El primer motivo de someterse a la “Necesidad de poder”, es el enemigo exterior, que hasta hace bien poco tenía por actividad principal invadir y explotar a su vecino. Había siempre una organización defensiva para disuadir al vecino armado; éste, por otra parte, podía sufrir una decadencia, o una crisis natural, que le mermara gravemente sus recursos, y entonces ser invadido por el anteriormente débil, incluso por razones de estrategia defensiva, para asegurarse por más tiempo un paz duradera.
Lo que era usual siempre es que el gobierno lo ejerciera un rey absolutista, cuya actividad principal era la guerra, o al menos, hacer exhibición de fuerza disuasoria. Por supuesto, el vencedor de estas frecuentes guerras se arrogaba el derecho de hacer esclavos y exterminar a gran número de los vencidos para prolongar la paz. Los armisticios pactados no solían ser benévolos, incluso en la antigua Grecia, cuna de la filosofía y de la democracia, no se ejercía mucho el perdón cuando una de sus numerosas colonias se sublevaba; pues sí, Grecia era una democracia y, a la vez tenía colonias, gracias a la que vivía lujosamente y le abastecían de esclavos. Era un proto-democracia, pues solo ejercían en la política los ciudadanos libres, propietarios de la tierra, de los esclavos, y en la práctica de las mujeres, que no intervenían en el ágora.
Grecia se desangró en las guerras del Peloponeso entre Atenas y Esparta, que antes habían sido aliadas contra la invasión persa, a la que lograron vencer. En ese estado de decadencia por la guerra, el macedonio Alejandro (discípulo de Aristóteles), invadió Grecia, y el resto del mundo conocido, en un periodo pasmosamente breve. Alejandro, general victorioso, murió joven, y su imperio quedó repartido entre sus generales. La democracia quedó arrumbada ante tanto imperio militar. Luego vino Roma, su expansión colonial desde el norte de África al norte de Europa… Roma tuvo la gran virtud de asimilar el legado cultural griego, hasta tal punto que los nobles romanos enseñaban a sus hijos lengua y pensamiento griegos, y algunos llegaron a a pensar y hablar en griego antes que romano, hasta que hubo una “fusión” entre ambas culturas.
El griego insufló al romano una notoria amplitud de mente, que se vio reflejada en los grandes pensadores y escritores romanos. Esta fusión luego se inoculó en el cristianismo. El primer cristianismo expandido por el mediterráneo fue el de San Pablo, que hablaba en griego y sus famosas cartas eran escritas en griego, al igual que los Evangelios, por cierto, muy posteriores a san Pablo (quien una vez se libró de ser ejecutado cuando demostró ser ciudadano romano). Porque Roma tuvo la virtud de hacer ciudadanos romanos a todos los habitantes de sus colonias.
En todo caso, Roma fue otra pionera de la sociedad civil, con instituciones nunca vistas - luego imitadas con más o menos acierto, por ejemplo, en la Francia napoleónica-. Lo que nunca pereció fue el arte y la estética greco-romanos, siempre prestigioso por la enorme leyenda que dejó Roma en las mentes de sus sucesores; desde Carlomagno, que fundó el sacro imperio romano germánico en el 800 dc, un auténtico homenaje a Roma y su leyenda, en un proceso continuo de querer emularla hasta recientes tiempos. Carlos V es el último ejemplo de esa devoción, cuando su herencia incluyó, además de España, la descendencia de la casa de Austria, para la que fue elegido gracias a los votos comprados a los electores designados (sobornos financiados a su vez por los banqueros del Emperador).
El aura mística de Roma estuvo presente en muchos momentos. Por ejemplo, el rey español Alfonso X el sabio, que aspiraba a ser nombrado emperador, gastándose una suma exorbitante que no le valió para nada y que provocó escaseces al final de su reinado.
Un prototipo de la democracia actual nació en un largo proceso de la corona inglesa en la senda de doblegar el poder del rey para ir a la guerra, a lo que se oponían los nobles por el quebranto económico que les costaba. Esto empezó en la Carta Magna de1215, primera vez que la corona cedía ante sus pares, y fue ampliándose con el tiempos hasta la revolución gloriosa, en 1689, llamada así porque no hubo derramamiento de sangre; aunque sí profundos cambios en los límites al poder real, que debía someterse al parlamento para cualquier presupuesto de gasto. Las competencias detraídas al rey fueron ampliándose, y luego se fusionaron con los comienzos de la ilustración inglesa, con John Locke a la cabeza, que ensalzó y dio forma literaria a una idea de la democracia liberal. Desde entonces, la libertad económica vino mano con mano de la libertad individual. Luego vinieron los Adam Smith, David Hume, Edmund Burke, los ilustrados ingleses, grandes lanzadores de la idea de democracia de ciudadanos libres - más profundos y fecundos que sus colegas franceses, que trajeron la Revolución sangrienta y Napoleón -.
