España ha tenido gobiernos mejores y peores, débiles y audaces, liberales y autoritarios. Lo que no había tenido nunca, hasta hoy, es un Gobierno netamente antiespañol. El odio a España ha echado a un presidente y ha investido a otro. Y lo ha hecho sin manierismos hipócritas. Cara al sol. El padrino de Pedro Sánchez no es Jordi Pujol, un racista en la intimidad, sino Torra, explícito y bestial. No es Ibarretxe, con su marciano raca-raca, sino el consorcio PNV-Bildu, ahora económica y hasta moralmente rearmado por el propio Estado al que pretende disgregar. Y tampoco es el viejo comunismo, amansado por el tiempo y la Transición, sino un populismo embravecido, disolvente y degenerado. Especialmente ilustrativo para cualquier español, y sobre todo para las víctimas del terrorismo, fue escuchar a la misma señorita de Bildu que pidió «un chaparrón de aplausos» para los terroristas de la T4 invocar la «higiene democrática» para ungir a Sánchez, por cierto, colega del mutilado Madina y el asesinado Lluch. El nuevo Gobierno es peor que el Frente Popular contra el que tantas veces predicó Jaime Mayor Oreja en el desierto de Génova. Y su presidente hará bueno a Zapatero. También a Mariano Rajoy.
Y aquí aparece Albert Rivera. Se vio en la entrevista que le hizo Emilia Landaluce y en el debate de la moción de censura, que en realidad lo ha sido de cesura. Rivera es escurridizo y oportunista. No tiene claro lo que quiere hacer con la Constitución ni con los impuestos ni con los huesos de Franco ni con el español en Cataluña. Y su patriotismo arrastra la tara de haber aprobado los Presupuestos pro-PNV que resucitaron la legislatura antes de entregársela a Sánchez. Y, sin embargo, no es un populista mainstream, como dice el coqueto Alain Minc. Es mainstream sin más: fácil y consensual como Stefan Zweig. El mínimo común denominador de España y de momento su única esperanza.
Albert Rivera tiene una responsabilidad, y perdonen el adjetivo, histórica. Ya no se trata de ofrecer amparo sólo a los constitucionalistas en Cataluña, el País Vasco y Navarra. [Por cierto, ayer se publicó la sentencia de Alsasua: María José, yo sí te creo, hermana.] Ahora hay huérfanos por todo el territorio nacional. El bipartidismo se ha acabado, sí. Pero la polarización va a dispararse. Y a partir de ahora el juego —el enfrentamiento— ya no será entre dos grandes corrientes ideológicas, sino existenciales. Entre España y la anti-España. Con el agravante de que la segunda es Gobierno y la primera, Oposición. Y así, digerida la noticia, superado el shock de ver a Rajoy hacer sus cajas y Sánchez tomar posesión, habrá que ponerse en marcha. A lo Celaya. En la Oposición, ya no puede haber distingos entre liberales, conservadores y socialdemócratas; entre Ciudadanos, el viejo Partido Socialista y si acaso un nuevo Partido Popular. Hay que buscar un denominador común, aunque sea mínimo, y la máxima movilización: llamémonos españoles y salgamos a la calle.
“Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Españas ha de romperte el corazón” (cito de memoria)
4 comentarios:
Escuchando ciertos medios y comentarios parece que el culpable de la moción de censura es Ribera pero no, los culpables son Rajoy que no ha querido asumir las responsabilidades políicas de tener 3 tesoreros imputados y sobre todo Sánchez que ha pactado en secreto con la anti España. Ribera ha sostenido a rajoy por sentido de Estado pero...
Bastante le importa el sentido de Estado a la mayoría de los españoles. Reacciones que he observado en mi entorno a la moción de censura: absoluta indiferencia.
Aí, les pillarán jugando al tresillo y comentando la última jugada del RM
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