferiría decirse: «¡ Me sacrifiqué por la gloria de la eterna nación italiana!» que: «Perdí las piernas porque fui lo bastante estúpido para creer a unos políticos egocéntricos». Es mucho más fácil vivir con la fantasía, porque la fantasía da sentido al sufrimiento."

Se entiende ahora lo mostrenco, lo frustrante, la imperfectabilidad, de la política, que está inscrita en la naturaleza humana. 
Esto lo lleva Harira al futuro, pues estos descubrimientos nos obligan a plantearnos nuevas formas de organización social: el liberalismo se basa en la creencia de un Yo y el Libre Albedrío, condicionado todo lo que se quiera, sí, pero de libre elección. Yo decido estar orgulloso de que perdiera las piernas en la batalla de Isonzo, pero entre medias ha actuado mi hemisferio izquierdo, que me ha ayudado a sobrellevar mi desgracia incluso con orgullo. ¿Cuántas veces no hemos asistido a lo mismo en cualquier parte del mundo? incluso a veces hay razón para sentirse orgulloso de haberse sacrificado para luchar contra el mal: Hitler, por ejemplo. 
Excuso decir la importancia que tiene esto para la economía, que es la coordinación de miles de millones de decisiones diarias que se toman a diario, cada hora incluso. 

2 comentarios:

Miguel E. dijo...

Dos apuntes al hilo de esto:
-Lo de que se toma una decisión pasional y luego se justifica racionalmente (y muy rápido, además) lo saben en marketing desde hace décadas. Por eso, por ejemplo, da igual lo buena que sea Esperanza Aguirre o su programa frente a Carmena (racionalidad) si un par de días antes de la votación se filtra su declaración de la renta (envidia-decisión pasional-Carmena alcaldesa).
-De que no todas las decisiones sean racionales a que la individualidad (el alma cristiana) no exista va un trecho enorme que habría que demostrar profusamente.

www.MiguelNavascues.com dijo...

Bueno, yo ahí no entro ni salgo, salvo para reconocer noche lo que es obvio: es la base de nuestra civilización. Harira dice que la teoría de Darwin es incompatible con el alma, pero, repito, ajo no entro.