Simultáneamente, un paso importante lo dan los pilgrims que desembarcaron en 1620 en Cape Cod, Boston, exiliados de las persecuciones religiosas sangrientas en Europa, en la guerra de los 30 años, buscando una tierra nueva en que pudieran practicar su fe evangélica sin persecuciones. Es por ello que desde el principio firmaron solemnes tratados (invocada a Dios) de vivir bajo el imperio de la ley y el mando de personas elegidas. Esto cristalizó luego en la Independencia y la Constitución americana , más de un siglo después.
De este breve recordatorio se deduce que la democracia nacida para una larga vida, ha existido en su fondo una creencia religiosa que la ha fortalecido. Decía Josep Pla (cito de memoria) “que las civilizaciones no las levantan los ingenieros, sino los letrados y poetas”.
La democracia exitosa viene de una cierta concepción madura que se ha insuflado en determinadas religiones que creían en la libertad individual, paso inevitablemente dado desde la libertad de conciencia luterana. Lo importante de una religión en el plano social no es su dogma más o menos acertado: es su interpretación posterior de los fieles. Y el protestantismo siempre ha casado muy bien con la sociedad democrática, aún en sus principios, cuando no se pensaba en sus consecuencias posteriores.
Pero la flecha del tiempos vuela en un solo sentido; si hubo un periodo fecundo de crecimiento en paz y prosperidad, las concausas que ayudaron a ello no se pueden concitar de nuevo. Estamos asistiendo ahora a la decrepitud democrática, y poco podemos hacer cuando cada día, cada hora, llega al poder un enemigo más que se une esforzándose en la decrepitud.
Después de su nacimiento contra el poder ilimitado y por la defensa de la libertad religiosa, los demás derechos vendrían por sí solos. Y sus correspondientes obligaciones, cosa que se tiende a olvidar ahora. El nuevo colono tenía el derecho a practicar su religión, pero también el deber de respetar las de los demás. Siempre que fuera cristiano, claro. Incluso los católicos entraron en ese pacto democrático, fundando la universidad de Notre Dame en 1842.
No soy creyente, pero he estudiado la evidencia histórica de la influencia de la religión en la sociedad (no hay más que mirar un mapa mundi y poner una señal en los países hoy democráticos, todos ellos cristianos), para comprobar la correlación entre religión y sociedad. Ahora bien, no todas las naciones son de igual forma cristiana, y hay un evidente correlato, adverso, entre grados de obediencia al Papa y grado de apertura a la libertad. Así, es notorio que los más obedientes, como España, han sido más reacios a adoptar gobiernos liberales con separación de poderes.
España es, de hecho el de más sumisión al gobierno de Roma, que durante largos años, que llegan hasta hoy, han rechazado de llano el liberalismo. En el XIX, el liberalismo fue calificado por la iglesia como “pecado”. El liberalismo no es una palabra hoy usual, entonces la bestia pasa a llamarse capitalismo, y siempre hay una exaltación de la pobreza, muy popular desde hace siglos en los países de raíz católico-romana. Como España. Ver https://www.miguelnavascues.com/2025/05/la-profunda-aficion-de-espana-para-la.html.
Ahora parece que asistimos a la derrota de la Democracia, que ha conformado una de las más brillantes etapas de la sociedad abierta y próspera. El tiempo lo desgasta todo; no iba a ser menos su desgaste de las ideas y creencias que fueron el basamento de la Democracia, en sus principios novedosos, como el imperio de la ley, los derechos individuales, la separación de poderes… hoy, día a día, vemos cómo son asaltados en las cuatro esquinas del Mundo. Esta apreciación innegable de universalidad demuestra la fuerza y la eficacia del proceso inconsciente de de demolición, del que no creo que pueda salir nada bueno si no es un largo proceso de caos, hasta dar con la puerta de salida. Las civilizaciones crecen, maduran y mueren. Dejan una brillante estela que consigue fijar la mirada en grandes almas, que alguna vez serán fundadores de nuevos mundos; aunque habrán de ser modestos, pues la historia es una “sucesión de consecuencias no previstas” más que en retrospectiva. Lutero no sabía que estaba forjando una nueva sociedad, sólo era un místico. Pero sembró, sin saber las consecuencias, la Libertad de conciencia, foco principal de la Libertad a secas, sin adjetivos (los países que quedaron bajo la tutela papal apenas conocieron esas consecuencias).
Los forjadores de cosas no saben nada de las consecuencias, así lo determinó el Gran Forjador, del que dicen que escribe la Historia con renglones torcidos.
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