"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

martes, 27 de marzo de 2018

La transición no fue posible. ¿Por qué?

La Transición fue el penúltimo intento de borrar las distancias siderales que separaban a los españoles desde antes de la Guerra Civil. Esas diferencias nacían desde distintos enfoques y conceptos de España, arrejuntados, muchas veces artificialmente, por intereses políticos heterogéneos. 
Dejemos de lado los aciertos y errores de la Transición, porque creo que lo que expongo aquí es una razón más de fondo, más determinante,  para los tropiezos que ha encontrado ésta. Se trata de saber si hay la mínima base para constituir una Nación. No una nueva nación, sino la aceptación de ésta que tenemos, con TODA su historia.
Si nos remontamos al nacimiento de los partidos que hasta ahora han perdurado (me refiero a la época de la Restauración), la primera perplejidad que salta a la vista es la unión política de los separatistas con los republicanos. Los separatistas tenían como enemigo a España, mientras que los republicanos se suponían que eran españoles. Dentro de este republicanismo, el principal grupo fue un PSOE muy radicalizado a la izquierda, hasta el punto de que  posteriormente los gobiernos de la Guerra Civil de Largo Caballero y luego Negrín se sometieron, más o menos a regañadientes, al dictado de la Komitern. Pero no menos sometidos estuvieron, y no menos a regañadientes, a las locuras de los separatistas. 
Si la República hubiera sido menos separatista y más integradora de otras fuerzas, las cosas hubieran sido distintas. Pero sólo supo agrandar las distancias con esos grupos y estrechar alianzas con los separatistas vascos y catalanes. 
Pero ya antes de la guerra, cuando en España funcionaba un régimen no muy distinto de los que  regían en Europa entonces - La Restauración, una democracia limitada, con sus defectos, como el turnismo, alimentado por el caciquismo, pero con sus libertades liberales similares a otras partes de Europa , como la libertad de imprenta - el socialismo naciente ya se unió al separatismo catalán y al anarquismo para derribar ese régimen. Ese acoso efectivamente acabó con él, y la dictadura de Primo de Rivera tuvo que venir a poner coto a la violencia e inseguridad con alivio de gran parte de la población. 
Empezaban a brotar los distintos -y enemigamente opuestos  - conceptos de España entre los distintos partidos políticos. Estos conceptos tan radicalmente opuestos han sobrevivido hasta hoy y creo que son la causa de la deriva de la Transición. 
Separatismos, republicanismo radical, socialismo cuasi comunista (perseguía un régimen sovietico; ahora no se sabe exactamente su rumbo)... por una parte, cada uno con una idea de España diferente entre ellos y diferente al del otro bando, sin faltar llamadas al odio contra lo español, como se puede ver en esta citase un libro de historia reciente:

En rigor, los separatistas no engañaban a nadie. Uno de sus propulsores intelectuales, Joan Salvat-Papasseit, abogaba por el cultivo del odio —antes inexistente—como una necesidad absoluta: «No suspiréis por nuestra libertad sin pasar por el odio. ¡Mientras no les odiemos nunca podremos vencerlos! Es necesario, pues, propulsar el odio contra España o dejar de existir». Ventura Gassol, otro intelectual y político, consejero de cultura, concretaba: «Nuestro odio contra la vil España es gigantesco, loco, grande y sublime. Hasta odiamos el nombre, el grito y la memoria, sus tradiciones y su sucia historia».

 Ése otro bando, que podemos llamar nacional, por su parte, tenía una idea de España basada en la aceptación de su historia, a diferencia de los otros, que en mayor o menor grado, rechazaban con marcado odio dicha historia - sin tener en cuenta que no era muy diferente de la de los demás países europeos. Países que los republicanos enfrentaban como ejemplo de lo que no era su España, País lleno de lagunas negras y hechos macabros que habría que borrar para empezar de nuevo. 
Esta idea de empezar desde cero, auténticamente pueril e imposible, está muy arraigada en los partidos de izquierdas aún hoy. Como si Francia, por ejemplo, no tuviera episodios de los que avergonzarse, como la matanza de San Bartolomé o la de la de 1870. Lo que pasa es que en Francia hay una unidad suficiente como para no usar esos hechos como arma arrojadiza, mientras que aquí en España si faltan, se inventan, gracias a la leyenda negra. La leyenda negra aparece fresca en la base del concepto de España de esta parte que llamamos republicana. 
En todo caso, está muy arraigado el deseo de empezar desde cero, incluso entre la gente común, que no se plantea lo que acarrearía. 
Como dije al principio, la Transición fue un intento de que cada parte renunciara a sus más arriscadas diferencias y aceptara un acervo común que permitiera una convivencia sin sobresaltos ni convulsiones. Parece ser que no pudo ser. 
Por una parte, los separatistas no van a cambiar de sentimiento antiespañol tan acendrado. Siempre van a ser semilleros de rencores dislocantes de la imprescindible unidad -pese a la derrota reciente del separatismo catalán. Por otra, es difícil vislumbrar el rumbo del socialismo, pese a haber sido partido de gobierno más que ningún otro. Luego están los nuevos partidos, llamados populistas, más aún anti españoles si cabe, pero que poco tienen que ver con los populistas europeos - salvo los de Grecia, lo que no es motivo de orgullo. 
El único cemento que puede permitir una estabilidad institucional es una mínima unidad el la idea común de España. No hay otra cosa. Lo que expresa para cada uno esa palabra puede tener matices distintos, pero debe ser una idea para todos que ponga límite a agudas divergencias que llevamos sufriendo desde la Restauración (1875-1923), con los tristes efectos conocidos. En vez de evolución, revolución, convulsión, llamada al odio, guerra.
Hoy la Transición está muy cuestionada por la mayoría de los partidos de la oposición: socialistas, populistas-marxistas, separatistas (que la verdad es que no han cambiado más que en las tácticas de disimulo, según convinieran), lo que hace que estén en peligro sus símbolos e instituciones, empezando por la Constitución. Ninguno de éstos partidos calla que les gustaría cambiarla de arriba abajo. ¿No es lamentable el apoyo de UGT y CCOO a las movilizaciones catalanes por la independencia? Difícil lo tienen los partidarios de la estabilidad reformista, base única sobre la que se puede desarrollar en Libertad los afanes de cada uno bajo el amparo de la Ley. Es lo máximo que se puede pedir a una Ley de leyes. 
Si consideramos que la Transición no ha sido rebatida en bloque ni por la Iglesia, ni por el Partido Popular, ni ahora por Ciudadanos, no hay más más remedio que concluir que son las izquierdas-separatistas las fuerzas siempre amenazadoras de conflictos interminables. 140 años las contemplan. 
¿Es posible operar así con normalidad, sin sobresaltos, cuestionando cada dos por tres los valores asentados en la Constitución? Creo que si no se dan cuenta de la aberración que supone el afán de convulsionar la Constitución tras 40 años de vida, no es posible. O aceptamos todos que esto es una nación, o nos espera un futuro discutible.

Artículo publicado en el blog www.miguelnavascues.com

2 comentarios:

PEGA dijo...

Recomiendo Mater Dolorosa de José Álvarez Junco. Un magnífico libro para entender la evolución del conservadurismo español y las dificultades de la creación del nacionalismo español. Imprescindible.

www.MiguelNavascues.com dijo...

Lo he leído, y no me gusta su visión